Llevaba un rato deambulando entre las estanterías repletas de libros sin que ninguno llegara a interesarle demasiado. El zumbido de su móvil vibrando en el bolsillo le sacó de sus pensamientos.
- ¿Si?... vale, ahora estoy en la biblioteca, cuando termine voy para allá.
No había pensado en salir pero al fin y al cabo era jueves... este Pedro siempre terminaba liándole... en fin, era jueves. Le pareció que la bibliotecaria le miraba mal, ¿qué pasa? igual le molesta que hable por el móvil, ¿será borde?.
En aquel momento llegó una segunda bibliotecaria con un carro repleto de material para ordenar. No sabía por qué, pero cada vez que veía uno de esos carritos sentía un impulso casi irrefrenable de curiosear entre los libros dispuestos para ser colocados de nuevo en su sitio. Se acercó despacio, mirando entre las dos jóvenes que escogían quiénes serían los primeros en ser devueltos a su sitio. Se dieron la vuelta y le pareció que otra vez le miraban mal, ¿serán bordes?. Se perdieron entre las estanterías.
Ese era su momento, tenía poco tiempo, los lomos no eran suficiente, necesitaba ver las cubiertas, hojear un poco cada uno... tenía poco tiempo, tenía poco tiempo, el corazón le galopaba, sentía latir con fuerza en sus sienes... Rayas azules. No lo podía creer. ¡Ese libro parecía
El niño con el pijama de rayas!, tenía suerte. Oyó un susurro, esas dos volvían, así que a largarse. Giró sobre sí mismo.
Oscuridad, negro infinito.
No acertó a comprender sobre qué se mantenía. Parecía estar flotando en el vacío pero al mismo tiempo sentía que su cuerpo estaba echado en el... ¿suelo?; era imposible distinguir nada en aquella negrura. El silencio era atronador, sintió miedo. De pronto comenzó a escuchar algo, un eco metálico. El ruido fue creciendo, algo o alguien estaba hablando con algo o alguien. No entendía lo que decían, pero empezó a notar variaciones en el sonido, le recordó a una radio buscando alguna frecuencia. Y empezó a reconocer palabras y a escuchar.
- Ha colmado su paciencia, ¡Ya han sido demasiadas veces!
- Pero ya se iba a marchar, y no los ha desordenado mucho...
- En algún momento hay que hacerle parar, no me seas moñas.
- Está bien, pero no seamos demasiado duros con él, parece asustado.
- ¡Un zote! ¡Eso es lo que parece! ¡Que lo hubiera pensado antes!, el sabía que no debía hacerlo y aún así siguió rebuscando en el carro. Y no podemos dejarlas abandonadas, nos han pedido ayuda y las normas son las normas.
Regresó el silencio anterior durante un tiempo indefinido. Murmullos, chasquidos, sonidos que no sabría identificar.
- ¡CERO!
¿Cero?, ¿qué querrá decir?; la oscuridad pareció adelgazarse lo justo para poder ver algo que caía hacia él. Parecían ladrillos, o bloques... “...VERSAL ILUSTRADA ESPASA”, acertó a leer antes de perder el conocimiento.
Tenía frío y le dolía todo el cuerpo, intentó moverse y pronto escuchó las voces de nuevo:
- Ya se mueve
- ¡UNO!
Un murmullo... “psicólogo”... “que venga el Sergito, el psicólogo”.
Menos mal, alguien que le podría explicar qué carajo estaba pasando.
“¿Desde cuándo usamos a un psicólogo para el uno?”, preguntó una de las dos voces. “Desde que Segito dejó de trabajar para la CIA”, acertó a escuchar antes de perder el conocimiento.
Al dolor del cuerpo se le había añadido el del espíritu. Tenía lo que técnicamente se denomina una empanada mental que no le permitía discernir cuál era su raza, sexo, religión, talla de braguitas (¿usaba braguitas?) o nombre de su perro si lo tuviera.
- No te pases
- ¡Que no seas moñas te he dicho!. ¡DOOOOOOS!
De la experiencia con Sergito conservaba las consecuencias pero había olvidado la causa. Por eso el sacerdote le pareció la primera figura humana que veía en aquel lugar.
- ¡Padre!, menos mal, ¡Ayúdeme por favor!, me han secuestrado unos locos, no, no se q...
- Que sí, que sí... ponga las yemas de todos sus deditos juntas.
- Me han tirado libros encima. ¿Así los dedos?. Me han conf... Oiga, ¿qué hace?, ¿eso es una regla de madera?... AAAARGGHH!!
Tras la nueva pérdida de conocimiento volvió en sí. Se miró las manos y al instante pensó en que era como E.T. pero multiplicado por diez.
