Amanecía un día soleado sobre la colonia "Gladiator". Poco a poco el aire se iba llenando de sonidos, la fragua de Nomr, Schmilna pregonando su mercancía por las calles, los pequeños acudiendo a la escuela...
La vida era tranquila en aquel sitio, y sus habitantes ya estaban acostumbrados a variaciones estacionales de luz y temperatura.
Podían permanecer varios días en una penumbra que se intensificaba algunas horas y con una temperatura benigna y, sin aviso previo, verse envueltos en una luz cegadora con calor, frío, lluvia... Eran estaciones de duración variable, se diría que alguna fuerza enorme era capaz de coger todo su mundo y cambiarlo de sitio.
Llevaban un tiempo inmersos en una bonanza que ni los más ancianos del lugar recordaban. Las cosechas eran abundantes y no faltaba la caza ni la pesca (cosa que disgustaba a Schmilna porque su negocio era de importación de pescado salado).
Con todo, había algunos que no parecían contentos, como Lemnor. Lemnor era una de esas bacterias que creen saberlo todo. Siempre estaba contando historias fantásticas a los jóvenes, fueran bacterias, virus, bacilos o habitantes de las miasmas. Decía que había infinidad de colonias como la suya, que había visto a alguno de sus habitantes e incluso había podido hablar con ellos. En esas estaba aquel día:
-Estuve hablando con una virus de otra colonia...
Risas.
-Podéis reíros estúpidos, yo se que es cierto. Me dijo que su colonia se llama "El hijo de la Pantera Rosa", y que en ella vive un anciano que sobrevivió a la destrucción de otra colonia. Una colonia muy parecida a la nuestra en la que todos murieron de forma horrible.
Continuaban las risas pero algunos empezaban a sentir miedo.
-El anciano cuenta que los tiempos inmediatamente anteriores a la destrucción eran muy parecidos a estos que estamos viviendo nosotros aquí. Había alimento en abundancia y comenzaron a construir edificios cada vez más grandes y más negros. Dice que fueron necios y confiados y que actuaron como si
ELLA no estuviera viéndolos...
-¿
Ella?, preguntó la pequeña Ibnamar.
-¡
ELLA!, la fuerza que nos traslada y que ocasiona los cambios de estación, la que podría destruir toda la colonia sin esfuerzo, la...
-¡Silencio!, eres un indeseable Lemnor, estás asustando a los pequeños.
Quien le había interrumpido era una de las miasmeñas de más renombre, decía que estaba harta de soportar todo el día a esa bacteria agorera...
Pero, en contra de lo que pensaban muchos, Lemnor tenía razón e iban a descubrirlo muy pronto...
Era un día de fiesta en la colonia, la feria anual de la exaltación de la mugre. Había puestos de venta ambulante, malabaristas, y hasta un circo de gérmenes venidos del punto más alejado de la colonia. Todo parecía perfecto.
A mediodía las cosas empeoraron; en un primer momento pensaron que era un cambio estacional ordinario, pero comenzaron a oír un ruido sordo que procedía del norte.
Y el olor, un olor penetrante que mareaba y que nunca antes habían conocido. Vieron una masa informe, gigantesca, de color blanco deslizarse hacia el centro de la colonia desde el lugar del que procedía el ruido. A su paso arrasaba todo, desaparecían las edificaciones, incluso las mejores y más negras, dejando un rastro de horrible limpieza.
Todos los habitantes corrían despavoridos, no se podía distinguir a un germen de un virus en aquella marabunta.
En pocos segundos todo terminó, el último en perecer fue Lemnor, murió diciéndole a la ya exánime Ibnamar:
-¿Ves?, yo tenía razón.
Si alguien hubiera sobrevivido (y hubiera tenido capacidad para oír los sonidos humanos) habría oído decir a la bibliotecaria:
-Se ha terminado el alcohol, estas cajas de DVD estaban guarrísimas no quiero ni pensar lo que habría ahí...