Joseph Alois Schumpeter (1883-1950) es un personaje que, en principio, no traeríamos a nuestra bitácora. Posee unas características que lo alejan de nuestros ideales. Por un lado, sobre todo en su primera época, tiene arrogancia de gente poderosa, de alta cuna, y mira compasivamente a las personas de rango inferior –o sea sé, el común de los mortales–, convencido de que no dan la talla para la mayoría de actividades nobles (inteligentes). Por otro, su relación con el nazismo deja bastante que desear. Además, muestra una apetencia de notoriedad y prestigio que nos lo hacen antipático. Pero no acaba ahí su personalidad, manifestándose compleja y paradójica en su discurrir por la vida, además de interesante, muy culto y entregado a la enseñanza, lo cual sí lo introduce en nuestro blog. Y, en especial, viene aquí porque retó en duelo a un bibliotecario celoso de sus pertenencias, para que consintiera en conceder a los estudiantes acceso más libre a los documentos de sus dominios.
Ello sucedió antes de su crisis. Este economista austriaco, uno de los más brillantes del siglo veinte, se casa en segundas nupcias (contra cualquier pronóstico) con una mujer de origen humilde, parece que por amor (dentro de lo que pueden asegurarse esas cosas). No tiene fortuna y, al año siguiente, muere ella al dar a luz y el hijo de ambos, y también la madre de él, siendo que eran las dos mujeres con las que mantenía un fuerte vínculo (tanto que lo continúa manteniendo de manera religiosa). Casi llega al suicidio. A partir de ahí su carácter es afable, desapareciendo la superioridad con que se conduce con los estudiantes, y estableciendo con ellos relaciones cercanas. Antes de ello –decimos–, cuando se irritaba con frecuencia, se enfrentó con el bibliotecario de la Universidad de Czernowitz porque éste no facilitaba la consulta de libros que él recomendaba en clase. Como las palabras iban subidas de tono, el bibliotecario lo retó a duelo de espada y Schumpeter aceptó, resultando que le rebanó un filete del hombro al buen guardador de libros. Posteriormente se hicieron amigos.
Hoy en día, Schumpeter está siendo revalorizado, sobre todo por parte de los economistas conservadores. McCraw, biógrafo reciente, compara su escritura con las sinfonías de Beethoven, es decir, grandiosas y románticas, pero necesitadas de escucha paciente, pues de entrada no se perciben sus virtudes. «Consagré mi vida a la razón», escribió. Cierto que tiene algunos libros para recordar, como el de
Historia del análisis económico (traducido al español en 1971, recientemente reeditado), del que M. Grice-Hutchinson dice: «La he estado leyendo desde que apareció en 1954 y quiero seguir haciéndolo tanto tiempo como me sea posible. Cuando estoy fatigada la abro al alzar y, al cerrarla, nunca dejo de sentirme reanimada y fresca».
Ya le digo a la Bibliotecaria: «Si quieres, nos entrenamos en el otoño».