
Parece que sí, esta vez lo hemos conseguido. Son las y pico, mañana trabajo pronto y acabo de volver de celebrar el pase de España a la final de la Eurocopa.
Hace unos días el Duende hizo una entrada dedicada al centro de interés sobre la competición que se había instalado (y que aún se puede ver) en la biblioteca Miguel de Cervantes; allí comenté que inicialmente me negaba a “comprar la moto”, pero que acabaría haciéndolo y desilusionándome una vez más; me equivoqué en lo segundo.
Acabé comprando la moto, como siempre, desde el primer partido. Me gusta el fútbol, y durante las competiciones habituales tengo mis filias y mis fobias, pero sólo puedo decir que “soy de” la selección. Sólo con ese equipo me desespero, me cabreo, me emociono de verdad. Y no lo puedo evitar. Sin más significado que ese, me identifico y siento como propias las alegrías y las penas.
En el pasado mundial nos pusieron (y nos dejamos poner) alas, y recuerdo el partido de cuartos con Francia, la calle llena de gente porque eran fiestas, todas las casetas con televisión para ver el partido. Y, otra vez, la derrota y la sensación de niño al que no le dejan jugar con los demás.
Por eso es importante lo que pasó el domingo y lo que acaba de pasar hoy, somos muchos los que no teníamos memoria de la selección jugando más allá de cuartos; casi un cuarto, de siglo, es mucho tiempo.
El próximo día de San Pedro pasará lo que tenga que pasar. Ganaremos o perderemos, pero será sólo un partido. Recordaremos una competición vivida hasta el final, y sabremos que somos como los demás y que podemos ganar o perder, y no sólo lo segundo.
Sé que no queda muy cool hablar de fútbol, que se puede pensar que es un entretenimiento banal… Bueno, para muchos es ilusión y eso es suficiente. Con ilusión no se compran cosas, pero no podemos vivir sin ella.
Pudimos.
La foto, aquí