lunes, 31 de marzo de 2014

Amor... y algo más

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El pasado jueves me decía la Camarera que había leído unos comentarios de Alessandro Baricco sobre su novela talismán, Seda (1996), en los que decía que si solo fuera una novela de amor no habría merecido la pena escribirla. Y, después ‒mientras me dejaba una teja extra en el platillo, con ese gesto de que sabe que me gustan a rabiar‒, casi me recitó completo un poema que había leído en enero en un sitio web donde colocan uno cada mes, llamado Poesía a pie de calle.
«A ese poeta lo conozco bien», le dije. Roque Dalton (1935-1975) nace y muere en San Salvador, si bien estudió en Santiago de Chile y viajó por Rusia y Polonia. «Y sí, en muchas ocasiones tiene ese algo más»:
Como tú
Yo, como tú,
amo el amor, la vida, el dulce encanto
de las cosas, el paisaje
celeste de los días de enero.
También mi sangre bulle
y río por los ojos
que han conocido el brote de las lágrimas.
Creo que el mundo es bello,
que la poesía es como el pan, de todos.
Y que mis venas no terminan en mí
sino en la sangre unánime
de los que luchan por la vida,
el amor,
las cosas,
el paisaje y el pan,
la poesía de todos.
Poesía a pie de calle es una colección de poesía mural, iniciada en junio de 2013, promovida por Asociación Cultural La Zagüía, en la que participan diversos colectivos: La Palabra Itinerante, La Casa con Libros, etc.

miércoles, 26 de marzo de 2014

Libros (¿perniciosos?)

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Si habitamos en el número 55 de la Avenida Dropsie, en pleno Bronx, en uno de cuyos extremos podemos tomar el metro alto en la estación volada que allí se levantó (sobornando el constructor del barrio al ingeniero jefe), es que andamos por un espacio literario privilegiado, estamos en las páginas de Contrato con Dios (1978), novela gráfica esencial en la literatura de este género, debida a la pluma y el lápiz de Will. E. Eisner (1917-2005). «Relatos costumbristas, rebosantes de ternura debido a la condición humana» de quienes viven aquí. Solo podríamos añadirle alguno de los personajes que pululan por las páginas de la obra de E. L. Doctorow, tal los vendedores de periódicos ‒canillitas‒ de principios del siglo XX y tenemos en las manos, entre los dedos, ese mundo de papel.
Pero, cuántas veces discutiremos todavía sobre este regalo del destino. ¿Perecerá en su forma clásica? ¿Serán digitales dentro de veinte años? No lo sabemos. Lo que sí me gustaría ahora es reflexionar sobre lo que escribía Ramón Pérez de Ayala (1880-1962) acerca de la lectura temprana: «Sí, Urbano mío; los libros son mi vida, mi mundo, mi naturaleza, y no podría vivir sin ellos. No hagas caso si los abomino. Pero, ¡por Dios!, no leas libros. Quiero decir, no leas libros todavía. Léelos luego, todos los que puedas, a tu tiempo; que colaboren en tus reflexiones sobre tu vida pasada, pero que no se antepongan a tus experiencias provocándote la embriaguez de una vida imaginaria que te dejará inútil para la vida verdadera.

»Los libros son como las fuerzas elementales, como el agua, el fuego, el aire, la tierra, el amor; mortales si te dominan y envuelven, el mejor don de los cielos si los señoreas y limitas en el cauce, en el hogar, en la vela, bajo los pies, en el pecho. ¡Abrázate recio con la vida y con el amor! Oye mis palabras como el grito de angustia de un hombre que quiere salvarse. Tu tabla salvadora la tienes cerca. ¡Abrázate con la vida y con el amor!».
Tal vez el contrato realizado en las lecturas de la niñez..., no se cumple.

