jueves, 26 de julio de 2012

Negocios, ciencia, belleza y Sibylla Merian

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«Mi vida no es nada interesante», le digo a la Bibliotecaria, «por eso me atraen tanto otros andares». En estos días pasados he estado disfrutando con la lectura de algunos textos sobre María Sibylla Merian (1647-1717), que llegó a ser una entomóloga reconocida y produjo alguno de los libros más bellos que existen, pues también era una consumada ilustradora y grabadora en cobre. Había aprendido a ello de niña en Frankfurt, donde nació, en el taller de su padre (que murió cuando tenía tres años), y en el estudio de su padrastro, que era pintor. De aquí pasó a la ciencia, pues dibujaba y pintaba al óleo y acuarela «gusanos, moscas, mosquitos y arañas», siendo para ello fundamental la capacidad de observación. Ello hacía que entonces las mujeres realizaran buena parte de la ilustración en astronomía, botánica, zoología y anatomía (al igual que numerosas monjas habían ilustrado manuscritos en el medievo).

En 1665 se casó y se trasladó a Nuremberg, donde abrió su propio negocio, en el que reunió a un grupo de mujeres como aprendices y ayudantes. Allí vendía «finas sedas, satenes y linos que había pintado con flores de su propio diseño» –¿qué no daríamos hoy por encontrarnos con estas prendas en las ferias de artesanía?–. Y, además, desarrolló un tipo de acuarela que admitía múltiples lavados. En 1679 publicó su primer libro: Maravillosa metamorfosis y especial nutrición de la oruga, en el que mostraba esta singular transformación –huevo, oruga, capullo y mariposa– con ilustraciones de múltiples orugas. Había comenzado su estudio con la intención de encontrar una variedad tan rentable como la del gusano de seda (interés que compartía con Leibniz y demás).

En 1685 abandona al marido y se marcha, con sus dos hijas (también ilustradoras), a una comunidad labadista en Walta. Unos años después se le concede el divorcio al marido –práctica ésta del divorcio bastante común en estos años por aquellas tierras–. De allí pasó a Amsterdam y, en 1699 (con 52 años), viajó a Surinam a estudiar la vida de los insectos. Afectada de malaria, regresó a los dos años, con gran cantidad de animales, plantas e ilustraciones que vendió para costearse el pasaje. Y se sumió en su principal obra científica: Metamorphosis insectorum surianensium. En sesenta planchas incluyó dibujos de insectos y plantas (algunas no conocidas en Europa) y citó lo conocido hasta entonces en ciencia [Internet nos permite disfrutar de ello]. Imprimir la obra resultó caro: 45 florines. Pero fue reconocida de inmediato y pasó a bibliotecas y academias. Ya en 1717 el zar (que tenía un retrato suyo colgado) compró dos volúmenes por 3.000 florines.

La ciencia la ha reconocido poniendo su nombre a dos escarabajos, seis plantas y nueve mariposas.

viernes, 20 de julio de 2012

¡Por las seis horas! (Los documentos)

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A la Bibliotecaria le gusta hablarme de lo que le cuentan en su trabajo. «Parece mentira –me dice– lo que da de sí el tiempo que tardas en prestar unos libros o unas películas. ¡La cantidad de cosas que pueden transmitirse entre dos personas en esos breves instantes! A veces, rozan con profundas preocupaciones de quienes se ponen delante de ti». Y como en estos días estamos con los temas económicos arriba y abajo, me suelta: «¿Sabes que en España, hace ochenta años, se llevó a cabo una gran huelga pidiendo las seis horas de trabajo diarias?» «¡No me digas!», le contesto. Y saca del bolso las fotocopias que le han dado de un periódico de La Coruña con el nombre de Solidaridad Obrera.

«Pues resulta –prosigue– que las ocho horas (de donde proviene el Primero de Mayo) se fueron consolidando desde principios de siglo. En la década de 1920, las organizaciones obreras comenzaron a plantear la posibilidad de trabajar seis horas con el fin de repartir la actividad y paliar en buena medida el paro. En la de 1930 comienzan a calcular que, viendo lo que se produce a nivel nacional, sería suficiente para vivir holgadamente el acudir durante cuatro horas al tajo. Como los medios de producción estaban en manos privadas, decidieron que con seis horas quedaba suficiente beneficio para los dueños. Es así que en La Coruña, en el otoño de 1933 inician una huelga general en el Ramo de la Construcción con esta reivindicación, que no solo es económica, sino fundamentalmente social, pues deja tiempo para dedicar a la cultura».

