viernes, 28 de septiembre de 2018

Cárcel (Emmy Hennings, de Ángel Dadá a Monte Verità)

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Ha llegado la garza de otoño al Arlanzón. Cada año solemos verla posada en las aguas o en el vaivén de las ramas en los chopos del paseo. Qué casualidad, su figura me recuerda algunos retratos de Emmy Hennings (1885-1948), escritora y actriz alemana, cofundadora (junto a su compañero sentimental de entonces Hugo Ball) de Cabaret Voltaire en Zúrich en 1916, local en el que se produce el nacimiento del movimiento Dadá, al que ella se adscribió en el primer momento, pero del que renegó (con Ball) muy pronto, para llevar una vida ascética en el cantón suizo de Tesino (en el conocido Monte Verità, al que también llegaron H. Hesse, Isadora Duncan o Jung).
Parte de su azarosa existencia la narra en Cárcel, novela autobiográfica editada en 1919, que refleja la estancia que tuvo que pasar entre rejas, después de que fuera denunciada por un hombre al que había robado, en la época en que ejercía la prostitución para la supervivencia, más o menos hacia 1914. La singularidad del relato, apoyado en frases breves y espontáneas, en un primer momento; los tipos de personas que dibuja, en especial con los diálogos y con párrafos secuenciales, hacen de este texto un espacio inesperado y de denuncia del sistema judicial alemán de momento hacia las mujeres. Sorprende que esta denuncia la haga una mujer sin apoyo de estatus burgués, lo que era corriente en las mujeres que se atrevieron a hacerlo (caso de Else Lasker-Schüler o Sophie Taeuber-Arp).
La traducción que se ha hecho en 2018 incorpora poemas del primer libro de Hennings, Estrofas del éter (1913). «En el sur el agua susurra como seda, / vivimos en estrechas celdas, / a través de los barrotes penetra en pequeñas olas / la añoranza por el lejano brezal».
"A donde dirigimos nuestros pasos voluntariamente, ahí está nuestra casa".

sábado, 22 de septiembre de 2018

Literatura de actualidad (con Mónica Ojeda, Lina Meruane y A. M. Homes)

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Al no tener costumbre de leer literatura moderna, decidí al inicio de verano adentrarme algo en sus relatos. Sin método, bastante al azar. Cayó en mis manos en primer lugar la novela Fruta podrida (2015), de la chilena Lina Meruane (1970), a la que siguió Mandíbula (2018), de la ecuatoriana Mónica Ojeda (1988). Alterné ambas con Ojalá nos perdonen (2012), de la neoyorkina A. M. Homes (1961). Seguramente por aquello de que la gente de algunas razas se nos parecen, también he tenido una sensación semejante con esta literatura. Un lenguaje directo, descarnado a veces, con violencia latente en muchas de sus escenas, en donde el cuerpo no es tabú, que desarrolla las historias con agilidad, si bien no exento de reflexiones y descripciones del entorno.
Las obras de Meruane y de  tienen protagonistas femeninas ─dos cada una─, que cuentan con edades de juventud y primera madurez. Eligen escenarios aislados, situados en la naturaleza. Las protagonistas, en sus situaciones enfrentadas, resultan dependientes entre sí. La vida que asoma en un cuerpo joven, que no tiene inconveniente en despreciarla, y la vida que se asienta en un cuerpo hacia la madurez, que ya ha previsto las trampas de la perfección. Abordan los discursos de las instituciones de enseñanza y de salud médica, y la violencia con que ambos imponen sus intereses y sus criterios. Son, además, una crítica a esos sistemas, en la certeza de que las propias novelas forman parte de su producción.
La novela de Homes, diríamos, es algo más pulp-fiction (y más voluminosa), pero se disfruta con ella igualmente. Los diálogos, de frases breves, la sustentan. Violencia de hombres, algo de sexo y, al final, la página de agradecimientos a personas cercanas y lejanas (de Inglaterra, Francia, Holanda, Italia), como si de un libro de ensayo se tratara. También, una persona madura y una pareja de adolescentes ─chico y chica─, inmersas en ambientes pluriétnicos, y, por supuesto, perro y gato, con su canguro, mediando un viaje a África. Observaciones sagaces para describir la podredumbre de lo que damos en llamar el alma media estadounidense. Todo ello en 365 días.

domingo, 16 de septiembre de 2018

Sobrevivir con la muerte de Charlie Hebdo (Levedad)

