viernes, 17 de febrero de 2023

Lucía Sánchez Saornil (y Luciano de San-Saor)

8 comentarios

 

Escribir sobre un símbolo entraña sus peculiaridades. La figura pública del mismo queda entreverada con anécdotas y sucesos que le atribuye la memoria colectiva y, al tiempo, aureolada de cualidades en consonancia con los valores que pretende transmitir (o preservar). En muchas ocasiones, este proceso es propiciado por la protagonista, que se cuida de velar su existencia. Estudiar una de estas figuras simbólicas requiere la determinación de desvelar su existencia (aún a costa de derribar altares) y una considerable dosis de paciencia, que no puede llegar si no con el tiempo empleado. Es lo que sucede cuando se desea biografiar a Lucía SánchezSaornil (Madrid, 1895 / Valencia, 1970), trabajadora de Telefónica, que se labra una cultura estimable.

Lucía, sin ser una mujer conocida del gran público, es un emblema en 3 ámbitos. En el literario, por ser la única mujer que se implica en el ultraísmo (1919-1923), el primer movimiento literario vanguardista de España, y por hacerlo (en parte) con la firma de Luciano de San-Saor, a veces con textos sensuales. En el anarquismo, por haber tomado como misión la inclusión de las mujeres en primera línea de los sindicatos y de la arena pública, en concreto con la coautoría en la creación de la revista Mujeres Libres (1936-1938) y del movimiento homónimo de agrupaciones femeninas. En la cuestión de las mujeres, por insistir en el derecho que tienen sobre su vida y sus cuerpos, basado en el ser persona y no en el ser madres, y en concreto en su existencia al estar unida a otra mujer, América Barroso García Mery, con lo que se le tiene como pionera del lesbianismo.

A su alrededor circulan una serie de leyendas, multiplicadas en internet, adheridas en semblanzas que, incluso, confunden su retrato en numerosas ocasiones (con el de Antonia Fontanillas, Simone Weill o el de Mery): que se cria en el barrio madrileño (pobre) de Peñuelas, que su madre muere siendo niña, que estudia en la Real Academia de Bellas Artes, que vive clandestina cuando vuelve del exilio francés entre 1942 y 1954…

Varioslibros van ocupándose en los últimos años de indagar en la vida y obra de esta mujer polifacética: telefonista, poeta, periodista (bajo diversos seudónimos), sindicalista, organizadora, etc. Un compendio de ello lo vemos en Lucía Sánchez Saornil, entre mujeres anarquistas (La Linterna Sorda, 2022), cuya lectura constituye un viaje sugestivo y sugerente.

[El dibujo es de Lucía, al recordar a su madre, Gabriela (1870-1908)].

Salud

domingo, 18 de diciembre de 2022

Retorno del infierno (El no de Klara, con Soazig Aaron)

46 comentarios

 

A veces elijo las lecturas caprichosamente. Esta vez ha sido así. He paseado por la sección de ficción de la biblioteca pública y me he dicho voy a leer el primer libro que haya en las estanterías. Y ahí estaba la signatura “N AARON, Soazig nod” en la parte baja del lomo blanco de un volumen abarcable.

El no de Klara de Soazig Aaron está escrito en 2002 en el país vecino. A pesar de haber transcurrido tan solo veinte años, se nota la diferencia del papel empleado en los libros; este despide olor a celulosa al abrirlo, y ello me produce estornudos de vez en cuando; quiero pensar que en la actualidad se emplea un material de mayor calidad. Aun así recorro sus páginas con atención. Llega, incluso, a transportarme, esa sensación que se produce en contadas ocasiones cuando abrimos un relato. Soazig (1949) es escritora y ha sido librera en París hasta que se ha establecido en el campo en su ciudad natal, Rennes.

El no de Klara narra la vuelta de una superviviente de Auschwitz a París en 1945, escrito en forma de diario, pero sin serlo. Así pues, no es un testimonio, «es una ficción. Es ahí donde se sitúa el milagro. Es ahí donde arraiga y prolifera la felicidad abominable y luminosa de esta lectura. Eso es lo que le da su incalculable valor», según anota Jorge Semprún en el prólogo que aporta a la obra, en el que se asombra de la calidad de la misma.

No es una historia de lamentaciones; es una muestra de frialdad, estupor, fuerza y violencia de alguien que vuelve a la civilización y no es capaz de adaptarse a los códigos de la vida cotidiana.

Una elección caprichosa sorprendente. Salud

jueves, 1 de diciembre de 2022

Cartas de amor y rebeldía con Lydia Cacho

24 comentarios

 No suelo coger en la biblioteca pública libros de cartas ni diarios para lectura. La correspondencia –cartas de ida y vuelta– es un elemento que valoro mucho para elaborar biografías, pues es un terreno que permanece oculto a lo público y ahí nos expresamos (o nos dicen) de modo distinto que ante una cámara o un periódico. Pero con los libros de lectura es distinto. Me resultan demasiado fragmentados, con demasiadas historias anexas y conexas. No obstante, esta vez me he saltado la regla por la personalidad de su protagonista.

