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domingo, 16 de septiembre de 2018

Sobrevivir con la muerte de Charlie Hebdo (Levedad)

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Una joven ilustradora de 25 años, Catherine Meurisse, es contratada, ante su asombro, para la plantilla de la revista que admiraba, Charlie Hebdo. Diez años más tarde, la mañana del 7 de enero de 2015, después de pasar una noche en vela a causa de un desengaño amoroso, se levanta desoyendo al despertador y llega con bastante retraso a la reunión del equipo de redacción de los miércoles. En el intermedio, los hermanos Kouachi han entrado en el local y perpetrado un atentado (que ella llama matanza).
Para quienes, de una u otra forma, salvaron la vida, les cayó plomo en las alas; al modo de Pompeya, la existencia les quedó petrificada. A partir de ese momento comenzaban los días negros, al lado de una escolta permanente y sometiéndose a diversos tipos de terapias. Aunque solo la voluntad de cada cual, entre la ayuda mutua, irá abriendo pequeñas ventanas de luz. Fundamentalmente, con la búsqueda de la belleza ─«Soy hermosa, ¡oh mortales!, como un sueño de piedra», les decía Baudelaire─, en un camino contrario al de Stendhal («Primero el desvanecimiento interior, debido al shock del atentado […] Alejado ya el caos, la razón se reanima y se recupera el equilibrio junto con la percepción […] Esa belleza que me salva, devolviéndome la levedad»).
En febrero de 2016, Catherine termina el álbum que acabo de ver y leer, en el que dibuja y escribe el devenir de ese tiempo. La amistad y la cultura o, lo que es lo mismo, la belleza, les hacen llevadero el peso de los mil años que, en un instante, les habían caído.
En realidad, es hermoso este libro.

sábado, 14 de noviembre de 2015

Belleza (y, acaso, Verdad)

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"Propaganda es la gentil orientación del pensamiento por parte del Estado, que socava la pasión que tenemos por la verdad y la belleza"
He de decir que me fascina la belleza de las expresiones e, incluso, de las palabras. Las leo o las oigo e, inmediatamente, concedo prestigio a quien las escribe o habla. Es lo que me sucede con las obras de Francisco Solano (La Aguilera, Burgos, 1952), tal Lo que escucha la lluvia, cuando dice que «a cierta edad es lamentable, y muy triste, que, al volver la vista atrás, no veamos el camino recorrido, sino el lugar abandonado». Pudiera ser mejor no recordar, pues se dice por ahí que ello es una forma de pureza que mantiene vivo el asombro, continúa diciendo el narrador de ese libro, un cuerpo improbable.
Pero no venía esta mañana dulce de noviembre a realizar una anotación sobre Solano, sino sobre Cyrill Connolly(1903-1974), uno de los críticos literarios más incisivo y temido en Inglaterra, y en concreto de su obra La tumba inquieta (o sin sosiego, The Unquiet Grave), de cuya introducción está tomada la cita con la que se encabeza la entrada. Escrita durante la segunda guerra mundial, elige a Palinuro, piloto de Eneas ahogado en alta mar, para representar la melancolía y la pena que nos destruye desde dentro en situaciones tan irracionales como la que se está atravesando. El amor, la literatura, las religiones… pasan por su pluma, lamentando la lucha entre naciones hermanas, derivadas de la misma cultura, la griega. Libro que conlleva una iniciación, un descenso a los infiernos, una purificación y una cura.

Se me van los minutos con ese libro (de culto) en la mano ‒que me fascina más que Enemigos de la promesa‒, seguramente porque soy atrapado por aquel dicho clásico: «El pensamiento lo consuela todo».

lunes, 20 de abril de 2015

Dibujos entre palabras (John Berger)

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Quienes dibujamos no solo dibujamos a fin de hacer visible para los demás algo que hemos observado, sino también para acompañar a algo invisible hacia su destino insondable.
No sé si puede decirse que el disponer de un libro agradable o útil (a no ser que fuera una extensión blanquinegra de tipo borgesiano) es suficiente razón para que pueda existir una biblioteca, mucho más si esta es pública. Lo que sí parece razonable decir es que encontrar un libro que te impacte justifica visitarlas. Eso es lo que me ha ocurrido en los últimos días con El cuaderno de Bento, de John Berger. Escrita en 2011, pronto se ha traducido al español, pues lo ha sido en 2012. Había oído hablar de él, pero no me había topado con sus páginas (ya que soy algo cavernícola con los productos electrónicos) y mucho menos había imaginado su interior.
Quienes tienen familiaridad con el mundo del arte, conocen sus aportaciones al mismo; básicas algunas de ellas, tal su Modos de ver, que desde su aparición en 1972 se considera un texto magistral para la crítica de las obras de creación. Pero el cuaderno es algo más. Bento es uno de los nombres ‒tal vez el más cariñoso‒ con que se conoce a Baruch Spinoza (o Espinosa), y el libro intercala proposiciones de la Ética del filósofo («. Solo lo hombres libres se muestran mutuamente agradecidos [...] La idea de que constituye el ser formal del alma humana es la idea del cuerpo, el cual se compone de muchísimos individuos muy compuestos») entre las historias dibujadas o los dibujos historiados que se suceden en sus páginas.
Contemplar un dibujo suele gustarme tanto como hacerlo con obras de mayor calado, pero no había encontrado quien me explicara su gestación, su, nacimiento, su infancia, su adolescencia y su madurez. Parece que no llegan a la vejez. No otra etapa puede esperar a la bailarina María Muñoz, al escritor Andréi Platónov o a las Magnolias y los Lirios.
Y son como aquella anotación de Chejov: «El papel del escritor es describir las situaciones tan verazmente… que el lector ya no pueda eludirlas». Y el de quien dibuja.

