lunes, 31 de mayo de 2010

Vamos de Feria... con Andrés Sorel

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Hace años que leímos uno de los libros que más nos ha impresionado: Castilla como agonía; no porque sea más profundo o más erudito que otros, sino porque se acercó en el momento justo en que estábamos sensibles a esos temas, allá por los tiempos en que se editaba El Pendón. Desde entonces, cada vez que escuchamos el nombre de Andrés Sorel, notamos que surge de nuestro interior una corriente de simpatía hacia este segoviano, nacido en 1937 (que en realidad se apellida Martínez López, pero que tomó el apellido Sorel del personaje de Stendhal en Rojo y negro), aunque no concordemos siempre con sus posiciones políticas.
Viene a cuento este nombre porque está presentando en Burgos su último libro, Miguel Hernández, memoria humana (Vitrubio, 2010), justo en vísperas de la celebración de la XXXIV Feria del Libro, ubicada en el paseo del Espolón. Durante los días 28 de mayo a 6 de junio, tendremos posibilidad de pasarnos ante cualquiera de sus 27 casetas y adquirir algún libro, e incluso acercarnos a las paradas en que se encuentren quienes escriben y publican para que nos lo dediquen. Entre las autorías locales, podremos toparnos con Carlos Contreras Elvira, Fernando Ortega Barriuso, Esther Pardiñas, Eduardo Battaner, Ramón Peñacoba, Manuel Cámara, Manuel Aparicio, Jorge Sáiz Mingo, Matilde S. Galerón, Tino Barriuso, J. M. Antúnez, Teresa Arroyo, Yzquierdo Perrín y Carlos Serrano.

Aun en tiempos de crisis, no deja de ser una aconsejable inversión.
[Es título de la ilustración el Huelga minera, sin que conozcamos su autoría]

jueves, 27 de mayo de 2010

La imprenta en Bañuelos de Bureba (Burgos)

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Hace cien años (por poner una fecha) se descubrió la infancia, esa etapa de las personas en la que todavía no accedemos al trabajo y en la que comenzamos a formarnos intelectualmente. Surgieron, por ello, formulaciones pedagógicas (Decroly, Montessori, Piaget, etc.) que pretendían la idoneidad en las labores de enseñanza, procurando que las mentes infantiles se inquietaran y mostraran interés durante los procesos de aprendizaje. Varias de estas formulaciones se llevaron a la práctica, bien en proyectos concretos bien incorporando sus planteamientos en modalidades amplias de educación.
Una de las fórmulas que tuvo aceptación en España fue la propugnada por el pedagogo francés Celestin Freinet, llamada aquí La imprenta en la escuela, que se introdujo en nuestro país hacia 1930. (En Francia tenía el nombre de Escuela Moderna y, para su difusión, creo la Cooperativa de Enseñanza Laica [CEL].) En la provincia de Burgos solamente se conoce de una escuela que la adoptara: Bañuelos de Bureba, pequeño pueblo, apartado de la modernidad, al cual llegó un maestro de Cataluña que sí estaba puesto al día, llamado Antonio Benaigues. Ya hemos anotado aquí algunas de las coplas y refranes que contiene uno de sus cuadernos: Folklore burgalés.

Compraron una prensa, dos tipos de letras, tinta, papel... y se dieron al oficio de imprimir. Las criaturas elaboraban textos de redacción libre, basándose en la experimentación de lo que encontraban a su alrededor, según sus intereses y necesidades; se elegían varios de ellos y se iban escribiendo en el encerado, donde se corregían; después componían los textos y los imprimían en la sencilla prensa escolar, dando lugar a la elaboración de unos cuadernos –cuadernos de la vida los llamaban– que hacían la delicia de propios y extraños; una especie de revista a la que había gente que se suscribía. No contaban con manuales de enseñanza; el profesorado confeccionaba unas fichas-guía sobre los diversos temas e iban sacando libros de la pequeña biblioteca para las lecturas.
Para proporcionar material –prensa, tipos, fichas…– a escala nacional, se creo la Cooperativa española de la Técnica Freinet. Y para intercambiar experiencias contaron con la revista Colaboración, la imprenta en la escuela, en la que leemos repetidamente el nombre de Bañuelos de Bureba (Burgos).

