viernes, 28 de octubre de 2011

Rostros con palabras (Lecturas colectivas)

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Giacomo Ceruti (1698-1767), pintor nacido en Milán, se movió fundamentalmente por los pagos de Brescia. Le dieron el apelativo de Il Pitocchetto –el pequeño pordiosero−, por la tendencia que mostró a elegir personajes de la calle: muchachos recaderos cargando cestas o jugando a las cartas, lavanderas, mendigos, etc. Teniendo como clientes a rurales mecenas moralistas, que sustentaban instituciones benéficas.

Uno de los cuadros que nos conmueve, siempre que lo contemplamos, desde hace años, es Mujeres trabajando sobre mundillos de encaje, pintado en 1720, donde todo va en parejas, en tríos, en estrella de seis puntas (con un pequeño encaje); donde se duplican los gestos (o las rigideces); donde oprime el destino, desparramado en grises, marrones, pálidos blancos y esperanzadas blusas de tierra. Jóvenes trabajando en un orfanato, mientras una de ellas lee la biblia y otra… y otra... y otra...

Encajeras, demiurgas de destinos repetidos en sus rostros.

lunes, 24 de octubre de 2011

Sol de lluvia (para el aniversario)

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Queda abierta la Biblioteca. Libros, películas, ordenadores, revistas... todo a disposición, libre acceso para quien desee mirarlos, tocarlos, utilizarlos, llevarlos...

La Bibliotecaria, en este 24 de octubre, día de las bibliotecas (y aniversario de esta Bitácora), se ha marchado a la ribera, atraída por el sol fresco que asoma después de la lluviosa mañana. Mira las hojas caídas que, en algunos espacios, tapizan la hierba. De cuando en cuando, cierra los ojos y se agacha, eligiendo al azar algunas de ellas.
Al final de la tarde volverá a la Biblioteca. Ofrecerá una hoja a quienes continúen allí.

[El cuadro Observant 1 es de Eva Navarro]

viernes, 21 de octubre de 2011

Desiertos

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¿Qué tienen los desiertos? ¿Qué contienen? Se dice que son una metáfora de la vida. Y sí, atravesamos desiertos sin pisar arena. Pero, para la percepción occidental urbana acomodada que poseemos, su espacio físico ya no es un elemento de vida como lo fuera en siglos pasados. Así nos aparece en la obra de El Sherif El Idrisi de Ceuta, El paseo del Deseoso de atravesar los horizontes, escrita en el siglo XII, hablando de las rutas comerciales que subían desde Ghana o Sudán hacia Marrakesh, Tlemecén o Granada. Parecida estampa pintan los poetas beduinos preislámicos en los desiertos de Arabia.

Ahora, desde África -desde sus desiertos-, nos llegan noticias de luchas tribales, de inmigración que transita hacia el Norte, esperando mejor vida. Es una tierra desecha. ¿Al igual que nuestra cultura? Es lo que da a entender la antología Poemas para cruzar el desierto (Línea de Fuego, 2007), que ocupan sus versos en zonas desoladas de nuestro ser, abundando en la desesperanza.
Pero no decaigamos, si podemos perdernos y morir en una tormenta de arena, también llegamos a momentos de belleza sobrecogedora en el dorado paisaje cambiante.

viernes, 14 de octubre de 2011

Lirios de agua

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Hay quienes sostienen que las canciones populares son el origen de toda narración. Según ello, la literatura sería una especie de notas al margen de estos relatos-poema (al igual que la historia de la filosofía lo es respecto de Platón). No hace mucho tiempo, en el río Muga, a su paso por Pont de Molins, una joven de 20 años se subió al pretil de la presa y, sin que nada pudiera hacerse en evitarlo, se tiró al agua, desapareciendo de la vista. Al poco, uno de los que contemplaron el escalofriante suceso, cantó con voz tremante:

La canción del lirio de agua,
si la queréis escuchar,
es la canción de una joven
que el agua se va a llevar.

Lo hizo en catalán, tal cual viene en Lo lliri d’aigua, obra de Frederic Soler (estrenada en el Teatro Romea, en 1886). El Muga desemboca en el cabo de Rosas (a la postre, todo son flores).

