miércoles, 25 de junio de 2014

La Recolectora. Lectura sin vacaciones

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Nueve meses de lecturas compartidas. Comentarios cada quince días en la Casa Redonda. Mundo sin principio ni fin. Sin centro ni periferia. Sin espacio ni tiempo. Literatura. Son:
Cualquier tiempo pasado…, de Victoriano Crémer
Los anillos de Saturno, de W. G. Sebald
Fiesta en el jardín, de Katherine Mansfield
Kafka y la muñeca viajera, de Jordi Sierra i Fabra
El amor de una mujer generosa, de Alice Munro
La metamorfosis, de Frank Kafka
Botchan, de Nausume Soseki
El intendente Sansho, de Ogai Mori
El país del miedo, de Isaac Rosa
Para una tumba sin nombre, de Juan Carlos Onetti
Sostiene Pereira, de Antonio Tabucci
Contrato con Dios, de Will Eisner
La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero
Las alas de mi padre, de Milena Agus
La abadesa de Castro, de Sthendal
El pentateuco de Isaac, de Ángel Wagenstein

Y las lecturas vinculantes. En torno del hogar cuando el tiempo es frío. Debajo del nogal cuando llega la primavera. Textos de: Janet Frame, Claes Andersson, E. L. Doctorow, J. M. Conget, Juana de Ibarbourou, Juan Gelman, Mo Yan, Levo Ivo, J. M. Coetze, Esperanza Ortega, Eugenio de Andrade…
Y el silencio. Y la música.

viernes, 20 de junio de 2014

Café(s)

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"el hongo la roya amenaza seriamente el modo de vida y la seguridad alimentaria de los que dependen de la industria del café, especialmente los pequeños agricultores”, reconoce la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (usaid).
Tomamos el café del viernes, edulcorado normalmente con el horizonte de libertad de cuando esperan dos días sin la obligación de los horarios laborales (aunque la Camarera tiene mucho que decir ante eso), pero hoy sabe un tanto amargo. La roya del café ‒Hemileia vastratrix‒ continúa destruyendo plantas en los cafetales de América. Tal vez un 30% de la cosecha. Afectando sobre todo a nueve países, en los que muchas familias dependen de este producto. Detectada ya en el siglo XIX, en Sri-Lanka, pasa en el XX a Brasil, Colombia, Costa Rica, Guatemala, El Salvador, Honduras, Jamaica, Nicaragua, Venezuela. Los tratamientos fitosanitarios han tenido controladas las plagas, pero en los últimos años el problema se desboca: por la inmunidad que adquiere el hongo, por el cambio climático (al subir el calor en zonas altas), por la vejez de los cafetales, por dificultades para plantar variedades más resistentes…
Puede ser que unas quinientas mil personas emigren hacia el Norte rico, además de las que se vean sumidas en la necesidad. El hongo debilita a la planta, impide que madure el fruto y lo hace caer. Se propaga a través del viento.

¡Menudas metáforas para esta soleada mañana de viernes!

lunes, 16 de junio de 2014

Arte

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Después de comer un cuenco de orondas cerezas que no saben a nada, ojeo Lápiz.Revista Internacional de Arte, que va por su número 284, en el año treinta y tres de existencia (por supuesto ya disponible para iPad), y me entero de que la galería Knoedler, de Nueva York, pagó en el año 2001 a la marchante de arte Glafira Rosales 950.000 dólares por una obra atribuida a J. Pollock, Sin título, fechada en 1950. Seis años después, en 2007, el coleccionista Pierre Lagrange la compró por 17 millones (también de dólares), pero cuando quiso venderla en 2011, fue rechazada por las casas de subastas al dudar de su autenticidad (con buen ojo, pues los pigmentos resultaron ser posteriores a la muerte de Pollock). El asunto quedó en que la prestigiosa galería (activa desde 1846) cerró tras entenderse con Lagrange, descubriéndose que Glafira les había colado en los últimos años, además, unas sesenta falsificaciones de artistas de renombre universal.
¡Y yo que me quejaba de unas tristes cerezas! Pero el día está siendo provechoso, pues me he enterado igualmente (aunque no en Lápiz) que El Greco no pintaba por ser religioso ni por estar imbuido de la mística castellana ni fruslerías semejantes. Eso nos lo han contado nuestros intelectuales de principios del pasado siglo ‒Ortega, Unamuno o Cossío, e incluso la joven M. Nelken en Glosario y en El Fígaro‒ influenciados por el francés Maurice Barrès (1862-1923). Sencillamente era un pintor como la copa de un pino, que, por si fuera poco, transgredió en las formas y contornos, pero tuvo una feliz relación con los colores y con el mercado del momento. Vamos, que pintaba lo que le encargaban.

