Tengo el derecho inalienable, constitucional y natural de amar a quien yo quiera, de elegir el tiempo que va a durar ese amor y de sustituirlo cada día si es lo que me place. Y ante ese derecho intrínseco ni ustedes ni sus leyes pueden interferir.
Escribe Victoria Claflin
Woodhull (1838-1927), de Ohio, en el semanario que dirige junto a su hermana
Tennessee (1846-1923) a partir de 1870. Y ese derecho, claro, incluye el
disfrute sexual y el empleo de anticonceptivos (pues no son partidarias del aborto). Lo cual no es tan evidente para
las autoridades, que, desde 1850 persiguen la difusión y uso de los mismos (curiosamente,
tolerados y publicitados en la prensa), dando en la cárcel con los huesos de
quienes se atreven a contravenir las reglas.
El grupo de las Amantes Libres
abogan porque la mujer pueda repudiar los matrimonios sin amor o los abusivos y
que tengan potestad de decidir si desean relaciones sexuales, y llegan a decir
que el sexo forzado dentro del matrimonio es violación, tal como podemos leer
en el periódico Lucifer, una vez que
lo llevan Lilliam Harman, Lillie D. White y Lois Waisbrooker (1826-1909),
mujeres, por lo general, librepensadoras, espiritistas y prolíficas escritoras.
El amor libre (dentro o fuera del matrimonio o de la unión libre) es uno de los
derechos de la libertad social, e impulsa a la mujer a ser amante de su propia
persona (ese quiérete a ti misma, que
decimos hoy).
La mayoría de ellas pasan años
de cárcel, perseguidas por obscenidad, al celebrar ceremonias privadas de unión
sentimental o publicitar contraceptivos. Y fueron más allá, al relacionar la
violencia con la guerra, y la desigualdad económica entre los sexos y las
clases con lo que llamamos males sociales: pobreza, prostitución, injusticias…
También hay hombres en el
movimiento Amantes Libres: Josiah Warren, Henry James, Canning Woodhull, etc.,
que durante más de cincuenta años sorprenden a la puritana sociedad
estadounidense.
Gracias a ellas la mujer, hoy puede gritar bien fuerte y actuar coherente conforme a sus deseos. Los cambios no llegan solos. Por suerte siempre habrá héroes (en general) y en este caso heroínas (en particular) que se sacrifiquen por una Gran Causa.
ResponderEliminarUn beso
Pues tienen mucha razón, Mere. No tenemos siempre conciencia del agradecimiento que merecen de nuestra parte. Tal vez, ello es una de las herencias más preciadas que puede dejar una persona.
ResponderEliminarBesos.
Parece que uno va cubriendo etapas paulatinamente. Primero señala unas injusticias, y de ahí va descubriendo/pasando a otras y así sucesivamente. Hasta la última etapa, si es que hay un final o absoluto de la injusticia.
ResponderEliminar¿La persona de la foto es Victoria?