Seguramente, la mujer del salto no pudo dejar de ser «criatura de los azares», según dice Pedro Salinas (en Razón de amor), o…

[La imagen está tomada de la bitácora de Olga Xirinacs]

martes, 11 de octubre de 2011

Páginas para los pétalos

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Le enseño a la Bibliotecaria el ebuk que me prestaron el otro día, para ver qué cara pone. Ella ya los conoce, claro, y hemos hablado del asunto en varias ocasiones, pero no tengo la certeza de saber qué opinión le merecen. «¡800 libros −le digo− caben aquí adentro! Podemos acompañar a la esbelta y pálida Maria Gravilovna en las tierras rusas, viviendo con aparente indiferencia la soledad [que ya sabemos cómo se resuelve] y, desde allí, atravesar el Atlántico para saludar a Sally Carroll, que prefiere cerrar los ojos, ansiando que el tiempo transcurra haciendo inevitable su boda con Harry, que la alejará de la dulce pereza en la que está sumida su vida de chica desocupada del Sur, corriendo el riesgo (casi seguro) de que equivocará su rumbo. Según nos relata El palacio de hielo, de Scott Fitzgerald (1896-1940)».

La Bibliotecaria coge −furtivamente− en la rosaleda del barrio unos pétalos de las flores que nos está ofreciendo este otoño sin lluvia. Me las da para que los guarde hasta que lleguemos a casa. Pero... no tengo en dónde hacerlo.

viernes, 7 de octubre de 2011

En la tempestad digital

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Pasé el miércoles por la biblioteca del barrio y me encapriché con un lector de libros digitales, de esos aparatos que llamamos ebuk. ¡Un poco pequeño, no! me pareció al abrirlo. Pero todo sea por satisfacer el cumplido afán de la curiosidad que me inundaba. Así que ahí me encuentro como una criatura con zapatos nuevos, pulsando todas las teclas, tactilando los iconos en pantalla, mirando la carga de batería, probando a sol y a sombra…

Me he metido en La tempestad en la nieve, de Pushkin (1799-1837), y allá que aparece la hermosa Maria Gravílovna «esbelta y pálida», que pretende casarse con Vladimir (que ardía en igual pasión que ella), en una apartada ermita del bosque, pues no en vano lo van a hacer sin el conocimiento del padre y la madre de Maria. Pero, hete aquí, que tengo que agrandar la letra justamente cuando se está levantando una tempestad de nieve y Vladimir ha enganchado el caballo a su trineo. El camino se desborda en la pantalla y el caballo queda cegado por la violencia de los copos que impulsa el viento que entra por la ventana. La cierro y reduzco la letra para ver en qué queda esto. No hay manera, se ha digitalizado el final del capítulo en cascada y me encuentro con Maria desmayada, sostenida por su doncella y los testigos, que la casan con un joven que aparece por allí a refugiarse de la tormenta.

Y con el correr de los bytes resulta que…


lunes, 3 de octubre de 2011

Sueños sin norte

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Paseo con la Bibliotecaria. El sol acaba de ponerse y nos hemos abrigado un poco ante el creciente frescor de la sierra. Hoy viene llena de sueños, de esos que no conducen a ningún lado. Tal vez por ello lleva entre manos un libro de poemas de Abu Tammᾱm ibn Rabᾱh de Calatrava: El cálamo del poeta (Hiperión, 2008), del que va leyendo Muchacha de piel negra, según pisamos la tierra del camino.

Es una joven negra que, cuando se descubre,
muestra sobre su piel
la frescura del agua del paraíso;
la ven mis ojos negros y de ella se enamoran,
como se atraen las cosas semejantes.

En pocas ocasiones tuvo la poesía tanto poder como en el siglo XI (ó V) en los Reinos de Taifas, cuando declinó el Califafo de Córdoba. Los soberanos pugnaban por tener ministros y embajadores literatos. Combinaron el cálamo y la intriga, sin detenerse ante la muerte (ajena) cuando la consideraban necesaria. Eso sí, distinguían a los escritores por su origen −que siempre hubo clases−. De ahí que la Bibliotecaria me dice que en los versos de nuestro barbero −ibn Rabᾱh−, a pesar del obligado preciosismo cultural, se trasluce este microcosmos.
El jilguero
Han teñido sus alas con rielar de azafrán,
y en su pico se ve sangre de drago;
pienso que, en busca de la aguada, lo engañaron
las pozas de los curtidores,
y bebe siempre en la sangre.