Ya que después de ver la muestra El cuerpo que me lleva del brasileño ErnestoNeto ‒que no todo son jugadores de fútbol‒ no me siento muy puesto en captar el diálogo en pie de igualdad entre su arte y el espacio en el que expone, me he provisto del libro de Saehrendt y Kittl, Arte moderno para inexpertos, y he terminado por no hacer sangre de las cerezas, pues ahí se narra una de las acciones de guerrilla cultural de Bill y James, después de que se hicieran millonarios con la banda KLF en los ochenta, en la que quemaron un millón de libras en una isla escocesa, logrando que permaneciera la ardiente pira durante una rica hora (de la que no se sabe qué pensarán ahora que se encuentran en la ruina).
[Slideshow, de Neto. San Juan, de El Greco].

miércoles, 11 de junio de 2014

Cadenas. Cartas desde la Tierra

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Memoria
Escucho siempre
tu eterno silencio
en la montaña.
Otros tiempos, otras horas,
dificultan el recuerdo.
«¡Fíjate, qué significativo, para pedir la independencia forman cadenas (humanas)!», dice Ana, la dueña del kiosko del Paseo, y en escasos minutos se forma un lío de aquí te espero en la Cafetería. En realidad, Ana es la que regentaba el kiosko en los años pasados, pues ahora está jubilada, con lo que puede tomarse el café sentada tranquilamente en el lado corto de la barra, y no llegar y salir corriendo con la taza humeante como hacía antes. A mí me resulta simpática, tiene esa visión de lo que sucede a su alrededor similar al del díscolo ángel twainiano que, desterrado por una temporada en este planeta, describía lo que aquí pasaba en las Cartas desde la Tierra que enviaba a sus celestiales compañeros (si así los podemos llamar, pues la Escolástica no consiguió discernir a qué sexo pertenecen).
La voz de la Camarera, aprovechando los respiros del personal (que le da su experiencia), nos ilustra: «Ya decía el káiser Guillermo, en 1914, que no existen proletarios en Alemania, sino el pueblo alemán. Y les contó que estaban rodeados por todas las partes, por lo que era necesario una actitud defensiva (lo cual corearon muchos intelectuales)». No estaba enterado yo de estos extremos, aunque algo me sonaba de los diálogos de Günther Anders con Hannah Arendt en La batalla de las cerezas el haber leído que varios filósofos tragaron el anzuelo.
Uno de la mesa violeta, próxima al ángulo del mostrador, pregunta a Ana: «¡Oye! ¿Por qué dices que es significativo lo de las cadenas?». Ésta apura el café con cierta pesadumbre al ver que se terminaba y dice: «Porque es un símbolo de la política. Les están señalando que, si la independencia llega, no se va a escapar ni el apuntador. Pero eso gusta al personal. Tienen empeño en que les aten corto. Es erótico». Y dijo esta última frase sonriendo y guiñando el ojo izquierdo mientras se balanceaba ligeramente en la banqueta.

