miércoles, 18 de diciembre de 2019

Lecturas sorprendentes

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Es necesario amar para saber escuchar las mil lenguas del Silencio.
Ayer por la mañana me acerqué a la biblioteca Cervantes, del barrio, a devolver un libro que caducaba ya. En el mostrador, me entretuve charlando con las bibliotecarias solventes (y, con frecuencia, ilustradoras) que allí hay. Entonces, me indicaron el centro de interés que han montado para estas fechas. Según puede verse en la fotografía, han elegido libros y los han envuelto en papeles de colores, a los que han incorporado un detalle floral o alado (realizado también en papel tintado). Completan la adehala propuesta con una frase que vela y desvela el contenido de la obra literaria vestida.
Así, leemos: «En este libro / no aparece nunca / la palabra amor / o cualquier / combinación / que lleve esas / letras», «Este es el libro / más difícil de / escribir, / que habrás leído / jamás, porque / quien lo escribe / no sabe escribir», «Microhistorias / que crepitan. / Un escalofrío / te recorrerá la / espalda», «Un marido podrido, / un padre asqueroso, / una pésima fuente de ingresos, / un fracaso total / y para colmo se topa con / un perro idiota», «Otra historia de / infidelidad, solo que / esta da lugar a / una novela perfecta / con la que encima / te reirás», «Evoca el lugar / que ocupan en nuestra / vida los libros… / o una relación epistolar».
Me llevaría unos cuantos, pero decido quedarme con este: «Una Mary Poppins / muy inquietante». Todavía no lo he abierto, prefiero prolongar la emoción, al igual que hace la protagonista de Felicidad clandestina, aquel delicioso cuento de Clarisse Lispector.
(La cita del inicio está tomada de un entrefilete de Tierra y Libertad, diciembre de 1931, sin que recuerde ahora la fecha exacta ni el número).

Salud (y venturosos días).

jueves, 12 de diciembre de 2019

Asuntos reiterativos en literatura (o Kurt Vonnegut)

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Entre los libros con candidatura a ingresar en esta anotación ─es decir, los que tengo entre manos ahora─, se ha llevado la palma Madre Noche de Kurt Vonnegut (1922-2007), que nos llegó traducido allá por los años ochenta del siglo pasado, aunque ya había visto la luz, como Mother Night, en 1961, es decir, ocho años antes que su novela más celebrada, Matadero cinco o La cruzada de los niños. Ambas obras, al igual que otras de este autor, abundan en la descripción de situaciones en torno a la segunda guerra mundial, pues sabido es que sobrevivió (cuando estaba preso del ejército nazi) al bombardeo indiscriminado de Dresde, en febrero de 1945, en el que murieron abrasadas unas ciento treinta y cinco mil personas, y él fue uno de los que les tocó desenterrar los cadáveres.
Abrumador, pero la literatura de Vonnegut tiene la calidad y el humor suficiente para presentarnos una galería de tipos que cobran una dimensión especial, y nos introduce en sus historias, donde reina el desconcierto. Según su autor, el protagonista «sirvió a la causa del mal excesivamente a la vista de todos, y a la del bien demasiado en secreto, crimen de su época». Puede decirse que es un canalla secretamente honrado o un antisemita en el que se esconde un héroe. Son escasos los asideros a los que poder agarrarse, pues «todo el mundo está loco. Todos harían cualquier cosa en cualquier momento, y que Dios ayude al que quiera buscar las razones».
Su modo de escribir es de gran economía de medios, con capítulos y párrafos cortos, diálogos certeros, descripciones chispeantes; elementos con los que hilvana ironía tras ironía y consigue un discurso eficaz, al alcance de plumas como la suya. Se le dice precursor del posmodernismo literario. Hace sonreír. Pero… asegura que, cuando se produce la locura colectiva, suele llegar como solución la barbarie organizada.
Salud.

jueves, 5 de diciembre de 2019

Diálogos literarios (desde Valdemún)

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Cuando leímos Sefarad en su primera edición, la de 2001 (que ya ese año tuvo varias reimpresiones), no existía Valdemún, un pueblo que el autor de la obra, Antonio Muñoz Molina (1956), introduce en la siguiente versión, ya que el nombre de Ademuz que figura en la primera daba pie a interpretaciones erróneas al coincidir con el de un pueblo valenciano, lo cual dificultaba tomarlo como lugar de ficción. Es así que la destreza narrativa del literato se pone de manifiesto desde las primeras líneas del capítulo correspondiente, en las que la protagonista llega por carretera a Valdemún, título a su vez del capítulo correspondiente de esta obra de memoria multidireccional del que es académico de la Real Academia Española de la Lengua y que fuera director del Instituto Cervantes de Nueva York (2004-2006).
No extraña que Valdemún sea el espacio de un libro de Elvira Lindo (1962), pues son pareja sentimental ─matrimonio, desde 1994─, en concreto de Lo que me queda por vivir (2010), obra que bascula entre memoria y ficción (según el criterio de quien la contemple), y que en ese lugar habiten, ya en 2001, personajes que cobran vida de nuevo en la novela de la autora de éxitos reconocidos.
Lo que aparece en la narración de Lindo es un estado de ánimo (que toma título de aquel bolero clásico). Incluso, sabiendo que discurre una parte notable de ella en Madrid, elude la descripción de lugares concretos y la alusión a calles o edificios. De  ahí que no resulte desconcertante el que aparezca Valdemún en sus páginas.
A quien esta anotación, algo precipitada, escribe en la bitácora, le resulta bastante más floja la segunda obra que la primera, pero… es opinión de quien no posee el empaque literario de la autora y el autor que se comentan aquí.