Dedicarse a la gramática puede parecer una profesión sin complicaciones, salvo las derivadas de dominar los entresijos propios de las palabras y su expresión. Pero no es así. La gente poderosa (y quienes ambicionan cualquiera de los muchos poderes existentes) desea tener a su servicio ese elemento tan necesario de la información, la cual se manifiesta con las lenguas.
Esta
es una de las deducciones básicas que se desprenden al ver y leer el cómic Nebrija del argentino Agustín Comotto,
que se ocupa del devenir del polímata lebrijano, ocurrido en circunstancias
políticas convulsas entre 1444 y 1522 –tiempos de Enrique IV, Torquemada, la
Beltraneja, Isabel y Fernando, Cisneros…–, en las que las intrigas y apuestas
por el bando perdedor o ganador aupaban o derribaban fortunas y existencias. Y
ahí estaba el gramático, bailando entre la necesidad de complacer a la gente y
las propias creencias, lo que era fundamental para ocupar una cátedra de prima
en la universidad o un lugar en la corte renacentista del maestre de Alcántara
en Zalamea de la Serena.
Famoso por ser autor de la primera gramática del castellano (1492, a inspiración de Isabel la Católica que deseaba un instrumento para que la población mora recién conquistada pudiera aprender la lengua de la nación y, al tiempo, sirviera a las gentes religiosas [que de latín no andaban muy allá]), defendió los derechos de autor (que impuso a sus impresores), la libertad de conciencia (que le llevó a la Inquisición), y se guio por un elemento básico: la curiosidad.
Desde el Cielo de Salamanca a la expresión libre. Salud