viernes, 25 de noviembre de 2016

Sanar (flores) con versos

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Continúo en la cabeza dándole vueltas a contenidos de La vida secreta de las plantas (2016), así a que no hemos contabilizado las raíces de un árbol o a que un sencillo tallo de centeno dispone de más de 13 millones de raicillas, cuya longitud combinada pasa de 613 kilómentros.
O la vida del químico agrícola y educador Georges Washington Carver (1864-1943), el Negro Leonardo, que se sobreponía a su descendencia de esclavo, y no dudaba en afirmar que las plantas le revelaban secretos ocultos cuando se lo pedía, al tiempo que podía hablar con las hadas (del mismo modo que cualquier mortal que se lo propusiera); su mano con ejemplares enfermos era proverbial; estudió y enseñó (en Tuskegee, donde le llamaban el Mago) con métodos que asombraban al mundo científico, levantándose a las 4 de la madrugada y vagando por los campos –«la Naturaleza es la maestra más excelente, y de ella aprendo lo mejor mientras los demás duermen»–. Entre otros logros, introdujo la variedad de productos que se derivan del cacahuete y de la batata. Presentado ante comisiones ilustres en Washsington, llegaba con su traje de 2 dólares, su flor en el ojal y su corbata casera. Preguntado por qué había despreciado millones de dólares al no patentar sus productos, contestó: «Dios no me cobró nada a mí ni a ustedes por crear los cacahuetes».
Declinó un sueldo astronómico ofrecido por Thomas A. Edison, al igual que el que le ofreciera Henry Ford. En cambio, tenía siempre alguna florecilla en su banco de trabajo, con cuyo contacto, decía, tocaba el infinito, lo invisible, esa suave vocecilla que llama a las hadas. Le gustaban los versos de Tennyson (1809-1892), por su saber instintivo:
Florecilla de la pared hendida,
yo te arranco de la hendidura,
te tengo en mi mano, con raiz y todo,
florecilla…, pero si pudiera entender
lo que eres con raíz y todo, y todo en el todo,
sabría lo que Dios y el hombre.

«Aprendo lo que sé observando y amando todo».

sábado, 19 de noviembre de 2016

Plantas (que sueñan)

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Dice la Camarera, refiriéndose a una cuadrilla algo sospechosa que hay en el paseo, «somos como plantas que se mueven». Y una cliente que lleva unos meses pasando por el local dice: «ya nos gustaría. La especie humana apenas aporta nada a la vida del planeta, sin embargo las plantas son quienes hacen posible la vida en él. La fotosíntesis es la que permite respirar a todo bicho viviente. La humedad del ambiente. Por no mencionar que la mayor parte de los alimentos que tomamos (incluidos los de procedencia animal) provienen de ellas. Además de los beneficios estéticos y espirituales que nos reportan».
Ante ello, la próxima vez que voy a la biblioteca me hago con La vida secreta de las plantas (2016), de Peter Tompkins y Christopher Bird. Cierto que ya Aristóteles dejó dicho que las plantas tienen alma, pero no sensibilidad, lo cual ha quedado obsoleto con estudios posteriores. Linneo (como la Camarera) afirma que son idénticos a los animales y los humanos, excepto en que no tienen movilidad, lo cual ya refuta Darwin, que muestra que incluso las partes más sensibles de las plantas, las raíces y los zarcillos, se mueven con independencia. Goethe y Rudolf Steiner, observadores de ellas, señalan que crecen en direcciones opuestas. Pero es Raoul Francé (1874-1943) quien escandaliza a la filosofía natural de su tiempo al afirmar que se mueven y sienten, llegando a adivinar y buscar la dirección adecuada; no lo notamos porque no nos paramos a observarlo.
Y en esta observación es en la que destaca el indio polímata, físico, botánico Jagadis Chandra Bose (1858-1937), que lanzara ondas electromagnéticas un año antes que Marconi, investigó en fisiología vegetal y construyó instrumentos para estudiarlas. El límite entre lo que solemos tomar como vida animada e inanimada se diluye cuando se presta atención. Las plantas (aun sin sistema nervioso) pueden ser anestesiadas, dormir, despertarse, sufrir los golpes, recuperarse…

Hasta una maceta supone la recuperación del Edén.

domingo, 13 de noviembre de 2016

De películas y arradios

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Escucho las emisiones de Sangre Fucsia en la radioteca de Ágora Sol Radio (nacida en los días pasados de las concentraciones de Sol), que a veces transmiten desde Kasa Pública de Mujeres Eskalera Karakola (ya activa desde 1996). Me gusta no perder comba. En la capital siempre hay más vida, más frescura, sobre todo entre la gente joven, la que aún no tiene compromisos sociales (familia, hipotecas, etc.).
Precisamente ahora que tengo estos días delante el volumen de 1001 películas que hay que ver antes de morir (que ya cuenta con su docenica de años). Lo encontré en el cuarto de debajo de la escalera en la casa del pueblo estos pasados días de cementerio. ¡Cuántas historias se han acumulado para poder ver en una vida breve! Seguramente es uno de esos manuales de degustación cinematográfica en los que la variedad se impone al valor. Curiosamente, no soy persona de cine ‒¿veo un par de películas al año?‒, pero los concisos ensayos que acompañan a la información sobre las películas estimulan la atención llevándola a detalles del argumento, el contexto histórico o cultural más continuas anécdotas sobre cada obra.

