Escuchábamos ayer una charla que
hablaba de la lucha de las mujeres latinoamericanas por sus derechos sexuales y
reproductivos, organizada por la Red Alternativa de Grupos de Burgos, la cual lleva
realizando esta actividad un martes mensual desde los últimos años.
Educación sexual para decidir
sobre su cuerpo y disfrutarlo. Acceso a la anticoncepción para prevenir
embarazos no deseados. Aborto para evitar la muerte. Tres sencillas
reivindicaciones de estos grupos de mujeres. Y aquí venía uno de los datos
escalofriantes: la enorme cantidad de violaciones que se producen en esa
tierra, en las que casi dos terceras partes son sobre menores, la mayoría de
las cuales se llevan a cabo en el ámbito familiar. Aun así, parte de los países
prohíben el aborto, ni siquiera por razones de salud vital, para estas niñas que
o bien mueren o bien son estigmatizadas de por vida, y, cuando lo contemplan
sus leyes, los inconvenientes que plantean los Juzgados si eres pobre e indígena
suelen llevar a que se niegue. (El reciente caso de Nicaragua que, después de más de cien años de estar contemplado el aborto terapéutico en su legislación, ha sido suprimido por influencia de la jerarquía católica y líderes de grupos espirituales).
Daba la casualidad de que ayer
había echado una ojeada a Guerra en el
club de la miseria, de Paul Collier (autor que se hizo popular en 2008
cuando publicó El club de la miseria,
centrado en lo que él llama «Estados fallidos»), que echa una ojeada a África,
continente que es, junto a esta zona de América, la parte del mundo donde hay
más embarazos de menores. Parece que la enfermedad y la violencia acompaña a la
humanidad desde sus inicios; la primera ha retrocedido por efecto de la
ciencia; la segunda no está tan claro que lo haya hecho en estas zonas, si bien
en una primera mirada se emplea menos para la conquista del poder (pues no está
bien visto en los países ricos, que son quienes dan las ayudas o imponen
embargos), resulta que las democracias que se han instalado están fuertemente
condicionadas por grupos que no dudan en el empleo de la violencia ‘pacífica’.