jueves, 30 de julio de 2020

En el balcón (vuelo de golondrinas, Massieu)

6 comentarios

En esta temporada, asomado al balcón, coincido a veces con el vecino. Hablamos de la situación de los meses anteriores ─él tiene una cuñada, hermana de la mujer, y un cuñado que han fallecido─, y de lo que seguramente nos viene. Enfrente, las golondrinas (más bien, vencejos) vuelan con la rapidez acostumbrada, se introducen en los huecos de la pared de piedra de la iglesia, en la que tienen los nidos, y vuelven al espacio, describiendo un semicírculo hacia el suelo que completan calle arriba. «Esas sí que son seres de valía», dice, «nosotros no tenemos ni la mitad de su gracia». Animales que hablan de nuestra finitud.

Le podría hablar de la poesía de Antonio Crespo Massieu (1951), aunque no lo hago. Incluso, podría leerle

De los pájaros

Tanto que aprender.

Su vuelo imprevisto,

el canto necesario,

la suspensión del tiempo,

su oculta presencia en lo alto,

la vida a saltos,

el insólito equilibrio,

lo mínimo en la altura,

el temblor suspendido,

la paciencia, la espera,

lo inquieto, la escucha,

el silbo y la respuesta,

la huida, dejar la voz,

escapar siempre,

la libertad del canto,

el vuelo,

dejar la música

y se sombra.

Ojos abiertos al silencio,

a la escucha del tiempo,

tanto vuelo

y tanto canto.

Yo no sé dónde cantan,

dónde,

dónde los pájaros.

(Con ese yo no sé dónde tan juanramoniano de los pájaros).

Salud


lunes, 20 de julio de 2020

Física y poesía (Feynman o Geoffrey Hill)

9 comentarios
Dicen que una pareja contemplaba absorta las estrellas brillantes del cielo de julio. «Soy uno de los primeros ─dijo uno─ que saben por qué resplandecen; se debe a las radiaciones ocurridas en el núcleo de sus átomos de hidrógeno ionizados hace tiempo». La acompañante se sintió algo decepcionada; hubiera preferido escuchar que unos delicados seres alados estaban encendiendo velas allí durante la noche o que los astros emitían unas señales parpadeantes en las que se hallaba un mensaje que deberían interpretar antes del amanecer.
¿Acaso la verdad no es bella? Leo en estos días Seis piezas fáciles. La física explicada por un genio, reedición actual de la obra clásica que Ricard P. Feynman (1918-1988) diera a la luz en 1963. No he estudiado ciencias naturales, pero me gusta de vez en cuando sumergirme en alguno de sus libros, aunque no entienda todo lo que explican. Pero me resulta hermoso, al igual que me sucede con la poesía cuando no la entiendo, por ejemplo la de Geoffrey Hill (1932-2016), recientemente editada reunida ─«Indeseable pudiste haber sido, intocable / no eras. Ni olvidado / ni pasado por alto en el momento correcto […] / Septiembre engorda en las viñas. Las rosas / se descascaran desde las paredes. El humo / de fuegos inofensivos llega hasta mis ojos. / Esto es demasiado. Esto es más que suficiente»─. No necesito inferir la secuencialidad.
Me fío. Sé que estoy en lo alto del monte contemplando la extensión boscosa que se entiende por la ladera, los meandros del río adivinado en el valle, el viento que golpea suave en las mejillas, los colores diversos de la tarde, las mariposas blancas y siena que aparecen y desaparecen, el milano a lo lejos, la gente que se afana ahí en la cosecha, la gente que se mata allí en las favelas… Y alguien me lo explica a su manera, con sus palabras, y yo sé que son verdaderas.

jueves, 2 de julio de 2020

De un tirón (con la uruguaya)

6 comentarios
Hace tiempo que no leía un libro en el mismo día. Años, seguramente. Por lo general, varío en los distintos momentos de la jornada. Pero, en esta ocasión, el lunes pasado, encadené mañana y tarde con la misma novela: en la hora del café (puesto que no hay periódico en los bares); en el parque; en el paseo de la tarde por el monte (ya que tanto le cuesta aparecer a la noche). Una escapada al pueblo después de cuatro meses de confinamiento. Claro que contaba con la ventaja de que no es extensa la obra en cuestión, La uruguaya (2018), de Pedro Mairal, 142 páginas, de formato bolsillo (algo generoso); vamos, una novelita.
Cuando la terminé ─tenía que ponerme todavía la mano sobre los ojos, pues caminaba hacia el oeste─, caí en la cuenta de que la había leído mientras lucía ese sol y, curiosamente, de que la acción transcurre en un solo día, la mayor parte en Montevideo ─«Eres nuestra y fiestera, como la estrella que duplican las aguas», «Resbalo por tu tarde como el cansancio por la piedad de un declive»; Borges no puede faltar─, incluido el viaje de ida y vuelta de su protagonista desde Buenos Aires; además del cobro de dinero, de un amor que sí que no, de un atraco... Eventos simbólicos todos ellos si se analizara su construcción en un taller literario.
Dulzura distante la que vive ese Lucas Pereyra ─poco que ver con aquel Sostiene…─ al lado o frente a Guerra, la Belleza que le manipula. Las ciudades que tienen sus normas. Me habían hablado mucho de la obra. No suelo guiarme por los entusiasmos ajenos.