Entre sus cartas figuran las escritas a Démery, conocida una de ellas como Carta del vidente, en la que manifiesta las dificultades de aprehender la realidad, que calificaba de rugosa, precisamente por el peso que en su vida tiene el cristianismo. Para él, una de las figuras en que se expresa esta religión es la Virgen María, prototipo de mujer idealizada, mediadora de las gracias, alejada de la realidad. A esta mujer divina, Rimbaud contrapone la figura de Juana María, comunera [Comuna de París, 1871], luchadora de una sociedad justa en la tierra, defensora con fusil en la barricada contra el ejército imperial [las 120 mujeres masacradas en Plaza Blanch], a cuyas manos dedica uno de sus poemas más emotivos:
Un tinte del populacho
las curte como un seno viejo
el dorso de sus manos es el lugar
que besa todo revolucionario altivo.
Maravillosas han palidecido
al gran sol de amor cargado
en bronce de ametralladoras
que cruzan el insurrecto París…