El inicio de cada temporada
en el club de lectura es una época especial. Desde los meses veraniegos de
ausencia, bailamos en torno a la sorpresa ‒¡ay, con qué comenzaremos!‒. Este
otoño, en La Recolectora, lo hicimos con Daniela
Astor y la caja negra de Marta Sanz. No decepcionó. Para completar el
descubrimiento (o la confirmación), el pasado martes, día 20, acudimos (quienes
podíamos) a escuchar a la autora en la charla que daba en los locales del Museo
de la Evolución Humana ‒tan propio‒ para presentar su último libro: Clavícula.
Se agradece el encuentro
personal. En él se despliega el lenguaje no verbal. El cuerpo se mueve. Las
manos (que escribieron) dibujan el aire. Las palabras cobran sentido en este
escenario. Sí, es verdad, sus libros son lupas. Se resisten a las melodías de
escaparate. Prefieren la variedad de registros, las armonías, las disonancias.
¿Revolución? No diríamos
tanto. Esa palabra es muy seria e implica renuncias y sacrificios vitales que
no se hallan aquí presentes, que no llegan a extremos (o, al menos, nos
parece así). Inconformismo sí. Marta Sanz se halla en una de las literaturas
del momento. Tiene voz. Sin preocupaciones por ser complaciente con lo que se
lleva. Recuperando el lenguaje de calle que nombra los afanes cotidianos desde
el cuidado y la precisión. Frescura que pueda tomarse ‒hay quien lo hace‒ por
periodismo o ensayo. Autobiografía con la virtud de transcender lo particular, de abrir
el biombo que separa fondo y forma, privado y público, cuerpo y espíritu.
A Daniela siguieron (en nuestra Casa Redonda): Tuya, de Claudia Piñeiro; Todo
lo que hay, de James Salter; Momentos
estelares de la humanidad, de Stefan Zweig; y estamos ahora con El asombroso viaje de Pomponio Flato, de
Eduardo Mendoza.
[El lector (fotografiado por
Chus) es un recolector. Salud. A la espera de que la Vida analice las
clavículas de quienes gobiernan la res
publica].