viernes, 21 de marzo de 2014

Engaños y Universidad

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Cuando Kangjie observó por primera vez los dibujos de las huellas de los pájaros y creó la escritura, la vida se llenó de engaño y artificio.
Así habla la tradición china respecto de la invención de la escritura por parte del ministro del Emperador Amarillo. Y otros poetas de esta civilización ‒Li Bai (Alzo mi copa y convido a la luna. / Con mi sombra, ahora somos tres), Du Fu (La guerra fue la causa de mi vagar. / Si he logrado sobrevivir, / ha sido por casualidad), o Bai Juyi (¿Quiénes son esa gente? / pregunta un curioso. / Son los mandarines / que nos gobiernan)‒ llegan a ser consejeros del emperador y, al ver que el engaño y la adulación es la monedad corriente del Poder, reniegan de sus cargos y vuelven a su beatus ille.
Yo, en esta isla de conocimiento como es una biblioteca universitaria, me conformo con volver de vez en cuando a Krisnamurti (1895-1986), el hombre al que quisieron endiosar y entronizar, pero que se negó a fundar su religión. En una conferencia que da en la argentina Universidad de La Plata, en 1935, le preguntan: «¿Qué hacer de la universidad oficial?» Y responde: «Estáis educando aparte. Un sistema semejante crea desórdenes en el mundo. Se os prepara para profesionales o educadores. Se os prepara para ensamblaros en un régimen hecho; os guste o no. Este régimen se basa en el espíritu de adquisición, miedo y explotación. Estos tres factores dejan libres en el hombre ciertos deseos que son los que crean entre los individuos las divisiones y las barreras.
»Tomemos por ejemplo el problema de la Historia. Veréis que cada país ensalza sus héroes y patriotas en detrimento de los de otros países. En esta forma se cultiva el nacionalismo. Con libros, diarios, discursos, mítines hemos sido forzados a aceptar el nacionalismo como un hecho real, de modo que gradualmente se nos va preparando así para ser usados con fines de explotación. En esta forma, el nacionalismo se convierte en una barrera para la humanidad».

¿Será verdad lo que dice la tradición china?

lunes, 17 de marzo de 2014

Luna llena

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Anoche volvía a casa y estaba apareciendo la luna llena. No crucé el puente Malatos y caminé río arriba por la margen izquierda. Delante del faro redondo pasaban las ramas de los árboles de la rivera, todavía desnudas en Burgos (salvo los de los sauces llorones). Entonces comencé a escribir (en la mente) esta anotación, pues tenía pensado haber escrito sobre el silencio, pero el momento me arrastraba con plenitud. Cuando di la vuelta para volver al puente románico, el cielo conservaba un tímido resplandor de la tarde en el horizonte.
Venía de estar con mi padre. «¿A dónde vas María?», «Voy a mi casa, que ya es hora», «Ahora esta es tu casa, mujer; ya pronto vamos a cenar y, después, a la cama», le dice una residente que siempre está al tanto de lo que se cuece en la sala de estar. María es una mujer de aspecto dulce, tranquila, de unos 85 años, que camina despacio, algo encogida de hombros pero con la vista hacia delante. Cuando la noche va cayendo y los ventanales se iluminan levemente con el brillo de la luna llena, se levanta del sillón en el que pasa la tarde, con la vista en el infinito, y se dirige a su casa.
Mi padre se queda tranquilo al verme llegar. Estaba preocupado por cómo se las apañaría para subir a la habitación a dormir y su mente ya ha solucionado el problema. No le apetece hablar y se recuesta. Yo aprovecho para leer unas páginas de este curioso libro que ha caído en mis manos estos días: La trabajadora, de Elvira Navarro (2013), en el que las jóvenes Elisa y Susana conviven con los trastornos mentales de cada una, mientras trabajan (precariamente), en un modo de vida en que la patología resulta normal en una sociedad sin proyectos comunes.
Al entrar en calle Emperador, la luna se encaramaba en el mudéjar Arco de San Martín.

miércoles, 12 de marzo de 2014

Edad de oro

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Leí no hace mucho que en épocas remotas la tradición de la edad dorada estaba difundida universalmente. El cielo de las religiones sucesivas deriva, en gran manera, de este concepto de edad dorada. La casta sacerdotal, hábilmente, situó uno donde debía de estar la otra, con el fin de establecerse como paso obligado entre el pueblo y la divinidad. En fin, eso leí.
Esta edad de oro coincidía con una vida dulce antes de que sobreviniera el último período glacial. Es decir, antes incluso del diluvio universal. La felicidad pasada, el paraíso perdido… Desde ahí no es difícil llegar al socialismo primitivo (llamado utópico por el marxismo autoritario), enraizado en hombres y mujeres que reclaman su independencia, su libertad arrebatada. El bello socialismo popular.
Ovidio, refinado poeta, describe la edad de oro en su Metamorfosis:
Aurea prima nata est aetas, quae vindice nullo,
sponte sua, sine lege fidem rectumque colebat.
Poena metusque aberant, nec verba minantia fixo
aere legebantur, nec supplex turba timebat
iudicis ora sui, sed erant sine vindice tuti.
Nondum caesa suis, peregrinum ut viseret orbem
(Más o menos, sería): Nació la edad dorada como la primera edad que practicaba sin coacción y sin ley, por voluntad propia, la buena fe y la rectitud. No existía el castigo ni el miedo, no se leían expresiones amenazadoras sobre los bronces públicos [prohibiciones legales]. No había multitud suplicante que esperara con temor las palabras del juez. Todos vivían sin juez. Todavía no estaban rodeadas las ciudades de profundos fosos…
Nos gusta pensar que existió existe existirá... como en la película.

