jueves, 28 de noviembre de 2019

Calma vital en Los libros muertos

9 comentarios

Hace unos años me encontré con Subhuti, libro curioso, que recoge la traducción de un viejo manuscrito custodiado en el monasterio Maha Gandaion de Amarapura, en Birmania, y me resultó agradable su compañía (y, por supuesto, su lectura). Así que, al ver la pasada semana en la mesa de novedades de la biblioteca del Teatro Principal otro libro del que fuera su traductor, Jesús Aller (Gijón, 1956), lo tomé prestado, y me encuentro en estos días mariposeando entre sus versos en los distintos momentos de la jornada ─«Que el miedo no te quiebre por el medio», «Ciegos en el sopor de la mentira, / nos enreda el hechizo de una sombra / que obliga a crecer y a acumular»─. Cuenta, además, para mí, el aliciente de ser sonetos la mayoría, un metro del que me encanta su música, que cuenta con una tradición dilatada en nuestra literatura y, al tiempo, se muestra versátil y joven.
Una de las particularidades de este autor, geólogo e investigador, es que dispone de un sitio web, jesusaller.com, en el que ofrece ahí sus libros (en pdf), tanto para leerlos o para descargarlos. Quien reseña Los libros muertos dice que en su obra «busca el encaje de una higiene psicológica aprendida del budismo con las ideas libertarias de transformación social». El libro presta oídos a quienes la historia derrota, a las formas en que declinamos la libertad en favor del consumismo, a la manera en que la razón se queda sin argumentos. Pero no nos deja en el desamparo, también nombra las señales de la esperanza: la reflexión, las palabras y la naturaleza (en la que se hallan muchas respuestas).
Por si no fuera suficiente lo dicho para entrar en su construcción virtual, digamos que, además de ofrecer reseñas y artículos, ofrece una galería de imágenes de los lugares a los que ha visitado, casi todas en blanco y negro, que cautivan.

jueves, 21 de noviembre de 2019

Mujeres obreras en el Salón de Té

8 comentarios

Entre las obras literarias recuperadas en el presente siglo se encuentra Tea Rooms. Mujeres obreras (novela-reportaje), que se editara en 1934, en Madrid, por Juan Pueyo, dentro de la que se considera Edad de Oro de la literatura femenina. Pertenece a Luisa Carnés (1905-1964), nacida en la capital de España y fallecida un 8 de marzo en Ciudad de México (cuando era D. F.), en un accidente de tráfico (en el que resultaron ilesos su marido y su hijo), después de salir de un mitin o conferencia que había dirigido a un grupo de mujeres. Hija de familia venida a menos, a los once años tuvo que emplearse en un taller de costura, desde donde fue reflexionando sobre la existencia que le rodeaba y ante la que tenía necesidad de escribir, lo que la convirtió en autodidacta, pues no disponía de medios con los que costearse una educación. La vida le llevó, en aquellos tiempos convulsos, a afiliarse al partido comunista (que todo el mundo tenemos algún momento equivocado en la vida).
Inteligente y voluntariosa, se colocó de mecanógrafa, en 1928, en la editorial CIAP, la multinacional del sector en esos años, y consiguió publicar su primer libro, Peregrinos del calvario. Casada con el ilustrador de fama Ramón Pujol, con quien tiene un hijo, se separa y vuelve a Madrid, trabaja de camarera y escribe este Tea Rooms, ejemplo de literatura vivencial y, por lo tanto, testimonio de las condiciones laborales y de existencia de un grupo de mujeres que, al inicio de cada, turno cambian su vestimenta en un cuchitril, para realizar su trabajo, ante la vista constante de la encargada.
Es un libro que se inicia con rasgos de estilo vanguardista, tomados del mundo del film (cuyo ambiente conserva toda la obra), tan grato al ultraísmo, que enseguida pasa a descripciones de realismo tradicional, pues no en vano pretende emitir un mensaje, dirigido ─creemos─ a la juventud obrera, la cual no está para demasiadas florituras. Los personajes tienen la previsión de lo intencionado, pero salvan el formalismo estereotipado y están dotados de ciertos recovecos que los humanizan.
Después de ochenta y cinco años de su publicación, Mujeres obreras conserva bastante de su frescura inicial (y, por desgracia, de su actualidad), y puede leerse con aprovechamiento.

miércoles, 13 de noviembre de 2019

Dos patrias, dos lenguas, una vida

7 comentarios
Entro en la librería para cargar el bonobús y, según tengo costumbre, compro alguno de los volúmenes de formato pequeño que están en los estantes móviles junto al mostrador. No conocía a su autor, Theodor Kallifatides (1938), pero cuando leo la página de créditos, veo que va por la cuarta reimpresión (que la industria denomina “edición”); prácticamente, desde mayo, a una por mes.
Se trata de Otra vida por vivir (2019, con traducción de Selma Ancira). Autobiográfico, sin ser autobiografía, en cuyo texto el autor se enfrenta al envejecimiento. Kallifatides emigró de Grecia en 1964, por cuestiones de falta de futuro ─trabajo, sociales, etc.─. Llegó a Suecia y, en Estocolmo, fue fraguando su existencia. Aprendió el idioma y escribió en él, con la fortuna de ser autor de éxito, hasta dar a la luz más de cuarenta obras, entre ficción, ensayo y poesía. Además, tradujo al sueco a autores griegos ─Theodorakis, Ritsos, etc.─ y al griego a autores suecos ─Bergman, Strinberg, etc.
En este sencillo texto (¿o no?), enfrenta una situación vital de cierta angustia. Se ha quedado sin inspiración. Y, al tiempo, no se encuentra cómodo sin escribir. Con su esposa, Gunilla, realiza un viaje a Grecia, al pueblo de su infancia, en el lado sur del Peloponeso.
Tal vez, lo fundamental del texto no es el trance que plantea, el estancamiento, sino las palabras en las que viajamos, la barquichuela que nos lleva donde sopla el viento.

miércoles, 6 de noviembre de 2019

Resistencias (la de Sarajlic en Sarajevo)

6 comentarios

Después de la heroicidad de intentar leer completo un libro de A. Palomas ─Un amor─, le doy unas últimas ojeadas a Después de mil balas, de Izet Sarajlic (1930-2002), antes de devolverlo a la biblioteca:
Te libero de la tristeza por mí, mujer, cuando te abandone.
Te libero de la tristeza por mí, mujer, cuando te visite
solo en la forma de un recuerdo endeble.
Sé una mujer alegre
como en los tiempos de nuestras buenas fiestas nocturnas.
A veces, solo a veces, lee mis libros. Y grita.
No sé si hoy pueden tomarse como algo pretenciosos estos versos escritos en 1964 por este hombre nacido en Doboj (Bosnia) y fallecido en Sarajevo, ciudad en la que se instaló en 1945, y en cuya universidad se graduó en filosofía y literatura, además de ejercer como periodista.
Viajaba con frecuencia (según suele hacer la gente conocida a la que se asocia con un lugar determinado) y disfrutaba de amistades en medio mundo, pero no quiso dejar Sarajevo durante el período de sitio que sufrió entre 1992 y 1996. La gente se alegraba de verlo por la calle y, en las noches, asistía a recitales en los que se declamaban sus poemas. Dice en Después de haber sido herido:
Esta noche en sueños
ha venido Slobodan Markovic
para pedirme perdón por mis heridas.
Ha sido la única disculpa de un serbio en todo este tiempo,
y por si fuera poco ha sucedido solo en sueños
y por parte de un poeta muerto.
Sentía que pertenecía siglo XX; llegado el XXI, fechaba sus cartas como 1999+1, 1999+2.