Si fuera enseñante de periodismo y alguien del alumnado me entregara un artículo con título semejante al que aquí intitula esta entrada, le rebajaría la calificación de inmediato, pues me resulta de lo más tópico, pero… al no ser lo uno ni lo otro, puedo permitirme hacerlo y exponerme únicamente a la reconvención de la Bibliotecaria (que, de seguro, comparte este gusto conmigo).
Diego López en su libro Declaración magistral de los Emblemas de Andrés Alciato, que vio la luz en Nájera (Logroño), en 1615, por obra de los talleres de imprenta Juan de Mongastón, dedica uno de ellos a Proteo. Se dice que la obra del italiano Alciato (1492-1550), aparecida por primera vez en 1531, conoce más de 170 ediciones en varios idiomas. El emblema (en-blema griego, ‘poner dentro’, lo que podemos denominar jeroglífico) es un género que suele consistir en una imagen alegórica que explica el epigrama (o frase) que viene a continuación.
Por otra parte, Proteo es Dios mitológico relacionado con el mar y con la adivinación. Pero tiene sus rarezas y, cuando se le cruza el día, no le apetece realizar predicciones, por lo que cambia de forma y solo se aviene a predecir a quien es capaz de capturarlo, lo cual es preferible intentarlo cuando sale del agua y se echa la siesta en la playa, allá por Creta o por Faro. Lo bueno que tiene es que suele cansarse de tanto cambiar y, al final, el hombre nos echa la buenaventura. Pero vayamos al emblema de la Declaración magistral…, que dice así:
"Lector: Proteo, que, al parecer, representante / semejas y otra vez fiera pareces, / siendo otra vez al hombre semejante, / ¿por qué en diversas formas tantas veces / trasmudas y conviertes tu semblante?"
"Proteo: Soy de la Antigüedad, a quien te ofreces, / y del primero siglo suma y cuenta, / del cual cualquiera como quiere inventa".
La verdad, no sé si nos interesa cultivar demasiadas relaciones proteicas.