Cada año por estas fechas nos
detenemos en la pintura. Las imágenes pintadas no pueden explicarse ‒son como
la poesía‒, aunque sí pueden narrarse, que es lo que solemos hacer en los
libros, en las clases de arte o en los catálogos que encontramos en las
exposiciones. Están elaboradas en ese lenguaje otro (que diría Gamoneda) en el que transcurre lo indecible, lo que
no podemos expresar con palabras. No quiere ello decir que trate, por
obligación, asuntos extraordinarios. Al contrario, puede ser una muestra de lo
cotidiano o un grito de lo injusto.
En este año nos detenemos a
contemplar a Zorikto Dorzhiev, nacido en Uban Ule (Siberia), en 1976, que nos
trae ambientes y figuras de Mongolia, con su deje sonámbulo y tonos algo grises,
no en vano nace en el seno de uno de los grupos étnicos descendientes de los
legendarios mongoles, los budistas nómadas buriatos.
La noche comienza a esconderse.