jueves, 26 de diciembre de 2013

Pinturas. Zorikto Dorzhiev

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Cada año por estas fechas nos detenemos en la pintura. Las imágenes pintadas no pueden explicarse ‒son como la poesía‒, aunque sí pueden narrarse, que es lo que solemos hacer en los libros, en las clases de arte o en los catálogos que encontramos en las exposiciones. Están elaboradas en ese lenguaje otro (que diría Gamoneda) en el que transcurre lo indecible, lo que no podemos expresar con palabras. No quiere ello decir que trate, por obligación, asuntos extraordinarios. Al contrario, puede ser una muestra de lo cotidiano o un grito de lo injusto.
En este año nos detenemos a contemplar a Zorikto Dorzhiev, nacido en Uban Ule (Siberia), en 1976, que nos trae ambientes y figuras de Mongolia, con su deje sonámbulo y tonos algo grises, no en vano nace en el seno de uno de los grupos étnicos descendientes de los legendarios mongoles, los budistas nómadas buriatos.
La noche comienza a esconderse.

viernes, 20 de diciembre de 2013

Belleza

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Me sorprendo ante el bienestar que me inunda al mirar la fotografía de una portada gótica en el periódico, la de la iglesia de San Juan de Aranda de Duero. Son ojivas puras, sin aditamentos geométricos o de figuras, ornamentadas únicamente con su sencillez, abocinadas con naturalidad –una junto a la otra, hacia adentro y hacia fuera, cerrando y abriendo el espacio–, a la vista diaria de quien camine la calle, sin pudor. Me recuesto en la silla de la cafetería y atiendo la suave y cierta corriente que camina mi cuerpo y la satisfacción que se aloja en no sé qué lugar de adentro.
Hace un tiempo escuché que, de bebés, nos atrae más el rostro de nuestra madre si es bello. Y que las madres tienden a ser más solícitas con sus bebés cuando son hermosos que cuando son menos agraciados. (Nos referimos, lógicamente, a las apariencias externas, pues no es cuestión aquí de entrar en lo que es o no es la belleza). Según el programa donde hablaban de ello –en la televisión pública–, se habían hecho pruebas que así lo confirman, lo cual explicaban diciendo que es una tendencia instintiva ancestral de los tiempos primigenios en los que la supervivencia se ligaba a la alimentación de los más fuertes.
Parece, pues, que el compasivo amor tiene tarea extra.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Viento Norte

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Sopla viento,
baja la niebla a las calles.
Hace un ciento de años a unos grupos de obreros les da por cavilar sobre el lugar que ocupaban en la sociedad. Fundan periódicos en los que se explican los procesos de cómo los privilegios se han ido acumulando a lo largo de la historia en unas castas y lanzan ideas de cómo entienden que puede corregirse esta situación, barriendo las cortinas de humo que la enmascaran, abriendo las cadenas. Uno de estos periódicos, Tierra y Libertad, en el número correspondiente al 27 de febrero de 1908, inserta algunos pensamientos prestados: el primero del Barón de Nervo:
La patria está donde se ama. La familia, donde se es amado.
El segundo de M. E. Chevreul (1786-1889):
Las naciones están destinadas á fundirse para no formar más que una nación grande que derribará las fronteras.
Años más tarde, Fred Perlman (1934-1985), checo emigrado a Estados Unidos, estudia lo que le ocurre y lo que tiene ante sus ojos y, con sagaz inteligencia, «saca a la luz los mecanismos por los que la miseria cotidiana se reproduce y perpetúa», entre otros en un estudio de (equívoco) título, que ha dado paso a un libro de reciente aparición en español: El persistente atractivo del nacionalismo (Pepitas de calabaza, 2013), en el que afirma que «todo poseedor de capital invertible descubrió que tenía raíces entre los campesinos movilizables que hablaban su lengua materna y adoraban a los dioses de su padre […] habían aprendido de los estadounidenses y de los franceses que aunque no pudieran movilizar a sus paisanos en tanto leales servidores y clientes, sí podían movilizarlos en tanto leales italianos, griegos o alemanes, o en calidad de leales católicos, ortodoxos o protestantes. Lenguas, religiones y costumbres se convirtieron en materiales para la construcción de Estados-nación».
Tal vez, aquellos obreros no repararan en la afirmación de Schiller de que «contra la estulticia hasta los dioses trabajan en vano». O… tal vez sí.

