En tiempo reciente, me he
topado con un par de libros de temática similar. Concuerdan con afirmaciones
que leemos o escuchamos con frecuencia en ocasiones distintas, lo que hace que
sea un comentario sabido y que, por
ello, no llaman demasiado nuestra atención, máxime cuando chocan con nuestras
prácticas diarias. Se trata de la escasa libertad que tenemos en internet, en
concreto en la utilización de las redes sociales. Un tópico. Pero que, en los
casos que nos ocupan, se asientan en experiencias personales de quienes están
dentro del sistema y conocen sus bases.
El primero es la
autobiografía de Edward Snowden (1983), Vigilancia
permanente (2019). Formado en ingeniería de sistemas, sirvió como agente de
la CIA y trabajó como experto informático para la NSA. Su inicio, la verdad que
no me agradó demasiado; me parecía algo pretensioso: «Me llamo Edward Snowden.
Antes trabajaba para el gobierno, pero ahora trabajo para el pueblo». No
obstante, al leerlo, te sumerges en su vida cuando estaba ayudando a crear un
sistema que permite al Gobierno de Estados Unidos entrometerse en los rincones
de la vida privada de cada uno de los ciudadanos del mundo. Ello le condujo a
una crisis personal, pues su idea de internet era de libertad, y le llevó en
2013 a destaparlo todo y poner en jaque al sistema. El resultado fue el inició de
una caza y captura internacional que a día de hoy sigue abierta.
El segundo (que no he leído
completo) nos toca más de cerca. Me lo han pasado en la biblioteca del barrio. Es
El enemigo conoce el sistema (2019),
de la periodista Marta Peirano, ubicada entre Madrid y Berlín, activa en
debates de radio y televisión. Su charla TED “Por qué me vigilan si no soynadie”, va camino de los tres millones de visitas (y, precisamente, su obra El pequeño libro rojo del activista en la
red lleva prólogo de E. Snowden). Ella es contundente: la red no es libre
ni abierta ni democrática. Es un conjunto de hardware controlado por un número
pequeño de empresas, en las que opera un software críptico, bajo algoritmos
dirigidos, en bases de datos ocultas. Lo que nos permite es asomarnos (y
discutir, si nos place) al interfaz, al escenario que hay entre el público y
las bambalinas, pero que nos impiden llegar al sistema de fondo, porque
sencillamente no lo conocemos.
Ahí tenemos que vivir.
Lo demás es cuestión nuestra.