Ello sucedió antes de su crisis. Este economista austriaco, uno de los más brillantes del siglo veinte, se casa en segundas nupcias (contra cualquier pronóstico) con una mujer de origen humilde, parece que por amor (dentro de lo que pueden asegurarse esas cosas). No tiene fortuna y, al año siguiente, muere ella al dar a luz y el hijo de ambos, y también la madre de él, siendo que eran las dos mujeres con las que mantenía un fuerte vínculo (tanto que lo continúa manteniendo de manera religiosa). Casi llega al suicidio. A partir de ahí su carácter es afable, desapareciendo la superioridad con que se conduce con los estudiantes, y estableciendo con ellos relaciones cercanas. Antes de ello –decimos–, cuando se irritaba con frecuencia, se enfrentó con el bibliotecario de la Universidad de Czernowitz porque éste no facilitaba la consulta de libros que él recomendaba en clase. Como las palabras iban subidas de tono, el bibliotecario lo retó a duelo de espada y Schumpeter aceptó, resultando que le rebanó un filete del hombro al buen guardador de libros. Posteriormente se hicieron amigos.
Hoy en día, Schumpeter está siendo revalorizado, sobre todo por parte de los economistas conservadores. McCraw, biógrafo reciente, compara su escritura con las sinfonías de Beethoven, es decir, grandiosas y románticas, pero necesitadas de escucha paciente, pues de entrada no se perciben sus virtudes. «Consagré mi vida a la razón», escribió. Cierto que tiene algunos libros para recordar, como el de Historia del análisis económico (traducido al español en 1971, recientemente reeditado), del que M. Grice-Hutchinson dice: «La he estado leyendo desde que apareció en 1954 y quiero seguir haciéndolo tanto tiempo como me sea posible. Cuando estoy fatigada la abro al alzar y, al cerrarla, nunca dejo de sentirme reanimada y fresca».Ya le digo a la Bibliotecaria: «Si quieres, nos entrenamos en el otoño».
Un duelo por los libros. Qué singular. Normalmente nadie se preocupa por ellos. Bueno, sí, pero para quemarlos. No creo que fuera el caso de estos dos aguerridos soldados, que hubieran hecho filetes al primer bombero dispuesto a aplicar 451º Fahrenheit a la biblioteca.
ResponderEliminarPues me gusta la idea, podemos poner salas de esgrima al lado de las bibliotecas y practicar un poco...de todo.
ResponderEliminarSí que es singular, ebge, que un profesor se acerque a la biblioteca y esté dispuesto a jugarse el tipo por los libros.
ResponderEliminarNo estaría mal, Esther, lo de las salas paralelas, aunque ahora con lo de la crisis...
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