Efectivamente, aparece en esas hojas lo que era una huelga reivindicativa que dura varios meses. El resto de actividades de producción pone en marcha la maquinaria de la solidaridad. El gremio de panaderos fabrica pan en horas libres; los sindicatos agrarios aportan patatas y alubias; el de peluquería atiende gratis a los huelguistas; los sindicatos aportan cantidades para costear la propaganda y distribuir equitativamente los fondos (que a los once meses alcanza a 44.000 ptas., ¡toda una fortuna!). Y ello, con estadillos periódicos de cuentas del contador y tesorero, y supervisados por una comisión de cinco personas.

¡Tiempos! (Tres años después se firman dos convenios, en Construcción de Sevilla y Madrid, que contemplan las seis horas diarias. Pero vino el 18 de julio y…). Y era cuando todavía no habíamos probado los productos de la sociedad del bienestar.

martes, 17 de julio de 2012

Sin rumbo. Deseos

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A la fuente del deseo

quiere mi madre que corra

para ver si encuentro un socio

de los mejores de Europa

Y así estamos, sin rumbo. Sólo con una fe atea en que los indicadores comiencen a darnos un respiro. Pero sin que nadie sepa por dónde nos da el aire. El pueblo es como la felicidad: aparece algunos momentos, para después diluirse durante tiempo y tiempo. Si existió alguna vez el pueblo como fuerza decisoria –algo que no tenemos nada claro ahora–, en esta época que nos toca vivir es un cero a la izquierda. Ni siquiera nos planteamos qué es eso del pueblo. Hay una situación financiera comprometida que traslada sus efectos negativos a todos los órdenes del tejido social y esperamos que alguien dé en la solución a tal cataclismo.

«Somos los que más valemos: somos los que movemos todo el engranaje social, sin cuyo movimiento la vida se paraliza y el mundo va hacia el abismo», decía el periódico de una organización sindical bastantes décadas atrás. Ya no tenemos esa percepción. Tal vez porque hemos probado los productos de la sociedad del bienestar o porque juegan con nuestra existencia o...

miércoles, 11 de julio de 2012

PERDÓN POR SER FUNCIONARIO

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Un poco harta de la suerte que estamos corriendo los funcionarios públicos quiero pedir perdón públicamente por serlo.

Si perdón, perdón a todos los españoles:

o         A todos los que durante años de bonanza se han estado llevando dinerito a casa en sobres que nunca pasaban por el fisco, sobres repletos de billetes de esos que dicen que son morados pero que los funcionarios por desgracia desconocemos su color. Vale reconozco que los morados no los han visto todos, pero un sobrecito por un sábado extra o por un par de horas de mas, siempre se ha dado en la empresa privada.
o         A todos los que tienen un puesto de trabajo por enchufe, eso también ha estado muy de moda en España. Yo como venía de cunita humilde no tenía de esos y tuve que estudiar. Mientras compañeros de carrera disfrutaban de puestos privilegiados, yo estaba en trabajos precarios y estudiaba en mis ratos libres para conseguir un puesto de esos que publicaban en los boletines y a los que todos teníamos acceso, ahora parece ser que también por esto tengo que pedir perdón.
o         A todos los políticos y cargos escogidos a dedo por las administraciones que tienen sueldos estupendos, dietas extraordinarias, horarios sin exigencias, posibilidad de tener dos puestos de trabajo (porque la administración sólo tiene incompatibilidades para los funcionarios), a todos esos perdón también, perdón porque se ha derrochado dinero y si ahora hay que recortar seremos los de abajo, los que estudiamos para llegar a la administración, no los que llegaron a dedo, seremos nosotros los que ampliemos nuestro horario, reduzcamos nuestro sueldo y regalemos alguna paga extra, el resto a seguir disfrutando que como dice mi abuela, el que manda tiene la sartén por el mango.
o         Como todo trabajador durante mi jornada laboral tengo un ratito de descanso (al menos de momento, lo digo bajito porque igual me lo quitan), y SI en ocasiones lo utilizo para hacer la compra, como todo trabajador que trabaja en la empresa pública o privada puedo tomar un café, pero como mi sueldo cada día es más pequeño cada vez tomo menos y aprovecho esos ratitos para hacer recados. Las trabajadoras del supermercado y la de la limpieza del portal de frente hacen lo mismo pero es diferente porque ellas no son funcionarias. De nuevo perdón.
o         Además disfruto de unos días que se llaman moscosos y por eso también quiero pedir perdón, ¿qué es eso de los moscosos? ¿es que todos los ciudadanos tienen que pagar impuestos para que yo me vaya de vacaciones? ¡qué vergüenza!, a cambio de esto no tengo ningún puente y además trabajo los sábados sin retribuir, vamos que cuando hablan de las jornadas de los funcionarios yo tengo que hacer como que los sábados que trabajo al año, no son jornada, total para lo que voy a hacer en casa y con el frío que hace en mi ciudad mejor estoy trabajando que para eso pagan basuras mis vecinos,  para que yo trabaje gratis. Perdón por los moscosos.

