Sabemos que las historietas
gráficas tienen la virtualidad de transmitir experiencias personales de vida.
Son un cauce autobiográfico solvente, tal como podemos apreciar en Persépolis de Marjane Satrapi o Maus de Art Spiegelman. Incluso en
situaciones en que priman las conductas colectivas. De ahí que no he tenido
inconveniente en sumergirme en estos días en la historia de las luchas por la
libertad ‒aplastando el segregacionismo a que estaba sometido el pueblo negro
en Estados Unidos en bares, cines, trabajos, etc.‒ que iniciaron diversos
colectivos en los años cincuenta y sesenta del siglo pasado, de los que, según
suele ser habitual, solo quedan en la memoria pública algunos nombres, tal el
de Martir Luther King (1929-1968).
El 2010 el recientemente
electo Barack Obama entregaba la Medalla de la Libertad a John Lewis (1940),
senador negro, único superviviente de aquellos oradores ‒diez‒ que
intervinieron en la marcha por el trabajo y la libertad sobre Washington el 28
de agosto de 1963. Este se había fogeado en el Comité Coordinador Estudiantil
por la No Violencia (SNCC), pues practicó y defendió con firmeza este modo de
ser y de vivir, con el que soportó palizas, insultos y encarcelamientos durante
años de los segregacionistas, la policía o el ku kux klan. Todo ello es lo que
ha volcado en March. Una crónica por la
lucha por los derechos civiles de los afroamericanos, auxiliado en ello por
su asesor Andrew Aydin y el novelista gráfico Nate Powell.
No decepciona. Lo asombroso
del relato es que no hay rencor, sí dignidad.
Según comenta J. Lewis, los
letreros de “solo blancos” y “solo negros” ahora han quedado en libros,
documentales o museos, pero permanecen otros “letreros invisibles”: pobreza,
hambre, cárceles…
[Salud. A la espera de que
la Vida destierre el segregacionismo de quienes gobiernan la res publica].