No deja de ser una pequeña obra de arte ‒como puede serlo «Agitate in tante pene», de La vergine del sole, de Cimarosa‒ comentar de forma estimulante Viaje a la luna (1902), con la que comienza la relación; o La carreta fantasma (1921), basada ya en una obra literaria de Selma Lagerlöf; o sencillamente en Vivir (Ikura, 1952), en la que la trama del protagonista se confunde con la vida de su intérprete, Takashi Shimura, para decir que el dolor y la felicidad se unen en el parque la vida; o, en fin, Empieza el espectáculo (All that Jazz, 1979), brillante o pretenciosa, según el gusto de cada cual, se mueve entre bastidores y retrata la «excitación obsesiva  y devoradora de quienes se entregan apasionadamente a su trabajo».

lunes, 7 de noviembre de 2016

De personajes bibliotecarios (de Larkin a WikiLeaks)

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Suelo acoger con simpatía los textos de quienes trabajan en las bibliotecas. Es lo que me ocurre con Philip Larkin (1922-1983), poeta inglés que en un principio no es que me tirara demasiado. Pero el hecho de que fuera subdirector en la biblioteca del University College de Leicester, así como en la de Queen’s University de Belfast y, posteriormente, en Hull, me animó a leer con detenimiento sus poemas, algo de lo que me alegro cada vez que vuelvo a ellos. Resulta un observador de gestos cotidianos (Me senté mirándome las botas), desde los que inicia unas reflexiones que hacen de sus versos un proceso, una evidencia de desarrollarse algo que, al final, se transforma en un instante luminoso en el que se aparean experiencia y suceso.
Hombre adusto, enamorado del jazz (al que considera imagen adecuada de la mente), no tiene imágenes amables de la infancia; pasó por ella esquivando la dicha y la desdicha: «No querría que nadie pensara que no sentía aprecio hacia mis padres […] Pero al mismo tiempo eran personas difíciles, y la felicidad no era su fuerte. Y esas cosas se pegan». La edición y traducción que realiza Damià Alou en la reciente Antología poética (2016) dispone de una selección de poemas que no defraudan, como ese Recuerdo, recuerdo que finaliza en «Nada, y todo, ocurre en todas partes».
De otro lado están personajes como Manning, Sweden o Assange, que se encuentran entre los promotores de WikiLeaks, la cual se presenta como un colectivo de historiadores del presente dedicados a la construcción de una gran biblioteca (de la rebelión). La persecución de que son objeto los nombrados no impide que surjan continuamente voces nuevas que alimentan este centro de documentos que denuncian abusos y prácticas del poder. Silvia Arana elabora un artículoenunciando los diez tópicos que la organización ha decidido subrayar de sí misma en los 10 años que lleva de vida.

Según expresa la cita de Carl Sagan con que termina dicho artículo: «...somos la única especie del planeta que ha inventado una memoria comunal que no está almacenada ni en nuestros genes ni en nuestros cerebros. El almacén de esa memoria se llama biblioteca... la salud de nuestra civilización, el nivel de conciencia sobre los cimientos de nuestra cultura y nuestra preocupación por el futuro pueden ser medidos en relación con el apoyo que le brindemos a nuestras bibliotecas».

martes, 1 de noviembre de 2016

Muertes sin ley (hermetismos)

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Hermes Trimegisto elabora las 7 leyes o principios herméticos del universo ‒de afinidad, correspondencia, vibración, polaridad, ritmo, causa y efecto, y género‒ en tiempos del antiguo Egipto. Dice que, observándolas, podemos vivir con calidad, sintiéndonos en nuestro sitio. No sé si estaba en este equilibrio entre polaridades el profesor de filosofía y colaborador de prensa Antonio Aramayona, que a sus 68 años decide morir este verano, quitarse la vida, en un entorno mediático, según él se movía. Deja una carta de despedida (muy difundida) y se ofrece a que un programa de televisión grabe su último mes y medio de existencia. Escribe: «He amado y sigo amando la vida con pasión [...] La muerte no es sino el último latido de la vida, y si la vida ha sido valiosa y buena ha de desembocar igualmente en una muerte digna, apacible y buena».
Por contraste, el mexicano Manuel Acuña (1849-1873) deja no una carta sino un extenso poema antes de que se suicidara a los 24 años a causa del amor (imposible) que profesa a una mujer casada. Nocturno a Rosario (de la Peña y Llerena) es de sobra conocido: «Esa era mi esperanza... / mas ya que a sus fulgores / se opone el hondo abismo / que existe entre los dos, / ¡adiós por la vez última, / amor de mis amores; / la luz de mis tinieblas, / la esencia de mis flores, / mi lira de poeta, /mi juventud, adiós!».
Aquí, en estos días de cementerios, continuaremos necesitando alguna tabla esmeralda para comprender nuestros destinos, para dejar selladas herméticamente, por arte de magia, las cajas de pandora.