«Demasiados elementos llamativos en el título», dirá quien esto lea, «narcisos, violetas y luna llena». Pero así sucede en esta época, y aun podríamos añadir: primavera, lluvia, rocío…, que dejamos para otras ocasiones. Si nombramos a los narcisos, ya se sabe que no podemos descuidarnos, pues su estancia en nuestros campos no se prolonga demasiado. Con las violetas es distinto, llegan hasta los meses de canícula. Y la luna llena viene con las pascuas.
Hay, además, ahora otra flor ‒la vinca major o hierba doncella‒ que nos lleva a confusión con las violetas, pues nace medio oculta entre el follaje rastrero de esta planta. Así sucede en uno de los arriates del paseo de la Isla (aquí en Burgos) y, por ello, solemos dedicarle una entrada estacional cada año. Los cinco pétalos de esta flor se regalan para ofrecer amistad duradera, señalando además que es sentida la ausencia de la persona querida cuando esta se produce. Hay zonas en las que se recubren los pies del altar con vinca al ir a celebrarse bodas. Lo que no conviene es consumir sus hojas, pues son tóxicas. (Una de sus variedades ‒vinca rosae‒ se ha utilizado para combatir leucemias y tumores, por sus alcaloides).
En cambio, las violetas podemos colocarlas en la boca, y sus pétalos, escarchados con azúcar, semejan caramelos naturales perfumados y gustosos. Se encuentra entre las flores que más nos hipnotizan, ya que el perfume que desprenden (sobre todo si las acunamos entre las manos) conecta con sensaciones antiguas en nuestro cerebro. Belleza. Intensidad. Modestia y Seducción.
Hay quien sostiene que los poderes los extraen estas flores violetas del cambiante color azul-violeta de los atardeceres primaverales. Un azar que difícilmente descubriremos.