Los hodiernos comunicadores lanzan, con cierta frecuencia, opiniones, conceptos o ideas, que suelen concretar en un término (o expresión), en el cual incluyen algunos propósitos (evidentes, en ciertos casos; ocultos, en otros). En el campo de la psicología, confundido con el de los llamados recursos humanos (por lo que no lo distinguimos siempre de los propósitos manipuladores), circula desde hace un tiempo el coaching, utilizado por muchos gabinetes para realizar cursos que cultivan la inteligencia emocional y la comunicación. Prometiendo un devenir más feliz a quienes asistan y practiquen. Así, hay empresas preocupadas por el bienestar y la salud de quienes trabajan en ellas y, en tiempos de bonanza, organizan encuentros antiestrés. Estamos, incluso, ante el Coaching Ontológico.
Europa cada vez crea menos. Por ello, es Estados Unidos el lugar donde se cocinan estas novedades. Toman realidades antiguas (de Asia o India en los últimos tiempos) y les ponen nombre nuevo. Pues bien, un término de moda es Cocrear. Es decir, desarrollar la capacidad de crear realidades propias en el mundo actual. Tienes que tener una intención. Ello atrae a lo que deseas. Así de fácil. Luego lo compartes (es decir, utilizas internet) y retienes la energía o sensación lograda. Si no te sale bien, es que no estás preparada/o para cambiar y lograr los deseo de tu alma. Suelta lastre. En ese caso, tal vez necesites alguien canalizador, trabajador de luz o investigador de la conciencia.
Estos términos están asociados a algún éxito editorial. Es lo que sucede con El secreto, de Rhonda Byrne (2007), en libro y película. Aunque, cada vez que juego a la lotería y no me toca, me pregunto si quienes habitaban Altamira tenían la misma fortuna que yo.