martes, 26 de enero de 2016

Pendientes (libros de mañana)

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Cada vez que paso ante el anaquel del rincón siento un pequeño escalofrío, producido por las voces recortadas que salen de los libros a la espera. Allí, el montón algo desordenado se me figura los escombros de un bombardeo, aquel sucedido en Berlín en 1945, bajo los que estuvo enterrada (junto a un perro) durante tres días Inge Müller, algo de lo que sus poesías no pudieron desprenderse (Dormí bajo el ladrido de las cañerías de hierro / ya agarrada por la mano de la tierra […] y desperté cuando en algún lugar del corazón de los / continentes / empezó a subir humo desde el mar abierto). Aquí la tengo, en el libro de ensayos En la trampa de Herta Müller, ansiando mi mano amiga.
Menos mal que goza de la compañía de Iván Illich, con La sociedad desescolarizada, en una versión que me regalaron en verano. Y de Amos y Fania Oz. Y… y… Yo distraigo al entendimiento, me tapo los ojos y consuelo la las manos con versos de Piedad Bonnett en Las herencias (2008):
Nostalgia de lo imposible
Desde la estantería
los libros no leídos me miran con la misma
herida indiferencia de una novia agraviada.
Hoy, como tantas otras veces,
su silencioso estar ahí
- en mi tarde
que rumia perezosa los instantes –
chirría como una puerta de goznes oxidados
que el viento lleva y trae, y que me impide
concentrarme en las líneas del poema.
El pajarraco del desasosiego
vuela estrellándose en las paredes.
Los libros no leídos me contemplan
con una obstinación orgullosa y distante.
Y logran inquietarme,
porque me hacen pensar en esas calles
- que jamás transité-
en donde lo esperado me esperaba.
(Y dice Inge: No me llevarás, muerte, pesaré mucho / hasta que lleguen y excaven / hasta que den conmigo / tú te irás de vacío).

miércoles, 20 de enero de 2016

Margarita y la miel (regalo sin ofensa)

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Margarita me ha regalado un broche con la imagen de la Recolectora de miel de la cueva de la Araña, cercana al río Escalona, en Bicorp, Valencia. Es una representación prehistórica única de esta actividad, que puede situarse entre 8.000 y 5.000 años atrás. Hace tiempo ‒desde que se puede copiar y pegar‒ que utilizo la imagen como elemento ilustrativo en la solapa de algunos textos que voy elaborando, incluso en los de seriedad académica, en su momento. Me gusta pensar que es posible la convivencia armónica entre seres humanos y, abundando, entre seres humanos y el entorno en el que viven. Y esta imagen ‒no sé por qué‒ me lleva a imaginar que ha habido épocas en que ello se ha dado.
Lo curioso de la situación es que Margarita (de Salamanca) conoce mi atracción por este grabado, pero desconoce que el club de lectura en el que estoy (de Burgos) se llama precisamente así, La Recolectora, y que tiene adoptada a la rampante mujer como imagen del mismo. ¿Qué otra cosa son la escritura y la lectura que abejas elaborando miel desde las flores y recolectoras saboreando sus dulces palabras?
El lunes fui con mi regalo en el jersey a la Casa Redonda de La Recolectora y la gente se moría de envidia. Ayudó a paliar el asunto del día: el comentario al libro La ofensa, de Ricardo Menéndez Salmón. Una lúcida exposición de la insensibilidad hacia el horror que se produce en las guerras ‒continuada en Derrumbe y El corrector con los estragos de la mentira y con la doxa que alimentan la mayoría de personalidades públicas que nos arengan y nos gobiernan, le pouvoir est maudit‒, la cual dio pie a una sesión memorable para quienes asistimos a ella. Lecturas a las que puede acudirse para escapar y, tal vez, paliar el vocerío presente, pues, en palabras de su autor, "un buen libro es una mala noticia para el poder".

[Las fotografías son de Chus, memoria de nuestra actividad, aunque faltan cinco].

jueves, 14 de enero de 2016

La Cautiva (Heroína en cómic)