viernes, 7 de marzo de 2014

Belleza

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El jueves salí a hacer unos recados al centro. Me pasé por el puente a tantear el ritmo de la mañana en esas oleadas de gente que lo cruzan al ritmo de los semáforos de las calles paralelas al río. Van y vienen se encuentran se enfrentan se acoplan se dan la espalda se despeja. Las aguas vuelven al cauce, perdiendo la belleza de la desmesura, del abrazo más allá de los límites. Con la vista fijada en un punto de la corriente, puedes navegar hasta las tierras de Oporto.
No sé qué hora sería cuando entré en la cafetería en la que suelo conversar con una de las camareras. Puede ser que sea ella la que lee una línea o unos versos del libro que lleva entre manos o puede ser que lo haga yo. El jueves, aprovechando que estaba poniendo un poco de nata en mi ración de bizcocho, solté: «En la mujer, la belleza crea una distancia desde la que puede juzgar y escoger». Eso lo ha escrito una mujer, dice. Sí, claro, es de Hannah Arendt en la biografía que hace de Rahel Varnagen, vida de una mujer judía (2010 en español, aunque escrita hacia 1933).
Qué se puede decir de ambas que no leamos en el texto, así en este párrafo de los diarios de Rahel (1771-1833): «No tengo ni pizca de gracia. Ni siquiera la que me permitiría comprender la causa y, además de no ser guapa, no tengo nada de gracia interior […] Soy más vulgar que fea […] A veces hay personas que no tienen ni un rasgo agraciado, ni proporciones corporales dignas de elogio, y que sin embargo hacen una buena impresión; en mi caso es todo lo contrario». Para añadir más adelante: «Hace mucho tiempo que lo pienso». Sin embargo, llega a ser una de las mujeres importantes en la Alemania de su tiempo, pasando por su buhardilla berlinesa escritores y artistas, debido a su forma de recibir la vida «como una tormenta y sin paraguas», dejando que lloviera sobre ella, con inteligencia, atención y apasionamiento.
Es hora de marcharse. ¿Y los recados?

lunes, 3 de marzo de 2014

Fantasía

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Cierto día, unos cuatrocientos años atrás, el escritor comienza una novela en torno a un personaje cotidiano: Alonso Quijano. Entonces ‒según le viene dando vueltas hace tiempo, aunque no sabe bien qué ocurrirá‒ deja paso a la fantasía. No es que este hidalgo sea un personaje fantasioso, no, es que la fantasía obra en él y le seca el seso. A partir de ahí cobra vida El Quijote. Otro de los motivos para considerar esta novela como la que da nacimiento al moderno arte de novelar. Pero no para ahí la historia. Después viene el fracaso. Las andanzas fracasan. Cervantes había visto muchos casos así. Gente de la calle que, en la guerra, la fantasía los desata. Y en la paz, cada vez que la vida les permite entrar en un mundo distinto, imaginario, poderoso, donde se creen con derecho a violar, maltratar, extorsionar, chantajear…
Quienes estudian (sesudamente) los fenómenos literarios, afirman que «de Cervantes a Onetti no hay nadie». Seguramente es por este modo de introducir la fantasía en las historias. Partir de personajes con los que nos encontramos cada día, creíbles, y transformar su actuación después de que se produzca la alquimia correspondiente en sus protagonistas. Para una tumba sin nombre (1959) es una muestra de este hacer. Hay fantasía y hay fracaso. El proxeneta «caminó velozmente, por costumbre, acercándose incauto al encuentro, al metro cuadrado de baldosas que le había reservado el destino para que pudiera crear su obra y ser». Santa María decadente.
Escribir es un oficio y, como tal, sus obras envejecen. ¿Será la fantasía la que mantiene vivo a Alonso Quijano?