[Los versos son de Salvador Espriu en Las horas. Ilustración de Kienerk, arte Liberty].

viernes, 6 de junio de 2014

Shubuti. Gozos y sufrimiento

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Cuando alguien pese mi alma en una balanza, me gustaría que encontrara solo el rastro de esa voluntad [de búsqueda]; una obsesión sin medida por desnudar algo en el corazón sombrío, atareado, perdido; por despertar al hombre único que se afana en el tiempo, que teje su tela de araña en el tiempo para cazar solo el espanto y el olvido. Recogía intuiciones por las calles ruidosas, en los rincones del templo y a la orilla del mar. Buscaba siempre, enamorado de una esperanza apenas presentida.
Shubuti es personaje de ficción real. En un monasterio birmano queda, algo mermado, el manuscrito en el que da cuenta de su vida desde que entra de niño en el recinto de piedra y tiene por maestro al Despierto hasta que sale, en la juventud, a vivir sus años de madurez en una localidad marítima, tomando un cuarto en el barrio de pescadores, acudiendo al mercado en el que trabaja de escribiente, accediendo a los goces de la amistad y de la sensualidad. Ya apagándose el deseo, retorna al lugar de la niñez y encara los afanes de los días como un juego, pues sabe que no existe lo que vemos aunque ello tiene necesidad de comenzar y terminar todos los días. En los campos de alrededor ve cómo las gentes trabajadoras tienen que soportar las exigencias abusivas de los tiranos de turno, provocando a veces revueltas, ante las que exclama:
 Cómo oponernos a la injusticia, a la ignominia de la miseria coexistiendo con el derroche. Los viejos códices nos enseñan que la historia se repite, volteando como una rueda siniestra. Los revolucionarios de hoy acaban siendo déspotas mañana, pero la rebeldía es un camino inevitable. / En el monasterio sabemos que el error fatal está en el corazón del hombre. Ahí se le debe buscar y combatir. Sin embargo, para derrocar la tiranía, la recta razón dice que las armas pueden ser necesarias también. / Y hoy hubiera deseado un cuerpo joven para lanzarlo a la batalla por un mundo con menos sufrimiento.
[Shubuti, traducción y edición de JesúsAller, Libros del Peixe, 2014. Uno de esos libros breves para días y días].

lunes, 2 de junio de 2014

Feria del Libro

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«Escribo en dos espacios –nos dice–. El primero es gozoso. Busco y reúno material que pueda servir para la historia que quiero elaborar. Es como sumergirte en la costa, en el agua turquesa atravesada por la luz, donde vas pasando junto a las rocas pobladas de coloridas algas, donde aparece una bandada de pececillos esquivos, donde te encuentras con los ojos de algo desconocido. Te dejas llevar por las invisibles corrientes que salen de lo profundo y, al tiempo, crees descubrir su sistema: su origen y su destino. Y llega el momento en que sientes que se va terminando el aire, que tienes que ascender para respirar, que tienes que ir enlazando todas esas imágenes, sucesos y sensaciones que suceden allí abajo para ti.
»Entonces entro en el segundo espacio. Este es doloroso. Solo con pensar en el volumen amontonado que espera ser puesto en orden, me nacen de diversas partes del cuerpo unas punzadas que me hacen inclinar hacia un lado y otro. Postergo el sentarme. Enciendo el portátil. Miro la hora. Lleno la lavadora como sea y la enciendo. Hasta que la Inconsciencia me sienta, me pone las manos en el teclado y van apareciendo en la pantalla palabras sin un destino específico, pero que sé que irán uniéndose hasta crear ese texto que busca terminar en unas hojas de papel.
»Después, un constante cambiar del gozo al dolor. Oasis en medio de ese trajín tan complicado que a veces resulta la vida. En ocasiones, descubrimiento de la pieza que encaja en el hueco que hace días quedó formado, y trae la explicación de lo que se creía inexplicable. Pocos momentos en la vida como estos de la iluminación; tal vez algunos del amor o de la revolución. Efímeros, pero… Encender el pabilo con mano temblorosa y dejar la palmatoria sobre la pila de documentos».

La Camarera y yo escuchamos absortas la inesperada explicación de quien la hace en la terraza, bajo los plátanos de primavera, ante las casetas de la Feria del Libro.