A partir de ahí se sumió en un estado de confusión, una especie de neblina de la que fueron emergiendo sucesivamente distintos personajes.
Así recordaba vagamente a los dos políticos que aparecieron al grito de “¡TRES!” y le obligaron a escuchar alternativamente sus consignas electorales hasta que le convencieron de votar a ambos a la vez.
De la misma manera pensó en el químico
que se materializó cuando escuchó “¡CINCO!” y que le obligó a tomar aquellos brebajes que sin duda eran la causa del aumento de su descomposición mental y de la aparición de la corporal.
Un escalofrío le erizó el vello cuando le vino a la memoria el médico que llegó precedido de “¡SEIS!” y enarbolando una tenaza. No lograba comprender para qué querría aquel señor
sus treinta piezas dentales; bien pensado era una suerte que no le hubieran salido dos muelas del juicio.
Los ojos se le llenaron de lágrimas con el artista que acudió a la llamada de “¡SIETE!” y que parecía obsesionado por dibujar todos sus órganos internos, para lo cual se afanaba en hacerle torpes cortecitos con un escalpelo.
Precedida de “¡OOOOOCHO!” llegó aquella bruja que le ofrecía elegir entre la posibilidad de escapar de allí y una colleja supersónica; el problema era que cada vez que le planteaba el dilema tenía que responder en un idioma distinto y él sólo sabía uno (y sin dientes lo hablaba bastante mal). Así que, a la docena de collejas recibidas, dejó el juego.
Cuando ya pensaba que lo había visto todo se oyó un: “¡Y NUEVE!". Al instante vio que alguien se aproximaba hacia él a la carrera... por las películas supo que aquel tipo era de la Prehistoria. “De hace por lo menos dos mil años, cuando los dinosaurios”, pensó. Como no estaba seguro de la bondad de sus intenciones se hizo a un lado apartándose de su trayectoria. Y pasó de largo. Se sintió feliz por su buena suerte durante un par de segundos, que es el tiempo que tardó en comprender por qué corría el sujeto. “AAAARGHH!!!”. Es lo que logró decir desde que vio al dientes de sable y hasta que se desmayó por enésima vez.
Pasado un tiempo despertó. Fue consciente de dónde estaba. Se volvió a desvanecer. Cuando volvió a abrir los ojos se encontró en la oscuridad inicial, pasó el tiempo, y volvió a escuchar aquellas malditas voces:
- Yo creo que con esto habrá sido suficiente.
- Yo también, pero tenemos que hacerle la prueba por si acaso. ¡A ver, ser inmundo!
- ¿Ef a bí?. Contestó.
- ¿Ves algún otro ser inmundo por aquí?. Suponemos que ya sabes por qué estás aquí...
- Fí
- Pues dilo
- Bor rebufcar en el cadrito de los libdos...
- Bien, atento porque de tu respuesta depende que acabe todo. ¿Qué conclusión sacas de todo esto?
- ¿Que palta el cuato?...
- ¡La madre que parió a Panete! ¡CEROOOOOO!
Abrió un ojo, abrió el otro. Tenía la sensación de que le estaban taladrando con una broca del ocho en la sien derecha y le dolía todo el cuerpo. Estaba en su cama. Recordó la llamada de Pedro. Joder, lo había vuelto a hacer. No iba a volver a pedir un
“segoviano-cola” en la vida.
Por la tarde pensó en ir a buscar un libro a la biblioteca. Había ido el día anterior pero seguro que el mono ese le metió prisa para quedar y se tuvo que ir sin llevar nada. Entró en la sala de préstamo, ahí estaban esas dos brujas. Bueno, bien pensado, no eran tan malas, hasta se diría que le sonreían... pero era una sonrisa rara. Dobló a la izquierda por el primer pasillo, volvió a salir al centro y entonces lo vio.
EL CARRO.
El estómago le dio un vuelco. Comenzó a correr como un caballo con anteojeras en dirección a la salida, gritando frases inconexas. Llegó a la calle justo en el momento en el que pasaba el camión de la basura. Triste homenaje a
San Genarín.Dentro las dos bibliotecarias se miraron. Amaban el silencio así que, pese a que reían como locas, no se oyó nada. Aquella carcajada sólo se percibía en sus ojos encendidos. Lo único que notaron los demás usuarios fue un incómodo escalofrío recorriendo sus espinazos, de la rabadilla hasta la nuca.
Nota: puedes sustituir la acción desencadenante del escarmiento por aquella que más te exaspere de tus usuarios y volver a recrearte en el castigo tantas veces como quieras.