“Nos han abandonado aquí, en este planeta regido por unos cabrones mentirosos de capacidad cerebral modesta, sin sentido, sin un ápice de buenas intenciones” (W. Burroughs, Diarios, 1997)
El siglo
diecinueve afianza la revolución industrial, creando en las ciudades bolsas de
pobreza e insalubridad. Cierto que nos proporciona el descubrimiento de la
dignidad humana en una parte de esta población, que va creando organizaciones
para reivindicarse ‒”¿A dónde han llegado hoy?”, nos preguntamos‒. Un segmento
especialmente castigado es el de las mujeres que se ven solas o abandonadas o
incapaces de mantener a la familia, en cuyo caso pueden optar por vías fáciles
de conseguir dinero o mendigar por las calles, ofendiendo la vista de la gente
bien situada e, incluso, alterando el orden público. Ante ello se posicionan
instituciones de caridad, tanto privada como oficial. El libro de Carmen
Delgado Viñas, Clase obrera, burguesía y
conflicto social, nos da una idea del panorama de Burgos en estos años, lo
que puede trasladarse a la mayoría de ciudades de España.
En la caridad privada, la institución más antigua es el Colegio de las Desamparadas o Instituto de la Juventud Femenina Difícil, dirigido por las Señoras Religiosas Adoratrices del Santísimo Sacramento y Esclavas de la Caridad, de la duquesa de Jorbalán, fundado en 1862 y establecido al año siguiente en una casa de la calle Fernán González, para «acoger gratuitamente a las jóvenes extraviadas y a las que estén en inminente peligro de perderse, educarlas en la religión, sana moral y labores propias de su sexo». Con destino a servir a las grandes casas (en alguna de las cuales terminarán grávidas). Similar función cumplía el Instituto de las Siervas de María Inmaculada, también conocido como Asilo del Servicio Doméstico, instituido como Casa Refugio para muchachas huérfanas con objeto de educarlas e instruirlas para sirvientas.
Mezcla de privada y pública es la iniciativa de la Gota de Leche, que se
instituye en 1907.
Las sociedades tratan de actuar sobre las víctimas. Quizá en aquella época el móvil para hacerlo no fuera el mismo que en la nuestra. ¿Será eso el progreso?
ResponderEliminarEs posible, ebge, que nuestra opinión sobre los asuntos varíe en función del ángulo desde el que los contemplamos. Sin nos alejamos, todos se van pareciendo (siempre somos víctimas). Si nos acercamos, emergen diferencias (y algunos beneficios).
Eliminar¿Te acuerdas que el otro día sentía nostalgia de los viejos tiempos? Este escrito ha actuado en mi como un bálsamo... Me dolió especialmente las mujeres en cinta "deshonradas"... Melancolía por esos tiempos, no siento ninguna.
ResponderEliminarGracias, Ignacio. Da qué pensar, un beso
¡Oh,gracias a ti, Mere! Yo no siento nostalgia del pasado (ni del de la historia ni del mío). Había mucha miseria. Lo que sí valoro de esta época del siglo XIX es la conciencia de dignidad que adquirió mucha gente, algo que creo sucedió también en los años sesenta y setenta del pasado siglo. Después, creo que hemos dilapidado las posibilidades de construir lo común, y el dinero y la ambición nos tienen en cadenas.
EliminarUn abrazo.