Su olor era delicioso, no el de la gente que usa perfume, sino el de los bebés limpitos que huelen a jabón, a talco. Yo [niña] la miraba con la mayor discreción posible, temerosa de importunarla y de aburrirla. ¿Cómo podía interesarle a ella una chica como yo? ¿Cómo hubiera podido tomarme en cuenta? Yo hubiera querido decirle: «No sabés lo linda que sos. Sos lo más lindo que he visto en el mundo».Paseo con la Bibliotecaria comprobando la crecida del Arlanzón en su caminar por Burgos estos días de lluvias abundantes que desbordan las riveras (y no puedo dejar de añorar el Tormes de Salamanca). La vista del agua extendida en el suelo proporciona una entidad distinta a nuestros cuerpos. Los emociona.
Apoyado sobre
el pretil de piedra, entornando levemente los ojos ante el reflejo que sube, le
hablo de la abundancia y belleza que hay en la vida de Victoria Ocampo Aguirre
(1890-1979), argentina, hermana de Silvina (1906-1993), escritoras emparentadas
con familias de abolengo y riqueza, hacedoras de la nación americana en su
independencia de España en 1810. Ella es la inspiradora e impulsora de Sur, una de las revistas literarias de
raigambre en las letras en español, iniciada en 1931 y llegada hasta 1992 (número 371), incluida su persecución por el peronismo (que
encarcela a Victoria en un instituto para prostitutas). A criarla dedica notable parte de sus caudales
intelectuales y monetarios, fundiendo y confundiéndose –en su caso– historia
personal y revista. «Pues una de las cosas que más he admirado es la cosa
escrita». Es sueño y, viviéndolo, «traté de justificar mi vida. Casi diría de
hacérmela perdonar».
En sus
escritos, Victoria muestra las condiciones exigidas por Mallarmé para la poesía
y por Huxley para el arte. El primero asegura que la poesía no se escribe con
ideas, sino con palabras. El segundo, que no es suficiente contar con
sinceridad, conocimientos, voluntad o perseverancia, sino que es necesario, además, el talento. Nos lo demuestra suficientemente en su Autobiografía, terminada (para nuestro desespero) en 1953, a modo
de confesión que pretende ser verídica y que proclama una fe. Desde el nido,
jugando en amplios patios, tías-abuelos-primos-hermanas, criados, mucamas,
clases de idiomas y solfeo, lecturas en francés e inglés, música de Chopen…
Solapada, aparece –¿cómo no?– la Injusticia.
Seis tomos de exquisito paladar, reeditados en tres volúmenes por la
Fundación que lleva su nombre a partir de 2005.
Visité su casa una vez. Bueno, no en persona, más bien devorando un libro de Taschen con fotos preciosas: un salón lleno de fotos en blanco y negro. Muchas, muchísimas sillas ahora vacías. Allí se reunían Alonso Bioy Casares, Alfosina Storni, Jorge Luis Borges y tantos otros intelectuales de la época... aún se respiran letras y miradas ahí dentro.
ResponderEliminarGracias, Ignacio, por recordarme a Ocampo. Una gran mujer. Besos
De nada, Mere. Gracias a ti por traer tus recuerdos. Su biografía tiene altos y bajos, pero transmite esos ambientes de inquietud.
ResponderEliminarBesos.
Pues vaya con el peronismo. Tomaban la máquina de escribir por un artefacto peligroso.
ResponderEliminarDesde luego, a un escritor le hace falta talento, pero las palabras, ¿qué son?: ¿palabras o ideas escritas?
¡Si supiera lo que son las palabras, ebge, tal vez tuviera resuelta la vida!
ResponderEliminar