Seguro que me he dejado algo en el tintero, perdón por ello como soy funcionaria, entenderéis que soy vaga y despistada, así que supongo esto si que tiene perdón.

viernes, 6 de julio de 2012

Palabras envenenadas (habladas)

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«La verdad no se nos escapará», escribe Gottfried Keller (1819-1890, autor de Enrique el Verde). «Y no se les está escapando a quienes comercian –me dice la Bibliotecaria–. Cada vez que escucho la radio o veo la televisión me entra tal desánimo que casi no tengo fuerza de apretar el mando para apagarla. Al ver o escuchar un programa de noticias o debate, resulta que quien lo presenta me está diciendo que tal marca de coches es la idónea para ir este verano de vacaciones o que lo puedo hacer en tales hoteles o que puedo tomarme un aperitivo con tal marca de vino acompañándola de un exquisito jamón. Y todo ello sin variar el tono de voz, sin habilitar un espacio específico que diga esto es publicidad».

«Resulta –continúa– que las masacres de Siria son iguales a las gotas de colonia; que el endeudamiento (de quien lo padece) es similar al traje de aquella modista; que los desalojos de viviendas se endulzan con estas galletas. No, no se les escapa la verdad. Confundimos las calles, las minas, las nubes. Si nos dicen que cobraremos un 10% menos, no sabemos exactamente a qué se refieren. Si nos quedamos sin trabajo, nadie es responsable. Si gritamos, ¿qué demonios decimos?».

«Ya –le contesto–. Solo nos levantará la poesía, cuando decida variar el rumbo que apuntaba Crémer (a los 95 años):

Y los poetas

olvidaron a sus muertos, convencidos

de que la música de Vivaldi, por ejemplo,

era más valiosa que mil muertos en la India

o que veinte millones de trabajadores parados

en la putrefacta Europa».

[El cuadro es de Théodore Cassariau, Una pequeña poetisa árabe. La inicial es un anuncio de pintura].

lunes, 2 de julio de 2012

Jara y piedra (semejanzas en flor)

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Paseamos por el sendero que lleva al antiguo lavadero. Bajo las encinas no es aplastante el agobiante calor de campo abierto. La jara ha abierto sus puertas y deja de ser una planta anodina para alegrar el paisaje con esa flor tan característica. «No me considero una persona lectora», le digo a la Bibliotecaria. «¡Cómo puedes decir eso! –me contesta–, ¡si has leído miles de libros!». «Todo lo que tú quieras, chica, pero es así. Cuando leo un libro no lo tomo como una obra acabada, redonda, con sentido en sí misma. Leo y me quedo con unas partes o con otras, un diálogo, unas frases, una descripción… sin sentir que todo va en el mismo paquete. Seguramente es lo mismo que me sucede con las personas». La hierba, con humedad suficiente, va cubriendo los muretes biselados en los que se restregaba la ropa.

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Recorremos Salamanca. Las ménsulas sujetan los pilares que nacen a mitad de la pared exterior de la cilla, descargando el edificio de la pesadez de la piedra, en el huerto de los dominicos. Le digo a la Bibliotecaria que son jaras, coqueterías, adornos de lucidez, pesares, enseñanzas de maestros arquitectos que ponían allí su libertad. Al contrario de lo que me sucede con los libros, esta ciudad sí que la percibo como una obra única, acabada. Ella ríe, me mira sin disimular la sonrisa y dice que me alimento de ideas peregrinas. La invito (para algo estamos en mi ciudad).