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Ya ha llegado la cigüeña a la espadaña. (Y yo con la pequeña rama de acebo que pongo en la puerta del piso en el paso de los años, todavía sin recoger, sobre la mesa de la cocina). El barrio tiene esta nueva compañía surcando incansable los cielos al aprovisionar materiales con los que rediseñar el nido. El ave zancuda que sustituye (o sustituía) a las mujeres madres en la infancia.
Precisamente del trato recibido en la historia por estas he estado pensando estos días. Por los libros, claro. Compré no hace mucho el Crisolín número 170 (1946), que no es otro que el extenso poema argentino Martín Fierro, de José Hernández. Estaba a precio (que me parece) razonable, de 6 euros. Ese papel de oleaje, con más de cien pequeñas ilustraciones. En mi tierna juventud, sus versos, por vez primera, hicieron que me parase a considerar la condición social de la mujer, especialmente en la lectura del capítulo «La cautiva» ‒Ansí le imponía tarea / de juntar leña y sembrar / viendo a su hijito llorar; / y hasta que no terminaba / la china no le dejaba / que le diera de mamar‒ y en la lucha a muerte con el indio que la esclaviza, del siguiente capítulo, cuando la cautiva salva de una muerte segura a Martín Fierro y esta queda libre. Toda una película en versos.
Y otra heroína es Sally Heathcote, una sirvienta (o trabajadora doméstica, según la corrección verbal) que se convierte en sufragista (ya ves, aliterativo del nombre) por obra y gracia de Mary Talbot, que  le hace recibir conciencia de su señora, Emmeline Panckhurst, una de las fundadoras del movimiento. Este no lo he comprado. Está sacado de la biblioteca. La singularidad de la misma es que se desenvuelve entre viñetas, pues se trata de una novela gráfica, con sus buenas 170 páginas, que aprovecha para insertar carteles y proclamas de la época.  A mi parecer, acertadas decisiones.
Todo a la vista de la cigüeña del barrio, dueña de su cubil.

jueves, 7 de enero de 2016

Océano profundo. Tal vez cansado (Melville Stager)

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Cuando se contempla la belleza tranquila y el brillo de la piel del océano, uno se olvida del corazón felino que late por debajo, y no está dispuesto a recordar que esa zarpa aterciopelada oculta unos colmillos despiadados (escribe Herman Melville en Moby Dick)
Sucumbo al ambiente consumista de los días presentes y adquiero un (breve) bestseller, La sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han, filósofo que está haciendo furor desde Alemania. Su tesis es sencilla: disponemos de tantas cosas que, utilizarlas compulsivamente, produce cansancio y depresión. Nuestro objetivo es el rendimiento, lo que lleva al cansancio por exceso de positividad. Es el signo del siglo XXI en la sociedad occidental. Para evitar las pastillas habría que recurrir a las soluciones que señalaba Nietzsche: aprender a mirar, a pensar, y a hablar y a escribir. (Y no está lejos de aquí el Bartleby, de Melville).
Parece que esos colmillos despiadados de los que habla Melville irán desapareciendo en caso de que continuemos acidificando el agua de los océanos. Esa es la opinión de la “comunidad científica”. La leo en un libro no catastrofista de Curt Stager, El futuro profundo, escrito por este paleoecólogo y paleoclimatólogo, que analiza los fenómenos del planeta con la perspectiva de miles de años hacia atrás y hacia adelante. Según él, nos estamos saltando un periodo glaciar debido al calentamiento por emisión de carbono. En principio, ello no es que sea para echarse las manos a la cabeza, pues de no haber sido así, la glaciación correspondiente se tragaría parte del hemisferio norte americano y euroasiático, desapareciendo países como Canadá dentro de unos miles de años.
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Lo significativo de esta época, iniciada en el siglo XVIII, a la que llama Antropoceno, es que podemos decidir como especie humana la incidencia de nuestra actuación sobre el planeta, rompiendo así su trayectoria natural. Aun decidiendo no emitir más dióxido de carbono, el que ya está en la atmósfera tardaría cientos de años en normalizarse.

Los tres recomendables para este sobresaliente año.

viernes, 1 de enero de 2016

Diálogos de besugos

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Una de las cosas por las que me gusta el invierno es que, de vez en cuando, muestra la primavera que lleva dentro. No me importa el frío, la niebla, la nieve en estas fechas. Él está diciendo, lanzando señales de que brotarán las hojas y el sol nos regalará la tibieza de las tardes de abril.

Leo el libro de Héloïse Guerrier y David Sánchez, Cagando leches (Astiberri, 2015), colorista en sus ilustraciones y ameno en sus textos, que son una relación de dichos utilizados con frecuencia en nuestras conversaciones. "Marear la perdiz" por un azor que da vueltas sobre ella hasta aturdirla, lo que lleva a "perdiz azorada, medio asada". O la recomendación de ingerir un trago de aguardiente para "matar el gusanillo" que nos produce hambre en el estómago. Y, claro, si nos ha tocado la lotería, revitalizar aquella costumbre que se introdujo en 1763, con la instauración de la lotería por Carlos III, de "tirar la casa por la ventana".

Pero, a lo que íbamos. Me detengo especialmente en el "Diálogo de besugos" -Dialogue of breams, Dialolgue de daurades, pues está en tres idiomas-, que es "Conversación carente de lógica y que resulta absurda. (Vamos, que no nos entendemos y continuamos erre que erre). La voz besugo comprende dos acepciones: pez o, por extensión, persona necia. Así, es recurrente en el coloquio el uso metafórico de pez -vertebrado acuático de poso seso- para personificar la majadería. Es el caso de ser un merluzo o estar pez".

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Tal vez, haya inviernos sin primaveras.

Dichoso Año.