Cartas de amor y rebeldía están reunidas por la mexicana (naturalizada española en 2021) Lydia Cacho (1963) en los dos últimos años para conjurar la muerte, la muerte violenta de quien es perseguida por las mafias mexicanas del narcotráfico y la trata de mujeres, y que en 2019 se salva por casualidad de un atentado en el que ya iban a por ella –y en el que mataron a sus perras–, del que escapa por un retraso imprevisto. Puede intuirse en ello el motivo por el que cogí prestado esta vez el libro presente.

Es fácil encontrar información sobre esta periodista y escritora, y sobre todo activista de los derechos humanos, reconocida internacionalmente por investigar crímenes, por desarrollar herramientas sociales y, en especial, por enseñar técnicas de cómo enfrentar la esclavitud y la trata de personas. Fundó un refugio para mujeres de alta seguridad en México: el Centro Integral de Atención a las Mujeres CIAM Cancún. Y Logró una sentencia pionera por tráfico sexual de niños y pornografía infantil en la América hispana.

Ya en 2005 es detenida y maltratada en las cárceles oficiales, con anuencia de policías, jueces y políticos corruptos. Ahora, en 2019, tiene que escapar de su tierra, vivir exiliada y, lo más fundamental, se da cuenta de es una más de las que tienen que burlar el destino de victimaria, de quedar atrapada en la situación de violada, y conseguir ser una sobreviviente, una mujer con futuro, que pueda "vivir desde la resiliencia con dignidad y cierto grado de felicidad intermitente".

Salud

miércoles, 16 de noviembre de 2022

El lector impertinente

2 comentarios

 

Digamos que en
El lector impertinente de José Luis García Martín se cumple lo que promete: «quiere menos ser un libro de consulta (aunque también) sobre literatura contemporánea que uno de amena lectura, como una novela de personajes y personajillos, de anécdotas y de aventuras o juegos de la inteligencia».

El autor (nacido en Aldeanueva del Camino, Cáceres, en 1950) es poeta, crítico literario, antólogo, traductor, editor y, entre otras actividades, director de Clarín. Revista de nueva literatura, pues es profesor en la Universidad de Oviedo. Además se muestra un conversador animado en la tertulia Oliver (de la cafetería Yuppi), longeva donde las haya. Según expresa Abelardo Linares en el prólogo, García Martín ha hecho de la impertinencia un arte.

Sorprende, al leer este libro, la erudición y el criterio de este profesor. Unas cien entradas –bitácora lectora– nos proporcionan comentarios sobre autorías y libros. De la novela a la poesía. Del relato clásico a la literatura digital (y otras falacias). De fantasías a memorias. De Virgilio a José Ángel Valente (claro). De Felicidad Blanc a Susana Benet.

Abundan los extractos. Así, los poemas del brasileño Mario Quintana: «Quien escribe un poema, abre una ventana. / Respira tú, que estás en una celda / sofocante / todo el aire que entra…». Y están las palabras de Jules (y Edmond) Goncourt en Memorias de la vida literaria (1851-1870): «Ayer estaba yo en un extremo de la gran mesa del castillo de Croissy. Edmon, en el otro, charlaba con Thérèse. Yo no oía nada, pero, cuando él sonrió, sonreí involuntariamente y con la cabeza en idéntica postura […] Nunca la misma alma había sido puesta en dos cuerpos».

Salud

martes, 1 de noviembre de 2022

La maestra japonesa en la bahía de los peces

4 comentarios

 

He leído estos días Carpas para la Vehrmacht de Ota Pavel (1930-1973), un autor checo cuya vida está profundamente marcada por el tiempo que le tocó vivir; hijo de padre judío en la Checoeslovaquia invadida por el nazismo, los años le reservaban la sorpresa triste de la enfermedad mental que le va asaltando desde los 34 años hasta que fallece tempranamente. Para fortuna de la literatura, Ota escribe en los años finales un par de obras –completa las carpas con Cómo encontré a los peces– que le consagran como escritor hábil en el género de la autoficción, tan extendido en el presente siglo (hasta llegar al Nobel de Ernaux). Lenguaje sencillo, coloquial, nada fácil de traducir, narrado con voz infantil, tras los recuerdos adultos.

