miércoles, 29 de febrero de 2012

Especulación financiera

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¿Tiene algo que ver la especulación financiera con las personas que escriben literatura? En nuestra ingenuidad juvenil, creíamos que no. ¿Cómo iban a habitar juntos ambos fenómenos, si la primera pretende el beneficio egoísta, a costa de lo que sea, y la segunda pertenece al ámbito de la creación, del altruismo? Para ser persona –pensábamos– es necesario amasar la existencia con las propias manos, desbastar la madera con sudor y, después, comer un bocado y beber un trago, en compañía, al resguardo del sol, antes de descansar a pierna suelta. La especulación, en cambio, no ofrece creación, no abre caminos; es más, salvo para la escasa gente que se beneficia de ella, la podemos asimilar a un virus maligno: encarece alimentos, viviendas, etc. En el pórtico de entrada a la vida −creíamos−, a ambos lados del mainel, se nos aparecían sendas puertas; si cruzabas una u otra, ya no volverían a encontrarse sus espacios.

James Salter (1925-) es un escritor de fama desde los años sesenta. Sus novelas, relatos, guiones de cine, artículos periodísticos… son de sobra conocidos. Su amigo Wink triplicó su dinero en la Bolsa de Nueva York, en los años cincuenta, y pudo dejar de ser piloto de caza en las Fuerzas Aéreas para dedicarse a la literatura. Leer Quemar los días (1997; en España, 2010), su libro de memorias (o reminiscencias), es adentrarse en la catedral por el vano de la derecha y comprobar que, adentro, el espacio se confunde, se entrecruzan los pasillos; que la neblina del amanecer no le deja vislumbrar con claridad las capillas; que se olvida de quiénes colocaron las piedras que ahora le cobijan.

En todo caso, una escritura deliciosa, que nos desliza sin esfuerzo (de nuestra parte) por los jirones de su existencia.

viernes, 24 de febrero de 2012

Barro, coraje y estrellas

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Dice la Bibliotecaria que, últimamente, agradece encontrar textos en los que las vivencias particulares de personajes de vida anónima se entretejen con situaciones sociales convulsas. En las que hay que elegir. En las que las hipotecas desaparecen y se bifurcan los caminos. Historias en las que no hay yo sin nosotras/os. Y, por ello, le leo estos versos de Riechmann −Acción de gracias−, mientras ojeo El corte bajo la piel:

El valor del amor no está en el amor
sino en tu alegría.
El valor de la lucha política no está en ella
sino en las cerezas, las muchachas y la buena atención sanitaria.
El valor de la libertad no está en la libertad
sino en la igualdad.
El valor de la igualdad no está en la igualdad
sino en la fraternidad.
Seguro que ya sospechas dónde reside
el valor de la fraternidad y no te engañas:
en la libertad.
El valor de tu alegría tampoco está en sí mismo
sino en el gozoso desorden
con que construimos horas de libertad
de cerezas de igualdad de lucha política de amor.

Pero estas cosas las sé
porque tú existes.

[Jorge Riechmann (1962-), adscrito al grupo de poesía de la conciencia, traductor de René Char y Heiner Müller, interesado en asuntos de ecología, profesor de filosofía moral en la universidad. Cuenta con portal propio en la Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes].

[Las imágenes son de David Hockney y de Tran Nguyen].

lunes, 20 de febrero de 2012

Tierra, fuego, agua, aire

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¿Cómo podemos entender hoy estos elementos? Sabemos que Empédocles, en el sigo V de la Grecia clásica, los fijó en cuatro –él los llamaba raíces–, constituyendo los componentes básicos de la materia del universo, en el sentido de que eran las formas fundamentales en las que se mostraba ésta (adquiriendo, según los momentos, las propiedades de calor, frío, sequedad y humedad). Aristóteles nombraría el éter como quinto elemento (ya añadido en la escuela pitagórica), más apropiado, por su pureza, para componer los objetos celestes. Poco después, Hipócrates, sostiene que las personas somos un microcosmos en el que se reproducen los elementos, ahora llamados humores, en forma colérica, melancólica, flemática o sanguínea.