domingo, 23 de mayo de 2010

La poesía que nos da ojos

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¿Estás triste hoy? ¿Crees que la vida tendría que ser más amable contigo? Bueno, aquí lo único que podemos hacer es contar historias. Así que si quieres…
A menudo desearíamos tener la clave para deducir si un poema es interesante, si dentro de cien años conservará la frescura que le vemos ahora. ¡Buf, qué complicado! René Char (1907-1988) –ese poeta imprescindible, algo hosco y malhumorado– decía en una entrevista en 1948: «para mí un poema no es bello, curioso, original o lo que se te ocurra. Es una cima en sí mismo. Algo duro, que no tiene necesidad de ser apreciado, admirado o saboreado. Lo que hace falta es que, al leerlo, descienda dentro de ti».

Robert Browning (1812-1889), por su parte, sí que daba pistas. Decía que un poema corrientillo es aquel que te dice que afuera pasa algo o, a lo sumo, te relata lo que ocurre; sin embargo, un poema de calidad es el que te asoma a la ventana. Browning tuvo una vida curiosa. Como si fuera un joven de hoy, vivió en su casa hasta los 33 años; entonces se enamoró de la poesía de Elizabeth Barrett, poetisa inválida que sufría en lo más parecido a una cárcel con su familia. Se casan al año siguiente, viviendo apasionadamente hasta 1961, en que muere Elisabeth. En esos años, ella escribe mucho más fluidamente, pero Robert conservó su maestría y la ejerció después. Veamos

Cita nocturna

El mar gris y la costa, larga y negra;
y el creciente amarillo, grande, bajo;
las olas asustadas y menudas que brincan
con fiero cabrilleo, a su sueño arrancadas,
al llegarme a la rada, con proa decidida,
y detener su marcha veloz en blanda arena.

Luego –una milla– tibia y oliendo a mar, la rada,
y cruzar tres bancales, antes de la alquería;
un golpe en el postigo, el roce áspero y breve
y el destellar azul de un fósforo en la sombra,
y una voz aun más queda, por miedo y alborozo,
que los dos corazones, latiendo confundidos.

Tal vez la traducción pudiera haberse hecho de otra manera, pero aún así en seguida estamos metidos en la escena, llegamos a la casa y escuchamos el «roce áspero y breve», contenemos la respiración para que no se apague el fósforo y, pasado el primer destello azul, se abre nuestra mirada. La poesía que nos da ojos.

jueves, 20 de mayo de 2010

Volar

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Volaba. Había escalado a lo alto del mástil, me encaramé en la cofa, abrí los brazos y me dirigí hacia la costa. Suelo hacerlo con frecuencia. Apenas aparece la luz del alba, me levanto; realizo unos estiramientos en cubierta para desperezarme; desayuno algo ligero –kéfir y fruta, por lo general–; y me subo a los cielos. Aquel día llegaban de las montañas del interior nubes de tormenta, pero me dirigí hacia ellas. Recordaba los poemas de Boscán y Garcilaso, que para mí eran incompresibles en su tiempo y que ahora tenía delante de los ojos: Aurora de pómulos rojos precediendo al carro de Febo, coronado de amarillo, tirado por hermosos corceles; pronto se verían envueltos por las nubes traídas por Céfiro y tendrían que elevarse para evitarlas. Lo mismo que yo hacía de ordinario, pero aquel día me introduje en la tormenta.

Empapado en la fuerte lluvia, comencé a temblar de frío. No sabía cuánto podría resistir en aquel estado. Las ráfagas de luz procedentes de los rayos iluminaban de manera intermitente la vorágine, dejando al apagarse una profunda oscuridad. Con fortuna pude ir sorteando las aristas del paisaje rocoso que atravesaba, hasta que un rayo impactó de lleno en mi costado derecho. Retorcido, con la herida abierta, caí en picado, aullando de dolor. Los truenos simulaban esa maldita voz, tantas veces escuchada: «Tú eres humano, recuerda, y no puedes volar en la tormenta». Noté cómo las ramas cedían ante la velocidad de mi cuerpo precipitado al vacío, lastimándome el rostro antes de que se produjera el impacto contra el barro.