Por su lado, Sakae Tsuboi (1899-1967) en Veinticuatro ojos, novela traducida ahora, que se publica en 1952 en Japón, donde se ha adaptado al cine y a series de televisión, también nos traslada a una sociedad de paz y guerra, esta vez al otro lado del globo, pues la acción se inicia en 1928, en una aldea alejada al final de un cabo a la que llega una joven maestra, frágil de cuerpo, vigorosa de espíritu. Recorre veinte años desde la juventud desbordante, y se cruza la guerra…

Igualmente de lenguaje sencillo, con la simplicidad de una pintura románica, la maestra Hisako Oishi se desenvuelve entre el asombro de los aldeanos, y de las niñas y niños a quienes atiende solo durante un par de trimestres, pero con los que establece lazos de por vida. Sin proclamas, las páginas están colmadas de actitudes pacíficas, contrastando con la propaganda bélica patriótica omnipresente en la sociedad japonesa de los años treinta. De igual modo, se crispan ante la fatalidad de que una niña no pueda elegir el destino que tendría si hubiera nacido niño.

Lecciones literarias. Salud

domingo, 16 de octubre de 2022

Bienvenida a América (con imaginación)

4 comentarios

 

Me resistía a continuar con la lectura de Bienvenidos a América, pues se había entrometido Ursula K. Le Guin (1929-2018) con unos ensayos sobre la escritura, la lectura y la imaginación, que llevan por título Contar es escuchar (2018), y la verdad que tendía a coger este libro cuando me sentaba a leer, y quedaba sin abrir el que estaba junto a él. Se reúnen aquí escritos de no ficción de Ursula, los cuales presentan un atractivo no lejano a las historias que narra de las zonas de Terramar. «Escuchar es un acto de comunidad –dice– que requiere un lugar, tiempo y silencio. Leer es una manera de escuchar». Según suele hacer, compendia en sus páginas la vida que ha dedicado a la literatura y al activismo social.

Bienvenidos a América (2016), de la poeta y novelista sueca Linda Boström (1972) me pilló desprevenido. «¡Vaya!, otra versión de Proust», dije al leer sus primeras páginas (a lo que tampoco ayudó el que tenga una valoración de Vanity Fair). Pero he tenido el acierto de retomarlo. Por una vez, la mano se me fue a este librito –de 86 páginas, formato bolsillo– en vez de al de Ursula y, al poco de continuar su lectura, me sorprendí sumergido en una prosa bella y sugerente.

«Crecer no es asunto sencillo», dice Ellen, la protagonista, una adolescente que se ha quedado sin palabras (habladas o escritas) después de que deseara que su padre (enfermo, agresivo y alcohólico) muriera y, en efecto, muere. Y ella es quien narra, quien hace literatura –a Linda le diagnostican trastorno bipolar a los 26 años y está 4 años entrando y saliendo de una clínica mental con tratamiento de electroshock–. El silencio es la respuesta de la muchacha al temor de que los pensamientos le traicionen si los deja salir. Y está el hermano, ruidoso, y la madre, la madre que llena todos los momentos…

Salud

sábado, 1 de octubre de 2022

Un mes en Siena (con Hisham Matar)

3 comentarios

 

Puede conocerse una ciudad por deseo y por abandono. Claro que para ello es necesario disponer de tiempo y de medios, pues ambos elementos favorecen este propósito. Es lo que hace Hisham Matar (1970) con Siena. Este autor nacido en Nueva York de progenitores libios se cría entre Trípoli y El Cairo, y se hace universitario en Londres, en donde vive la mayor parte del tiempo. Cuando la familia estaba exiliada en El Cairo, en 1990, secuestraron a su padre y lo llevaron a Libia, y allí desapareció. Hisham vuelve a su país tres décadas después para buscar noticias de su padre. Empeño inútil, que deja reflejado en El regreso (2017).

Entretanto se despierta en él la querencia por la pintura de la escuela sienesa, en auge entre los siglos XIII al XV, al visitar con frecuencia la National Gallery y contemplar a Duccio di Buoninsegna. Años y años alimenta el deseo de viajar a la ciudad toscana. En 2019 cree llegado el momento de cumplir su anhelo. Y allí se aposenta en una casa alquilada, palacete antiguo, y se deja llevar. Tiene tiempo. Deambula por la sinuosidad de sus calles, sube y baja escaleras, atraviesa las murallas hacia el campo, contacta con gente, asiste a clases de italiano… Llega a la Piazza del Campo y se tumba en sus losas. Se sienta en la blancura del Duomo. Entra en el Palazzo Publico y se demora por días en la Alegoría del buen gobierno de Lorenzetti en la Sala dei Nove. Cae en la Pinacoteca y en el Oratorio de San Bernardino.

«Aquellas pinturas no eran bizantinas ni renacentistas, constituían un mundo aparte, como una anomalía entre capítulos, como la orquesta que afina sus cuerdas en el intermedio del concierto». El libro, las apreciaciones del autor requieren confianza, concentración, dejarlas entrar en nuestra mente. No siempre es fácil, pero el viaje es gratificante. Sorprende.

Salud