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Una joven ilustradora de 25 años, Catherine Meurisse, es contratada, ante su asombro, para la plantilla de la revista que admiraba, Charlie Hebdo. Diez años más tarde, la mañana del 7 de enero de 2015, después de pasar una noche en vela a causa de un desengaño amoroso, se levanta desoyendo al despertador y llega con bastante retraso a la reunión del equipo de redacción de los miércoles. En el intermedio, los hermanos Kouachi han entrado en el local y perpetrado un atentado (que ella llama matanza).
Para quienes, de una u otra forma, salvaron la vida, les cayó plomo en las alas; al modo de Pompeya, la existencia les quedó petrificada. A partir de ese momento comenzaban los días negros, al lado de una escolta permanente y sometiéndose a diversos tipos de terapias. Aunque solo la voluntad de cada cual, entre la ayuda mutua, irá abriendo pequeñas ventanas de luz. Fundamentalmente, con la búsqueda de la belleza ─«Soy hermosa, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra», les decía Baudelaire─, en un camino contrario al de Stendhal («Primero el desvanecimiento interior, debido al shock del atentado […] Alejado ya el caos, la razón se reanima y se recupera el equilibrio junto con la percepción […] Esa belleza que me salva, devolviéndome la levedad»).
En febrero de 2016, Catherine termina el álbum que acabo de ver y leer, en el que dibuja y escribe el devenir de ese tiempo. La amistad y la cultura o, lo que es lo mismo, la belleza, les hacen llevadero el peso de los mil años que, en un instante, les habían caído.
En realidad, es hermoso este libro.

lunes, 10 de septiembre de 2018

El guardia, el poeta y el prisionero (Yun Dong-Ju)

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Lo cojo lo dejo lo retomo lo orillo levemente… Así he estado con este libro del surcoreano Lee Jung-Myung, El guardia, el poeta y el prisionero (2014), construido sobre tópicos ‒la quema de libros, el guardia cruel que se humaniza con la poesía, la memorización de textos, los palimpsestos, etc.‒ y, al tiempo, engranado sobre unos personajes definidos, que en muchos momentos muestran profundidad, además de ambientarlo en la cárcel japonesa de Fukuoka en los años 1944 y 1945. Entre sus temas, el de la lucha del pueblo coreano por zafarse del yugo imperialista japonés.
Una notable parte de la trama la sustentan un guardián, carcelero despiadado ‒obediente‒ que será asesinado en circunstancias oscuras, y el poeta coreano Yun Dong-ju (1917-1945), el cual había estudiado en universidades japonesas, para lo que tuvo que cambiarse de nombre, lo que le producía una vergüenza tal, que impregnará sus poemas. A causa de experimentos médicos con sustancias químicas, el poeta fallece en febrero de 1945. No había publicado nada en vida, pero en 1948 se editaron juntos, bajo el título Cielo, viento, estrellas y poesía, los tres manuscritos que había dejado (que vieron la luz en español en el año 2000).
Sus poemas tuvieron un gran impacto. Combinaban ingenuidad, belleza y resistencia.  La otra patria: «La noche de mi regreso a casa / mi sombra me sigue y se acuesta a mi lado. // Mi habitación oscura conduce al universo / y el viento me sopla en la cara desde algún sitio, desde algún cielo. // Contemplo la sombra que se marchita dulcemente en la oscuridad. // ¿Soy yo el que llora? // ¿O la sombra? / ¿O mi alma bella? // El perro fiel / ladra toda la noche a la oscuridad. // El perro que ladra a la oscuridad / debe de perseguirme a mí. // Corre, corre, / corre como un fugitivo. / Huye de la sombra, / ve en busca de otra patria hermosa».

martes, 4 de septiembre de 2018

Migrantes en el pueblo (tierra adentro)

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He estado unos días en el pueblo (Castilruiz, Soria). Cada vez que voy allí por estas fechas, me pregunto por qué llaman así a los girasoles, pues sus cabezas amarillas siempre están mirando al este, sin moverse. Sea como sea, son un regalo para la vista, al igual que las golondrinas rondando los montones de trigo en los alrededores del silo, las campánulas entre los juncos, los ciervos acercándose al barranco húmedo, las espigas despistadas en las laderas de los ribazos o las mariposas volando entre la hierba.
Pero ni aun allí podemos evitar los ecos de la migración, de su tragedia. Leo en los caminos el libro Tierra adentro. Vida y muerte en la ruta libia hacia Europa (2018), del periodista Karlos Zurutuza (1971), que lleva viajando a Libia desde los momentos de la primavera árabe de 2011. El panorama actual del país no puede ser más desalentador. Una serie de ciudades-estado se disputan este comercio humano en el triángulo de Lampedusa (con Misrata y Sabrata).
Un mundo cambiante, al que el propio periodista no se atreve a poner reglas, pues las empalizadas en las que se asientan pueden variar ‒de hecho, lo hacen‒ en cualquier movimiento interno o externo. Las ramificaciones de la actividad costera llegan (o provienen) hasta las ciudades de desierto (Sabha o Gatroun), controladas por tuaregs o por tubus, a los que se unen los bereberes del norte o el ISIS.
Aquí me entero de que subirse a una patera es la menor de las adversidades que enfrentan durante meses (o años) quienes vienen en ellas.
[La pintura es del escritor sirio Omar Delawer].