La amazona Hipólita, ‘la que desata sus
caballos’, se enrolló con Teseo y de esa unión nació Hipólito, que falleció
cuando su carro, tirado por caballos, se estrella contra un olivo al desbocarse
estos. Se trata de una imagen que se repitió con frecuencia durante la época
dorada del caballo, la segunda mitad del siglo XIX, ampliada en el medio siglo
anterior y el posterior. La visión marxista ─centrada en el desarrollo técnico
industrial─ ha eludido la importancia del «motor de avena» en esos ciento
cincuenta años, algo que ahora aporta la documentada obra de Ulrich Raulff, Adiós al caballo. Historia de una separación
(2018). Su entidad puede colegirse de datos como el de que en Londres, hacia 1890,
había unos 300.000 ejemplares, de los que 26.000 eran sacrificados cada año,
convertidos en fertilizantes o comida para gatos.
El médico ─Hipócrates, ‘domador de caballos’─
rural más famoso de la literatura, Charles Bovary, empleaba el caballo para sus
desplazamientos, y, tirado por caballos, se desplaza el simón (cerrado) en el
que Emma se abraza a su amante
(¿humillando a su bovis, ‘buey’?). No
lejos quedaba otra ciudad extensa, París, en la que los equinos también
sufrían; no en vano resucitaron el dicho de ser «cielo para las mujeres,
purgatorio para los hombres e infierno para los caballos».
Hoy en día se asocia el caballo a estímulos
sentimentales o estéticos, ligados en notable parte al estatus social e, incluso,
a actividades terapéuticas. Pero antes se definía por su carácter centáurico,
de conquista, algo que se perdió cuando el automóvil proliferó y las personas
nos escondimos en las máquinas.
De las 472 páginas del libro, 70 lo son de
notas bibliográficas. Con guiños frecuentes a la cultura clásica y el arte.
Para disfrutar.
[Las imágenes son La trilla, de Rosa Bonheur, y Centauro
en la herrería, de Arnold Böcklin].