«El sonido con el que resuena toda criatura», escribe Hildegarda de Bingen (mejor dicho, santa Hildegarda, pues va para un año que elevaron a los altares a esta beguina que vivió entre 1098-1177). Y es algo que suele acompañarme. Una vibración serena que aparece en el vientre o asciende –sobrecogiéndome– por la columna o se instala en alguna de las dependencias del pecho. ¡Cómo agradezco su sorpresiva llegada en épocas de abatimiento!
Hace unos diez años, en la primitiva sede web de poesía salvaje, topé con un relato titulado Nuestra propia canción. Se le atribuía a una poeta africana, Tolba Phanem, de quien no he conseguido más noticias, hasta el punto de pensar que sea un nombre supuesto. A veces la he visto como La canción de tu alma o La canción de los hombres. Y aquí vienen las obsesiones. Es un relato que leo en cualquier reunión (informal) literaria de las que surgen con las amistades o en cuentacuentos o que envío por correo a la menor ocasión. Así que, después de cuatro años en esta bitácora, ya le llega el turno:
«Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres, y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción de la criatura. Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito. »Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás.
»Cuando nace la criatura, la comunidad se junta y le cantan su canción. Luego, cuando comienza su educación, el pueblo se junta y le canta su canción. Cuando se inicia en la edad adulta, la gente se junta nuevamente y canta. Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción. Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama e igual que para su nacimiento, le cantan su canción para acompañarlo en la transición.
»En esta tribu de África hay otra ocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento durante su vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se lo lleva al centro del poblado y la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces le cantan su canción.
»La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo; es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otras personas.
»Tus amistades conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidaste. Quienes te aman no pueden llevarse a engaño por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a los demás. Quienes te rodean recuerdan tu belleza cuando te sientes feo; tu totalidad cuando estás quebrado; tu inocencia cuando te sientes culpable y tu propósito cuando estás confundido.
»No necesito una garantía firmada para saber que la sangre de mis venas es de la tierra y sopla en mi alma como el viento, refresca mi corazón como la lluvia y limpia mi mente como el humo del fuego sagrado».
Sí, es una historia preciosa, si que la conocía y me gusta mucho. Me recuerda a otra historia que no sé de donde viene y que expresa que cada uno somos como un tambor y llevamos un ritmo distinto, de nosotros depende acoplar nuestro ritmo al de los demás o el encontrar un tambor que lleve el mismo ritmo que el nuestro...
ResponderEliminarExpresivo y hermoso lo del tambor, esther. A disfrutar de la lluvia.
ResponderEliminarCada cultura tiene sus peculiaridades. No menos que la nuestra.
ResponderEliminarLo de "tu canción" en los grandes momentos es precioso. Pero que entonen el canto en la muerte y en el error... me conmovió. Qué bonito, que tu gente te apoye cuando caes. Qué te recuerden quien eres y lo que puedes llegar a ser. ¡Creen en ti más que tú mismo! No hay canción más bonita ¿verdad?
ResponderEliminarGracias, Ignacio. Un beso