miércoles, 27 de junio de 2012

Cocrear. (Pintando bisontes)

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Los hodiernos comunicadores lanzan, con cierta frecuencia, opiniones, conceptos o ideas, que suelen concretar en un término (o expresión), en el cual incluyen algunos propósitos (evidentes, en ciertos casos; ocultos, en otros). En el campo de la psicología, confundido con el de los llamados recursos humanos (por lo que no lo distinguimos siempre de los propósitos manipuladores), circula desde hace un tiempo el coaching, utilizado por muchos gabinetes para realizar cursos que cultivan la inteligencia emocional y la comunicación. Prometiendo un devenir más feliz a quienes asistan y practiquen. Así, hay empresas preocupadas por el bienestar y la salud de quienes trabajan en ellas y, en tiempos de bonanza, organizan encuentros antiestrés. Estamos, incluso, ante el Coaching Ontológico.

Europa cada vez crea menos. Por ello, es Estados Unidos el lugar donde se cocinan estas novedades. Toman realidades antiguas (de Asia o India en los últimos tiempos) y les ponen nombre nuevo. Pues bien, un término de moda es Cocrear. Es decir, desarrollar la capacidad de crear realidades propias en el mundo actual. Tienes que tener una intención. Ello atrae a lo que deseas. Así de fácil. Luego lo compartes (es decir, utilizas internet) y retienes la energía o sensación lograda. Si no te sale bien, es que no estás preparada/o para cambiar y lograr los deseo de tu alma. Suelta lastre. En ese caso, tal vez necesites alguien canalizador, trabajador de luz o investigador de la conciencia.

Estos términos están asociados a algún éxito editorial. Es lo que sucede con El secreto, de Rhonda Byrne (2007), en libro y película. Aunque, cada vez que juego a la lotería y no me toca, me pregunto si quienes habitaban Altamira tenían la misma fortuna que yo.

viernes, 22 de junio de 2012

La Diosa Razón

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A los cien años, más o menos, de la muerte de Marie-Thérèse Davoux (1766-1818), se acercó Iván A. Bunin al cementerio de Montmartre a visitar su tumba. Pero nadie de por allí guardaba memoria de ella ni tampoco aparecía evidencia alguna de su presencia inerte, en un primer recorrido por el recinto. Solo después de rebuscar con meticulosidad, dio con los restos de la sepultura. ¡Y eso que se trataba de la Diosa Razón!, pues con este nombre había sido elevada a los altares en la catedral de Notre-Dame la figurinista de la Ópera Marie-Thérèse el 10 de noviembre de 1793, cuando los ánimos de la exaltación revolucionaria estaban en su clímax y se había destronado a la anterior Virgen María. Jean-François Garneray realizó un retrato de ella con el título Madmesoille Maillard (que era su nombre apelativo).

Y casi a los cien años de esta visita al cementerio, apenas si recordamos a Iván Alexéievich Bunin (1870-1953), nada partidario de revoluciones, que escribiera un relato con el título «La diosa Razón», basándose en estos hechos. Relato que publicó en 1924, el mismo año que también lo hizo con la novela corta El amor de Mitia [reeditada en 2003, en Pre-Textos, con otros relatos], una vez que ya estaba afincado, con su esposa Vera Múromtseva en París. Antes había publicado novelas como Una aldea, con la que consiguió darse a conocer al público. Buena parte de ellas fueron editadas en español por Calpe, en acertadas traducciones de Tatiana Enco de Valero. Y después dio a la luz, por ejemplo, La vida de Arséniev (1930). Realizaciones que le hicieron merecedor del Premio Nóbel en 1933, primera vez que se le concedía a un escritor exiliado y ruso.

«El tiempo termina por poner cada cosa en su sitio», decimos. «Poco a poco, siempre, arregla todas sus cuentas la historia», cantan Olga Manzano y Manuel Picón, y continúan: «Y, el tirano, aunque se vista con sus galas primorosas, / tiene un árbol que lo espera con un nudo y una soga». En fin, a la vista de estos y otros acontecimientos, podemos dudar del justiciero Tiempo, aunque ello suponga que nos lancemos en brazos del descontrolado Azar.

[Sobre lo escrito aquí, puede verse el artículo de Pedro Torres Curiel, «De la gloria al olvido: el caso Bunin», en la revista ovetense Clarín, n.º 99, mayo-junio 2012].

lunes, 18 de junio de 2012

Clubes: algo distinto a patadas

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Hace noventa años, Ramón Segarra Vaqué, en un pequeño artículo titulado Sport Pedantería, con cierto tono jocoso escribió: «La juventud de nuestra graciosa era todo lo resuelve con los pies […] La futura raza humana tendrá la cabeza muy chiquitita y las extremidades inferiores muy grandes… Y calzará herraduras». Se estaba extendiendo el footall y nacían clubes y aficiones.

Lo nuestro, sin embargo, no va de patadas a un objeto rodante. La Recolectora se arrellana cómodamente en las sillas de su casa redonda cada quince días y se dedica a comentar y discutir sobre el libro que en esos días tienen entre manos sus componentes. Esta temporada ‒de octubre a junio, como colegiales‒, por motivos inesperados, hemos dejado alguna sesión en blanco, pero aun así, palabra a palabra, hemos entrado en catorce historias a través de estos títulos:

El informe de Brodeck, de Philippe Claudel

Persépolis, de Marjane Satrapi

La pasión según G. H., de Clarice Lispector

Hacia la boda, de John Berger

El rey Lear, de William Shakespeare

Al morir Don Quijote, de Andrés Trapiello

La balada de Iza, de Magda Szabó

Adversarios admirables, de Olga Guirao

Cuentos de los días raros, de José María Merino

Bueno días, tristeza, de François Sagan

La muerte en Venecia, de Thomas Mann

Climas, de André Maurois

Memorias de un solterón, de Emilia Pardo Bazán

Y, según acostumbramos cada año, hemos gozado de un encuentro directo con gente que escribe; en este caso, con siete integrantes de la escuela de escritores de Burgos.

