Giacomo Ceruti (1698-1767), pintor nacido en Milán, se movió fundamentalmente por los pagos de Brescia. Le dieron el apelativo de Il Pitocchetto –el pequeño pordiosero−, por la tendencia que mostró a elegir personajes de la calle: muchachos recaderos cargando cestas o jugando a las cartas, lavanderas, mendigos, etc. Teniendo como clientes a rurales mecenas moralistas, que sustentaban instituciones benéficas.
Uno de los cuadros que nos conmueve, siempre que lo contemplamos, desde hace años, es Mujeres trabajando sobre mundillos de encaje, pintado en 1720, donde todo va en parejas, en tríos, en estrella de seis puntas (con un pequeño encaje); donde se duplican los gestos (o las rigideces); donde oprime el destino, desparramado en grises, marrones, pálidos blancos y esperanzadas blusas de tierra. Jóvenes trabajando en un orfanato, mientras una de ellas lee la biblia y otra… y otra... y otra...
Encajeras, demiurgas de destinos repetidos en sus rostros.