lunes, 22 de diciembre de 2014

Lo bello, lo sucio... y lo real

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Dice Baroja (Pío) que Francisco Sancha (1874-1936) dibuja con gran semejanza a lo que es su literatura: un espacio en el que se produce la confluencia entre lo bello y lo sucio. Algo necesario ‒pensamos‒ para construirnos en esa tercera dimensión que es la realidad, lo que cada cual es, pues no nos extinguimos en el choque (más o menos afortunado) de los contrarios. Somos llama. Y es aquí donde el arte halla una de tantas utilidades; rehaciéndose, nos construimos en él. Pero no disponemos de demasiado tiempo para emplear en nuestro conocimiento, ni existen relajados foros públicos en donde cultivarse. Solo el afán propio y una dosis de ingenio suficiente nos permiten escapar a la vulgar chanza de la información.
Entretengo varios momentos de estos días en la lectura de Las chicas de campo, de Edna O’Brien. Tal vez necesiten sus personajes algo de la profundidad psicológica de la Lispector, pero no puede dudarse de la maestría narrativa de la autora irlandesa; tan certera en las descripciones de corta pincelada; tan cercana en sus personajes, que nos hace sufrir en no pocos pasajes con la actuación de Caithleen, la adolescente que pasa a la juventud, apartándose sin querer (y sin remedio) de las relaciones que la sustentaban. De tal modo que, con sorpresa, nos sentimos letraheridos.
Pintura y literatura en el empeño de acompañarnos, de conocernos,  lejos de aquellos tópicos de que el arte sirve para transmitir valores (democráticos).
[Por cierto, ahora está visible en el Museo del ABC una muestra de Sancha, casado que estuvo con una brillante mujer: Matilde Padrós].

viernes, 7 de marzo de 2014

Belleza

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El jueves salí a hacer unos recados al centro. Me pasé por el puente a tantear el ritmo de la mañana en esas oleadas de gente que lo cruzan al ritmo de los semáforos de las calles paralelas al río. Van y vienen se encuentran se enfrentan se acoplan se dan la espalda se despeja. Las aguas vuelven al cauce, perdiendo la belleza de la desmesura, del abrazo más allá de los límites. Con la vista fijada en un punto de la corriente, puedes navegar hasta las tierras de Oporto.
No sé qué hora sería cuando entré en la cafetería en la que suelo conversar con una de las camareras. Puede ser que sea ella la que lee una línea o unos versos del libro que lleva entre manos o puede ser que lo haga yo. El jueves, aprovechando que estaba poniendo un poco de nata en mi ración de bizcocho, solté: «En la mujer, la belleza crea una distancia desde la que puede juzgar y escoger». Eso lo ha escrito una mujer, dice. Sí, claro, es de Hannah Arendt en la biografía que hace de Rahel Varnagen, vida de una mujer judía (2010 en español, aunque escrita hacia 1933).
Qué se puede decir de ambas que no leamos en el texto, así en este párrafo de los diarios de Rahel (1771-1833): «No tengo ni pizca de gracia. Ni siquiera la que me permitiría comprender la causa y, además de no ser guapa, no tengo nada de gracia interior […] Soy más vulgar que fea […] A veces hay personas que no tienen ni un rasgo agraciado, ni proporciones corporales dignas de elogio, y que sin embargo hacen una buena impresión; en mi caso es todo lo contrario». Para añadir más adelante: «Hace mucho tiempo que lo pienso». Sin embargo, llega a ser una de las mujeres importantes en la Alemania de su tiempo, pasando por su buhardilla berlinesa escritores y artistas, debido a su forma de recibir la vida «como una tormenta y sin paraguas», dejando que lloviera sobre ella, con inteligencia, atención y apasionamiento.
Es hora de marcharse. ¿Y los recados?