Tenemos, así, una materia literaria que nos sirve para elaborar una historia de ficción abarcándola en su totalidad; para estructurarla en círculo (identificando, por ejemplo, los elementos con las estaciones o con los puntos cardinales), mejor dicho, en espiral (porque, en la vida, los círculos solo existen en nuestra mente); para definir a los personajes (con uno de los elementos o realizando mezclas); para imbricar personas y Naturaleza; para…

Es lo que hace la escritora húngara Magda Szabó (1917-2007) en La balada de Iza (traducida en 2008), obra que se publicó en 1963 con el título Pilátus. Presenta cuatro capítulos, cada uno de los cuales se denomina, sucesivamente: Tierra, Fuego, Agua, Aire. Las palabras de esta profesora de latín y griego, poeta, ensayista, autora teatral salen de sus textos y encuentran hueco en nuestras entrañas. Remueven (por unos días) los frágiles cimientos de nuestro estar. La balada a la que se refiere el título en español, es una canción popular de la zona:

La llama de las velas
en el castillo brilla,
al luto nos invitan
unas tristes melodías.

Sobre un alto catafalco,
en mitad de la sala,
yace el tierno cuerpo
de una bella doncella.

Blanca como la nieve
y pálidas las manos,
ya no brilla la estrella
de sus ojos apagados.

¿Por qué no seré yo quien
yace muerto y pálido,
en vez de esta flor cortada,
de esta bella doncella?

[Las ilustraciones son de Chagal].

miércoles, 15 de febrero de 2012

Amor, deber y muerte (amazonas)

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La Bibliotecaria comentó en alto, sin dirigirse a nadie en especial: «¿Matamos, por deber, lo que amamos?». Nevaba con cierto desdén. Miró a lo lejos buscando un trozo de tierra, allá en la ladera de levante, donde la nieve dejaba su poso sedeño. Ella provenía de la Anatolia, en el Asia Menor, donde las amazonas habían construido ciudades mirando al Mar Negro, con su capital Temisciro, en la que reinaba Hipólita junto a su hermana Antíope. De allí bajaron a lo que sería la Jonia y fundaron ciudades con sus nombres: Éfeso (Apasa), Esmirna, Sinope, Pafos… Ningún hombre tenía acceso a ellas. Solo eran las amazonas quienes, una vez al año, se acercaban a ellos y procreaban, educando a las niñas a su modo.

Valor y sabiduría en el combate perpetuaron su memoria. Y así se condujeron en el apoyo que prestaron a la ciudad de Troya cuando ésta estaba sitiada por los aqueos. En singular combate, Aquiles y Pentesilea se enfrentaron. La suerte cayó del lado del de los pies ligeros, el cual atravesó el cuello femenino con su lanza. Pero, al verla agonizar, el guerrero se lamenta de su acción, consciente de que está enamorado de aquella belleza. Dice la Ilíada (en su parte IV) que Tersites se mofó del sentimiento de Aquiles y que éste montó en su (conocida) cólera y mató al hijo de Diomedes [que era Tersites, claro, por si fuera poco el más pestoso de la expedición]. Afectado por la muerte de Pentesilea, dirigió su nave rumbo a Lesbos, donde ofreció sacrificios a Ártemis, Leto y Apolo.

La Bibliotecaria, apoyada la encintada frente en el cristal, se decía: «¿Existe la purificación?».

viernes, 10 de febrero de 2012

Temblor y rosa

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Durante la vida de Isaac Newton (1624-1726) no se le conocieron relaciones amorosas ni carnales con mujer (o persona) alguna. Su dedicación a la Ciencia fue tal, que orilló cuestiones y vivencias que para los humanos algo más mortales nos resultan fundamentales. Solitario, escasamente hablador, no encontraba placer en el roce humano, y, sin embargo, pasaba días y noches jugando con las conchas que tenía en las manos –él imaginaba que el universo era un inmenso océano (desconocido), ante el que sus conocimientos solo le hacían gozar de unas sencillas conchas cogidas en la playa−. Pero, habremos de exclamar −como el Fausto− si no fue un dios quien escribió la capital Philosophiae naturalis principia mathematica (1687). Podemos decir que acercó la verdad a la belleza, expresadas ambas en fórmulas matemáticas que explican el comportamiento de la materia, lo cual nos abre el horizonte de la existencia.

