Cada vez que leo un libro como La era del capitalismo de la vigilancia (2020) de la socióloga Shoshana Zuboff (1951) me quedo igual de perplejo que cuando nos explicaban en la adolescencia-juventud el modo en que funcionaba la sociedad capitalista de consumo (antes de que llegara la neoliberal, basada en las experiencias únicas, compradas también, claro). «La libertad es una quimera», me decía, y trataba de convencer a quienes me rodeaban de aquella desgracia, al tiempo que me adhería a quienes se habían empapado de dicha teoría. No concebía que pudiera llevarse una vida normal ante tamaña estafa. ¿Cómo no nos rebelamos y rechazamos lo que aceptamos sin más?
Ahora ya no me veo envuelto
en esas ansias proselitistas –lo que supone un descanso considerable, si bien
la vida pierde en intensidad–, pero me atrae la lectura de estos textos que
analizan un lado de nuestro entorno poliédrico. A Shoshana Zuboff la conocí
cuando habló en los ochenta (del siglo pasado) de la era de la máquina
inteligente, después de lo cual nos llegaron los ordenadores personales y los
teléfonos smart –la información como energía–; en los inicios de siglo hablaba
de la economía del soporte, la que comprendía los servicios creados a medida de
quien consume, ofertados por el capitalismo digital. Con el presente, nos habla
de la modulación de nuestras conductas; es decir, somos la materia prima gratuita
de la economía «para una serie de prácticas comerciales ocultas de extracción,
predicción y ventas».
Sí, de nuevo el capitalismo se las apaña para llegar a «grandes concentraciones de riqueza, conocimiento y poder que no tienen precedente en la historia humana». Son 850 páginas clarividentes, que desvelan al Gran Otro, en una «expropiación de derechos humanos cruciales que perfectamente puede considerarse como un golpe desde arriba: un derrocamiento de la soberanía del pueblo».
Por ello inicia el libro con
el número XVIII de los Sonetos de China
de W. H. Auden: «Helados por el Presente, su pesadumbre y su ruido, / al
despertar suspiramos por un Sur antiguo, / una cálida y desnuda era de
instintivo aplomo, / en boca inocente, un sabor a gozo. / De noche, en nuestros
refugios, soñamos tener un hueco / en los bailes del Futuro…».
Salud