Desperté aturdido. En los labios sentía el sabor de las briznas de hierba mezcladas con sangre. Miré mis brazos magullados y… me encontré sereno: mi cuerpo estaba inundado de la dulce certeza del combate

domingo, 16 de mayo de 2010

La crisis (a través de la cultura popular)

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Ya nos lo advertían desde la niñez

Este dedito fue a pescar,
este lo limpió,
este lo guisó,
éste puso la mesa
y este que está aquí,
el picarón del gordo,
se lo comió.

[Pequeña adaptación de un poema de Roberto Ferrer Hernández, tomado de la revista Al Margen, editada por el ateneo del mismo nombre]

jueves, 13 de mayo de 2010

Lugar donde se calma el dolor. Pausilipo

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Seguro que cada cual tenemos ese lugar en el que nos sentimos a salvo de cualquier peligro, en el que no conocemos la desdicha, en el que dejamos que el aire nos arrulle, que la vista vague confiada. Si la fortuna nos ha sonreído, incluso podemos montar allí la casa a la que acudir cuando ansiamos descanso; o subirnos a la barca donde sentiremos el vaivén de las olas. En el antiguo imperio romano, la gente pudiente se hacía construir villas de recreo en una colina cercana a Nápoles, teniendo a la vista la bahía y sus verdes contornos. Una de estas mansiones se llamaba Pausilypo, ‘lugar donde se calma el dolor’. [Si alguien tiene interés en conocer varios de estos sitios, puede acudir al libro de César Antonio Molina, Lugares donde se calma el dolor].

Siendo una expresión tan hermosa, pasó a ser nombre propio, que las modas han dejado por anticuado (al igual que le ocurre a Eustaquio o Eufemia, y es fácil que ocurra con Jéssica o Jenifer). Todavía queda quien se llama así. Es el caso de Pausilipo Oteo Gómez –Pausi, para la gente allegada–, soriano de Santa María de las Hoyas, emigrado a Gerona, poeta que canta a su tierra de origen, a su niñez pastoril o al discurrir del río Lobos por su conocido cañón. Sus poemas recuerdan a la pintura románica o gótica, no sujeta a las proporciones que ahora nos gustan, pero llena de colorido e ingenuidad. Juglares en la jubilación (que nos entretienen con su rima).

No digáis que esto es mentira
porque es verdad y no miento;
la historia que ahora relato
pasó en Vallejo Concejo
interviniendo conmigo
el Pedrito del Pañero.

Estábamos de pastores
con ovejas y corderos
pacían por los Matones
la Jabiná y el Ricuenco.

[El cuadro es de Iván Aivazovsky, 1817-1900]

domingo, 9 de mayo de 2010

Editoriales. Autoras/es. Y el asesinato

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Hoy nos hemos encontrado con varias noticias, con varias posibilidades de elaborar la anotación de la bitácora. Por ello, intentaremos una entrada múltiple. Primero, las editoriales y, entre ellas, una apenas conocida: Veintisiete letras; animada por María Moreno y Viviana Paletta, cuenta con dos años de existencia, en los que se ha propuesto difundir la literatura hispanoamericana. Todo ello a un ritmo pausado, que permita elegir bien lo que se edita; de ahí que lleven un total de 24 libros publicados en todo este tiempo. Nada que ver con la vorágine de las grandes editoriales que inundan cada día las librerías de títulos nuevos.
Uno de los libros que ha visto la luz en esta editorial es Cuentos completos, de Rodolfo Walsh; autor argentino, del que García Márquez afirmaba que había escrito algunos de los cuentos policíacos más significativos de nuestro tiempo. Y es que esta editorial pretende publicar literatura clásica en narrativa, poesía y ensayo –las tres colecciones que tiene por ahora–, textos que queden en nuestras estanterías como obras perennes. Un empeño que tienen muchas de las editoriales que no quieren someterse al dictado del mercado, aunque haya pocas que logren subsistir sin hacer algunas concesiones. Les deseamos suerte.
Rodolfo Walsh (1927-1977), escritor, periodista, traductor… intentó resolver el conflicto entre intelecto y acción, participando intensamente de la ficción y del compromiso revolucionario. En marzo de 1977, un pelotón especializado lo emboscó en las calles de Buenos Aires para prenderlo. Walsh, militante revolucionario, se resistió, hirió y fue herido a su vez de muerte. Su cuerpo nunca apareció.
[La fotografía es de Ricardo Torres, en el artículo de la revista Leer, 212]

jueves, 6 de mayo de 2010

Europa en papel ¡Qué delicia!

