Hace un par de años, más o
menos, la Camarera nos hizo una observación (o pregunta) desde la barra: «¿Habéis
leído alguna vez una novela en la que no se hable de libros? Sea como sea
siempre hay un personaje que lee e, incluso, que escribe o, aún más, que quiere vivir de la escritura,
que quiere ser escritora o escritor. No sé a qué es debido. Tal vez a que
quienes escriben conciben el mundo desde esa óptica y les resulta difícil
entender que pueda hacerse de otro modo».
Desde entonces presto atención
cada vez que leo una novela y, en efecto, no me he topado con ninguna en la que
no haya libros o lecturas. Hablo, por ejemplo, de Las chicas de campo, de Edna O’Brien, El palacio azul de los ingenieros belgas, de Fulgencio Argüelles, o
Pacífico, relato familiar de José
Antonio Garriga Vela, en la que su protagonista está totalmente liado con el
mundo de las letras, tanto que dice «Mi tristeza era una pose, una forma de
llamar la atención, una condición ineludible para convertirme en escritor».
Tal vez piensan como José Fusté,
aquel obrero que escribe en Solidaridad
Obrera, de Barcelona, un sábado 30 de noviembre de 1918: «Modesto y
estimable amigo cual ningún otro es el libro. Siempre está a nuestra
disposición, mostrándonos sus deliciosas líneas, entristecedoras a veces,
alegres otras, y algunas severas y concienzudas, pero siempre amigo Me es tan
grato, que nunca podré deshacerme de él. / En él podemos admirar las bellezas
más grandes creadas por los seres humanos. Sobre sus líneas han aguzado su
intelecto una porción de hombres de ingenio privilegiado para enseñar a sus
semejantes lo que ellos habían aprendido por su experta sabiduría. En sus
páginas, Gorki explicó las tristezas del pueblo y las amarguras del
vagabundaje; en ellas, con su flagelante látigo de poeta, fustigó al tirano
Dicenta. Volney, con su severa crítica, derrumba las religiones; Tolstoi nos
predica el amor entre los hombres. / El libro ha sido el principal factor de
progreso de la humanidad. La idea ha
sido la palanca y el libro el punto de apoyo que buscaba Arquímedes. La idea,
junto con el libro, transforman el mundo».
Puede que con el correr de los
años se haya visto que no era para tanto, pero se alegra uno de encontrar a
gentes como Fusté.
José Fusté nos habla de la inestimable amistad de los libros. Y nos repasa aquellos autores que han aportado las lecturas que más le han enriquecido, pero qué pensará de aquellos otros que tratan de derrumbar lo que él más quiere.
ResponderEliminarNo deja de ser un problema, ebge, sin solución.
EliminarLa imprenta antaño e internet ahora, correa de transmisión de la cultura de las letras.
ResponderEliminarBesos.
Y la tenemos ahí, Gemelas, tan a mano ahora.
EliminarBesos.
Es lo primero para llevar a una isla desierta, lo segundo, otro libro.
ResponderEliminarVaya, Marcos, pronto llegarías a las diez.
EliminarSaludos de bienvenida.
Voy a prestar atención y voy a estar atenta. Estoy leyendo actualmente El tango de la guardia vieja.
ResponderEliminarMuy interesante tu propuesta
Saludos
Vale, Karin, a ver qué sorpresa nos depara ese tango.
EliminarSaludos.