miércoles, 11 de diciembre de 2013

Microlocas. Sucede

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Juntarse. Por las ganas de mostrar o por la inutilidad de esconder o por el placer de compartir; por el deseo de hablar o por la huida de callar o por el gozo de conversar; por el amanecer o por el anochecer o por el mediodía; por la luz o por la sombra o por la claridad. Sucede que compartimos que conversamos que nos movemos que descubrimos.
La tierra literaria contiene numerosos espacios a los que asomarse, visitar, derribar o edificar. Y ahí están las Microlocas (Isabel González González, Teresa Serván, Isabel Wagemann y Eva Díaz Riobello) construyendo el suyo propio, al tiempo que se acercan a la Aldea de F., que en El guardajugas nos mostrara el mexicano Juan José Arreola. Todo en el microrrelato ‒practicado en Taller de escritura creativa Clara Obligado‒ coral, saliendo de la cápsula de este producto acogido por nuestra sociedad y elaborando un texto secuencial (no lejos de los parajes de Spoon River).
Pasa el tiempo y ahí quedan esas cerca de doscientas páginas de La aldea de F. (en las mexicanas Ediciones del Punto de Partida, 2012), en las que se desborda la inteligencia, el humor, la sensualidad, la arquitectura… según corresponde a la juventud de sus autoras.
[Los derechos de la fotografía corresponden a Isabel Wagemann, que todo hay que decirlo].

viernes, 6 de diciembre de 2013

Regalos

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«”Vives como regalo. No como promesa”, me dice cuando comentamos la semana y hablamos de lo que cada cual vamos a hacer durante los días festivos que se aproximan. El autobús de la línea 07 todavía tarda veinticinco minutos en llegar, así que tomo un café y ojeo el periódico. Entran y salen de la cafetería gente de todos los días: empleadas del supermercado cercano, parados y jubilados, paseantes de perros que atan a las sillas de la terraza (ahora vacía en esta fresca mañana), señoras con el carro de la compra, trabajadores de la biblioteca de la esquina.
»Sobran cuatro minutos al llegar a la parada, así que camino hasta la anterior por el parque y puedo coger asiento libre en ventanilla. Vestidos grises, zapatos con rozaduras, gorros algo brillantes. La ciudad va pasando al lado, nueva. Después de catorce años no he estado nunca ante esos escaparates, en ese paseo, en esas aceras por las que transito casi todos los días. Me invade el bienestar de lo dulce, la dicha de lo inesperado, la niebla en que se (con)funde el sol y la sombra. Los días diáfanos.
»Los versos presentan la ventaja de su elasticidad y, así, aunque pareciera que nada tiene que ver mi estado de ánimo de ahora ‒ese Regalo‒ con el poema Piso amueblado (Valencia, 1985) de Jesús Hilario Tundidor (Zamora, 1935), aquí dejamos sus versos (casi) finales:
¿Lo he merecido? Pues si todo fue extraño
 me consoló la espera de la palabra en la carne del cántico,
 y así nada pedí y ofrecí aquello
 que tuve: el verso
 fiel en cuya piel inmersa iba mi vida, por demás poca cosa.
»Los días mansos».

lunes, 2 de diciembre de 2013

Barriada Prat Vermell (Prado Rojo). Casas Baratas

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A quienes hemos nacido en un pueblo nos resulta difícil, a veces, comprender las complejidades de la ciudad. No entendemos bien cómo resulta la vida en un sitio en el que no existe la balsa donde se crían las ranas de las que se alimenta desde hace muchos muchos años el sacamantecas o el lavadero en el que se cayó tu abuela el día que restregaba los pañales de tu madre. ¿Se verán desde allí las estrellas?
Decía complejidades de ciudad, y entre ellas destacan las barriadas. De ahí que, en nuestro fuero interno, nos resulte gesto de alta dignidad el conocer que hay gentes que habitan por primera vez un lugar. Así sucede en 1929 en Barcelona, fecha en que se produce una (o la) Exposición Internacional y se tiene como necesaria la eliminación de los «tugurios de hojalata y mal ajustada madera» que pueblan las faldas de Montjuich, los cuales producirían un nefasto efecto a quienes visiten los pabellones. Ahí nacen las Casas Baratas de Prat Vermell o de Can Tunis o de Casa Antúnez o de Francisco Ferrer Guardia (de Eduardo Aunós, en la larga noche franquista).
Es uno de sus hijos, Pere López Sánchez, quien nos muestra que las estrellas habitaban sus casas y caminaban sus calles, construyendo un Ateneo Obrero, una Organización Sanitaria Obrera, manteniendo una larga huelga de alquileres ante los abusivos precios y dejadez del patronato oficial que lo gestionaba. La intensa búsqueda por archivos y hemerotecas, la charla con quienes allí vivieron y, en muchos casos, tuvieron que marchar al exilio o la emigración, está dando como resultado un libro y una bitácora. El primero, Rastros de rostros en un prado rojo (y negro), publicado en 2013 (Virus Editorial), 439 páginas plenas. La segunda, algo más reciente, también con el nombre de rastrosderostros, sembrando en el nuevo prado.
Creciendo.