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Así lleva por título una de las exposiciones que están en curso en la Biblioteca Nacional, en Madrid, en la Sala Hipóstila (o de las columnas). Dejando a un lado las connotaciones políticas que conlleva un evento como el presente (hacia las cuales cada vez nos sentimos con menos atracción), hemos de reconocer que los documentos presentados son de gran calidad.
Se trata de la formación de Europa, así que comienza en la Europa medieval, en cuya sección podemos admirar el Beato de Liébana (siglo XI, 1047) y otros manuscritos deliciosos. Pasa después a la Europa moderna y nos sorprendemos allí con Cabeza de muchacha, de Velásquez (hacia 1620), o los dibujos de Rembrandt; por supuesto, nos detenemos en libros como la edición de La Odisea, de Homero (Florencia, 1488). Termina con la Europa contemporánea, donde están las obras de Darwin o Dios y el Estado, de Bakunin, en la edición de 1900 por Biblioteca de La Revista Blanca; además de textos e ilustraciones sobre sufragismo y abolicionismo; junto a partituras, como Don Giovanni de Mozart, impresa hacia 1801, o el Concierto para piano y orquesta, compuesto por Beethoven para el Archiduque de Austria en 1811. Todo ello sazonado con una interesante serie de mapas.
Solo hay que elevar una queja, en estas exposiciones, hacia la combinación de la tenue luz (a que obliga la conservación de lo expuesto) con una letra diminuta en las fichas explicativas de cada documento.

domingo, 2 de mayo de 2010

La ceguera, el paraíso perdido, las despedidas

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John Milton (1608-1674) era trabajador, poco flexible, por lo que no disponía de las cualidades por las que una persona es tratable y, en su momento, amable, dada a que la amen. Hablaba y leía con soltura en hebreo, griego y latín, ya desde la juventud, además de desenvolverse sin cuidado en otras lenguas modernas. Hombre de conciencia, tomó partido por la fracción puritana, aquella que defendía al parlamento frente al rey y a la Iglesia. El latín era entonces la lengua internacional en Europa, por lo que Milton desempeñó la secretaría latina en este movimiento, la secretaría de prensa.

No le salió gratis: lo pagó con la vista. A los cuarenta y cuatro años quedó ciego. Él, que en la palabra escrita cifraba parte de su vida. Perdida la causa puritana, salvó la vida por una gracia. Entonces concibió lo que años después sería el poema épico inglés por excelencia: El Paraíso perdido. La forma en que el hombre y la mujer perdieron la inocencia. Con cerca de sesenta años, se levantaba a las cuatro de la madrugada y, mentalmente, daba forma a un centenar de versos. Después, quedaba a expensas de que alguno de los sobrinos tomara nota de lo que Milton le dictaba. –¿Cómo no estremecernos un poco ante la impaciencia de este hombre?–. Y así se compuso una magna obra (dividida en doce libros), en la que el diablo resulta más convincente que la figura divina que viene a salvar el mundo (W. Blake dirá que Milton es «del bando del Diablo sin saberlo»). No es sencillo leer los versos, pero es una historia la de Adán y Eva que cautiva: Adán está tan pendiente de Eva, que ésta le pide un respiro, el cual aprovecha el Diablo para ofrecerle la manzana del Conocimiento; Eva se la pasa a Adán y éste la muerde sabbiendo que perderá el Paraíso, pero no tiene más remedio: sin Eva no podría vivir. Milton los despide del Edén:

Su llanto, natural, muy pronto fue enjugado.
El mundo todo ante ellos, podían elegir
su lugar de reposo, guiante Providencia;
asidos de la mano con paso incierto y lento
cruzaron el Edén por senda solitaria.

Pocas despedidas tan hermosas en la literatura. Y, como arte trascendente, no solo es de Adán y Eva, sino la despedida de toda pareja humana que desee vivir su aventura unida, pues para ello necesita dejar su mundo anterior atrás. De lo contrario, no funcionará el empeño o lo hará a medias.

[La fotografía es un capitel de Estíbaliz, por J. A. Olañeta]