viernes, 20 de diciembre de 2013

Belleza

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Me sorprendo ante el bienestar que me inunda al mirar la fotografía de una portada gótica en el periódico, la de la iglesia de San Juan de Aranda de Duero. Son ojivas puras, sin aditamentos geométricos o de figuras, ornamentadas únicamente con su sencillez, abocinadas con naturalidad –una junto a la otra, hacia adentro y hacia fuera, cerrando y abriendo el espacio–, a la vista diaria de quien camine la calle, sin pudor. Me recuesto en la silla de la cafetería y atiendo la suave y cierta corriente que camina mi cuerpo y la satisfacción que se aloja en no sé qué lugar de adentro.
Hace un tiempo escuché que, de bebés, nos atrae más el rostro de nuestra madre si es bello. Y que las madres tienden a ser más solícitas con sus bebés cuando son hermosos que cuando son menos agraciados. (Nos referimos, lógicamente, a las apariencias externas, pues no es cuestión aquí de entrar en lo que es o no es la belleza). Según el programa donde hablaban de ello –en la televisión pública–, se habían hecho pruebas que así lo confirman, lo cual explicaban diciendo que es una tendencia instintiva ancestral de los tiempos primigenios en los que la supervivencia se ligaba a la alimentación de los más fuertes.
Parece, pues, que el compasivo amor tiene tarea extra.

jueves, 4 de abril de 2013

Norte y Sur en la vida de Victoria Ocampo

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Su olor era delicioso, no el de la gente que usa perfume, sino el de los bebés limpitos que huelen a jabón, a talco. Yo [niña] la miraba con la mayor discreción posible, temerosa de importunarla y de aburrirla. ¿Cómo podía interesarle a ella una chica como yo? ¿Cómo hubiera podido tomarme en cuenta? Yo hubiera querido decirle: «No sabés lo linda que sos. Sos lo más lindo que he visto en el mundo».
Paseo con la Bibliotecaria comprobando la crecida del Arlanzón en su caminar por Burgos estos días de lluvias abundantes que desbordan las riveras (y no puedo dejar de añorar el Tormes de Salamanca). La vista del agua extendida en el suelo proporciona una entidad distinta a nuestros cuerpos. Los emociona.

Apoyado sobre el pretil de piedra, entornando levemente los ojos ante el reflejo que sube, le hablo de la abundancia y belleza que hay en la vida de Victoria Ocampo Aguirre (1890-1979), argentina, hermana de Silvina (1906-1993), escritoras emparentadas con familias de abolengo y riqueza, hacedoras de la nación americana en su independencia de España en 1810. Ella es la inspiradora e impulsora de Sur, una de las revistas literarias de raigambre en las letras en español, iniciada en 1931 y llegada hasta 1992 (número 371), incluida su persecución por el peronismo (que encarcela a Victoria en un instituto para prostitutas). A criarla dedica notable parte de sus caudales intelectuales y monetarios, fundiendo y confundiéndose –en su caso– historia personal y revista. «Pues una de las cosas que más he admirado es la cosa escrita». Es sueño y, viviéndolo, «traté de justificar mi vida. Casi diría de hacérmela perdonar».

En sus escritos, Victoria muestra las condiciones exigidas por Mallarmé para la poesía y por Huxley para el arte. El primero asegura que la poesía no se escribe con ideas, sino con palabras. El segundo, que no es suficiente contar con sinceridad, conocimientos, voluntad o perseverancia, sino que es necesario, además, el talento. Nos lo demuestra suficientemente en su Autobiografía, terminada (para nuestro desespero) en 1953, a modo de confesión que pretende ser verídica y que proclama una fe. Desde el nido, jugando en amplios patios, tías-abuelos-primos-hermanas, criados, mucamas, clases de idiomas y solfeo, lecturas en francés e inglés, música de Chopen… Solapada, aparece –¿cómo no?– la Injusticia.
Seis tomos de exquisito paladar, reeditados en tres volúmenes por la Fundación que lleva su nombre a partir de 2005.

lunes, 11 de julio de 2011

Belleza que habla

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Llenar la cuchara de comida y llevarla a la boca. Alargar la mano y recoger fruta del árbol. Coger el pincel y dibujar formas, plasmando en el lienzo lo que sucede, lo que nos sucede. Son actividades que desarrollamos a diario y cuyo valor depende, en gran medida, del sentido que les damos. La utilidad se mide por lo que ofrecemos a nuestra persona y a la sociedad en la que vivimos.
No hace mucho que leíamos un artículo sobre las escuelas de arte en Iraq. Está incrementándose sensiblemente la matriculación en las mismas, pero las autoridades encuentran la manera de castigar a quienes reflejan en sus cuadros la realidad dolorosa de cada día. En los concursos oficiales, los premios se los llevan quienes evocan playas paradisíacas o figuras ancestrales. Quieren que se pinte lo bello. Quieren escenas en las que la gente se pueda abstraer de la violencia cotidiana en que se desenvuelven por las calles. ¿Qué hacer? Es la angustiosa pregunta de quienes viven en situaciones límite.