A veces elijo las lecturas caprichosamente. Esta vez ha sido así. He paseado por la sección de ficción de la biblioteca pública y me he dicho voy a leer el primer libro que haya en las estanterías. Y ahí estaba la signatura “N AARON, Soazig nod” en la parte baja del lomo blanco de un volumen abarcable.
El no de Klara de
Soazig Aaron está escrito en 2002 en el país vecino. A pesar de haber
transcurrido tan solo veinte años, se nota la diferencia del papel empleado en
los libros; este despide olor a celulosa al abrirlo, y ello me produce
estornudos de vez en cuando; quiero pensar que en la actualidad se emplea un
material de mayor calidad. Aun así recorro sus páginas con atención. Llega,
incluso, a transportarme, esa sensación que se produce en contadas ocasiones
cuando abrimos un relato. Soazig (1949) es escritora y ha sido librera en París
hasta que se ha establecido en el campo en su ciudad natal, Rennes.
El no de Klara narra la vuelta de una superviviente de Auschwitz a París en 1945, escrito en forma de diario, pero sin serlo. Así pues, no es un testimonio, «es una ficción. Es ahí donde se sitúa el milagro. Es ahí donde arraiga y prolifera la felicidad abominable y luminosa de esta lectura. Eso es lo que le da su incalculable valor», según anota Jorge Semprún en el prólogo que aporta a la obra, en el que se asombra de la calidad de la misma.
No
es una historia de lamentaciones; es una muestra de frialdad, estupor, fuerza y
violencia de alguien que vuelve a la civilización y no es capaz de adaptarse a
los códigos de la vida cotidiana.
Una
elección caprichosa sorprendente. Salud