Inmanuel Kant (1724-1804) consideraba los principios de Newton como irrefutables y en su Crítica de la razón pura (1781) intentó plasmarlos y extraer conclusiones de ello (deduciendo, por ejemplo, que el sistema solar procedía de una nebulosa); en su primera parte se ocupaba de la estética, esa filosofía de la belleza. Si bien apreciaba la compañía y era hablador, pasó casi diez años en aislamiento antes de que publicase la obra. Pero es que, además, al igual que a Newton, tampoco se le conocen relaciones amorosas. En su casa, solamente había un cuadro: un retrato de Rousseau. Se dice que, poco antes de morir, una mujer le ofreció una rosa y Kant se estremeció. Con frecuencia nos hemos preguntado si lo hizo por el gesto de mujer o porque sintió esa extraña emoción de la belleza (a la que se refería Huxley) ante la rosa.

De lo intrincado de la obra de Kant, se libra su estudio sobre Pedagogía (1803), que comienza con las palabras: El hombre es la única criatura que ha de ser educada. Recomendable.

lunes, 6 de febrero de 2012

Amor y locura. Latidos y literatura

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Natalie Laborde, duquesa de Noailles, se sumió en la oscuridad de la locura hacia 1815. Antes, había gozado de prestigio en los salones del París convulso de principios del siglo diecinueve, una vez que había orillado la guillotina de los años del terror (algo que no consiguió su padre, Jean Joseph [nacido en Jaca], banquero de la Corte). Era culta, elegante, rica y dibujaba con gusto. De ahí que viniera a España en 1807 para reproducir monumentos y paisajes, con el fin de incluir sus instantáneas en la obra que estaba elaborando su hermano Alexandre: Itinerario descriptivo de España (6 vol., París, 1808).
Natalie despertaba admiración en los hombres y, en ocasiones, llegaban al romance. Es lo que le sucedió estos años con François René de Chateaubriand (1768-1848), prosista exquisito, también aristócrata con varios familiares en la guillotina. Su encuentro más pasional se dio en Granada. Natalie –llamada entonces Dolores− llegaba con sus pinturas. Él regresaba de un viaje a Oriente. De lo que ocurrió, dejó vivas pinceladas en la monumental (y algo difícil) Memorias de ultratumba: «Si atrapo a escondidas un instante de felicidad, se ve turbado por el recuerdo de aquellos días de seducción, de encantamiento y de delirio».

Pasaron los años. Natalie se evaporó. François René se retiró a su tierra de Bretaña. Recordaba (De todas las cosas que he perdido, es la única que echo de menos). Y así es como escribió, en 1826, un libro evocador de aquel lejano 1807: El último abencerraje, ambientado en la España del siglo XVI, donde sucede una relación imposible entre ella y él, entre el amor y la locura.

miércoles, 1 de febrero de 2012

Azul, blanco y oro

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Ha sido uno de los escasos lugares en los que este fin de semana ha caído nieve por los alrededores. La sierra del Moncayo quedó cubierta en la noche del sábado por un velo blanco que la realzaba al amanecer –senemque Caius nivibus, escribía Marcial−, que le proporcionaba el ocultamiento que adquieren las mujeres con la seda sobre el rostro. Una prenda que atrae y que miente. A mediodía, el sol quedó solo en el cielo, abriendo un escenario límpido, del azul de los lagos de altura. El calor resbalaba hacia el vértice de los valles glaciares, derramados entre sus picos, reflejando la luz hasta los pueblos cercanos.

Contemplando los colores, leía Los hermosos años del castigo, de Fleur Jaeggy (2009), cuando la protagonista está en un internado de las montañas suizas, en Appenzell (cercano al manicomio donde poco antes había vivido Walser, y en cuyas nieves había encontrado la muerte). «Para Sankt Nikolaus pasamos toda una tarde fuera del colegio […] Seguía nevando, los copos de nieve se acumulaban en las ventanas […] De paso, mientras hablaba, me pareció captar en su mirada una extraña luz, como lo copos de nieve, ligeros y efímeros, que parecen detenidos en el aire».

«Continúa leyendo», me dijo la Bibliotecaria, «me sirve esta Fleur. Mañana, a la vuelta, se lo contaremos a la Mujer Azul».