Para terminar cada sesión, al calor de las llamas del hogar (en invierno) y al frescor de la sombra del roble (en primavera), leemos en común en alto textos de Farugh Farrokhizad, Carlos Marzal, Wislawa Szymborska, Ortega y Gasset, Ernestina de Champourcin, Aníbal Núñez, Clarice Lispector, Ángel Crespo, Pirandello, María Victoria Atencia...

Después, un animado refrigerio en la cafetería de al lado.

miércoles, 13 de junio de 2012

Diálogos (imaginarios). Rellene usted...

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En 1894, conmemorando el Primero de Mayo –tan bisoño él, entonces−, Emilio Longoni (1859-1932) pintó un cuadro (de esos que hemos dado en llamar en pintura divisionismo) en el que podemos ensayar a taller de escritura. En su primitiva publicación, según vemos aquí, adjuntaba un diálogo:

Ella.- No tengo hambre. La langosta que nos comimos la cena de anoche todavía me pesa en el estómago.

Él.- Me gusta: chupa el jugo de carne, eso es todo. Se trata de un excelente solomillo de ternera y de la mejor.

Un poco complicado elegir palabras bellas, ¿no?

jueves, 7 de junio de 2012

Repetimos: Yo Quiero Bibliotecas Públicas

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Hace un tiempo –antes de conocer a la Bibliotecaria˗ encontré un pequeño libro en el mercadillo de los domingos de Salamanca, cuando éste se celebraba en la zona baja de la cuesta Tentenecio. Más bien es un folleto, titulado El Derecho y la Justicia, con textos de Pedro Dorado Montero, Guyau, Maeterlink, Tolstoy, etc. No tiene fecha (aunque podemos situarlo hacia 1934) y vio la luz en Valencia, por Biblioteca de Estudios. Presenta un curioso anagrama editorial, en el que se ve una figura femenina y una masculina ante un libro abierto, debajo de lo cual se lee: «Educación sexual. Ciencia. Arte. Cultura general».

Me gusta tener localizado el volumen en las estanterías de casa, no por alguna de las generalidades señaladas en lo que llevamos leído, sino por las singularidades que presenta en la parte posterior de la cubierta, en donde le hicieron dos estampaciones. La primera es un sello de pertenencia a Biblioteca Talleres Colectivos (es decir, que pertenecía a una empresa en la que había un espacio dedicado a biblioteca). La segunda es una leyenda (en tres líneas) que dice: «Respétame y trátame con cariño / pues soy el llamado a formar una / humanidad más justa». ¡Hace falta tener fe en la cultura para afirmar algo así!

Y hace falta tenerla para enfundarse una camiseta con el lema que nos muestra la aguerrida (y sugerente) pareja que encabeza nuestra anotación. Y eso que no nos lo muestran todo, pues, si se dieran la vuelta, leeríamos: «Las bibliotecas no son un gasto, son una inversión».

A la vista de lo que llevamos dicho, deberíamos preguntarnos qué parte de estos lemas no entiende la gente que nos dirige. Parece claro que, en esto de la cultura bibliotecaria, ha sufrido una involución.

lunes, 4 de junio de 2012

Cartonera, red

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Hace tiempo que le hablo de Cartonera a la Bibliotecaria, un proyecto editorial extendido en Hispanoamérica, que surge como alternativa al control de los mercados literarios por fuertes grupos neoliberales. Me gusta leer sus publicaciones y disfrutar de sus encuadernaciones, realizadas con materiales de deshecho, principalmente cartones. Pero, cuando tenemos la intención de ponernos manos a la obra, siempre surge algún tema o cuestión que desvía nuestra atención en otras direcciones. Así que hoy señalaremos aquí algunas notas esenciales de este singular movimiento.

Mucha gente, a la hora de querer publicar, se encuentra con una realidad: la producción, distribución y venta de mercancías culturales está sometida a la lógica neoliberal y no es fácil introducirse en ella (con cierta satisfacción). Por ello, principalmente en poesía, unos colectivos (denominados cartoneras) realizan libros artesanalmente, confeccionados a bajo coste, con cartones, hilos, grapas, pintura… tomados, por lo general, de la calle, haciendo después fotocopias. Su origen se sitúa en el final del siglo veinte, cuando Argentina queda sumida en la deflación y sus gentes tienen que subsistir de la solidaridad y la imaginación. Allí, en Buenos Aires, en 2003, Eloísa Cartonera inicia esta forma de producción, extendida después a México, Perú, Chile, Paraguay, Bolivia, Brasil, Ecuador, Colombia, Puerto Rico…

Estos libros, además de internet (en donde ya podemos ver archivos digitales como el de Atarraya), pueden hallarse en ciertas librerías y bibliotecas, pero lo interesante del asunto es que ha construido un movimiento, una red participativa de la que surgen muchas iniciativas creadoras, insertas en la cotidianidad de los lugares en donde viven quienes escriben.