viernes, 27 de octubre de 2017

Mapas y fechas

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Con frecuencia echo de menos un par (literal) de detalles en los libros. Uno de ellos es consignar en lugar visible en la primera ojeada las fechas de nacimiento y (en su caso) muerte de quien lo escribe. No hace mucho (re)leí Miau de Benito Pérez Galdós (1843-1920) y en todo el aparato documental que acompaña a la publicación, hecha en una conocida editorial, que incluye una extensa introducción, bibliografía, etc. no venían dichos datos y tuve que echar mano del buscador de internet (que todo el mundo tenemos en boca) para averiguarlo, lo que antes hacía en la enciclopedia de casa.

Y algo parecido me sucede con la ubicación geográfica donde se desarrolla la acción de determinadas obras, sean de ficción o de ensayo, en que echo en falta un mapa en que situarme. Escribo esto porque me he llevado una grata sorpresa al comenzar la reciente edición de la novela La partida de los músicos (2016), de Per Olov Enquist (1934), el escritor sueco que fuera guionista de Ingmar Bergman (1918-2007), situada en el golfo de Botnia, entre Finlandia y Suecia, que lleva el valor añadido de estar en color, con sus peces, renos, gaviotas y ballenas. (Seguramente dediquemos una entrada a la obra).
Hablando de mapas, he tenido durante una temporada de libro de mesilla de la chilena Francisca Mattéoli, de madre escocesa, Historias y relatos de mapas, cartas y planos. Esta mujer ha conocido el exilio, la inmigración, los cambios de país, los viajes de placer, los humanitarios o los viajes para escribir sus libros. El viaje como modo de vida. La visión que proyecta sobre los lugares de los que escribe le permite vivir de ello. Viajando ha aprendido «miles de cosas; aprendí que nadie tiene la verdadera respuesta y que hay mil formas diferentes de ver la vida y las cosas. Aprendí a ser humilde, a ser menos presuntuosa y mirar a la gente y al mundo con más atención». Pero que todo nace de la misma aspiración y las mismas capacidades.

[Salud. A la espera de que la Vida haga viajeros y no viajantes a quienes gobiernan la res publica].

sábado, 21 de octubre de 2017

Aniversario Burgostecario en el Día de las Bibliotecas

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Nadie vale más que tú,
pero tampoco nadie vale menos.
(proverbio de la Amazonía)
Los chopos han puesto amarillo el suelo de El Parral. La lluvia que anuncia el viento lo dejará brillante. Elijo unas hojas sin puntos negros ni bordes decaídos y las pongo entre las páginas de ¿Quién es Alexander Grothendieck?, de Winfried Scharlau. La verdad es que lo que me gustaría es coger las que han caído de las dos moreras que están junto a la casa del antiguo albergue, en el centro del parque, pero tendría que abrir la puerta de la cerca para llegar a ellas, y el perro está plácidamente tumbado ahí. Esas sí que tienen luz. Podría distribuirlas entre la nueva edición de José Menese, biografía jonda, de Génesis García –me interesan los puntos de vista de esta mujer y las reflexiones a que me obliga–, y la de Artistas, de James, Hawthorne y Kafka ‒«nuestra duda es nuestra pasión y nuestra pasión es nuestro cometido».
El 24, martes, es Día de la Biblioteca. Fecha en la que Burgostecarios cumple su décimo aniversario. Ya sabemos que la mayoría de quienes aparecen en las tribunas públicas no frecuentan las bibliotecas –apenas si las consideran un apéndice electoralista–. Podríamos preguntarnos si tampoco lo hacen quienes llenan las plazas. Queda claro que no cuando se lleva entrada de alabarda. Y, en los casos en que sí las pisan, cuál es la utilidad de las mismas. En las estanterías se hallan numerosos testimonios de libertad, de entendimiento comunal, de iniciación, que superan las épocas de pandillas adolescentes y aborrecen las cadenas, largas o cortas.
«Yo llevo en el bolso mi porción de coltán», escribe Carmen Camacho en Campo de fuerza. Ahí pongo pétalos de rosa de las que aún florecen. Al igual que en los dos volúmenes de la Obra poética de Elena Martín Vivaldi (1907-1998), a la que homenajea Rafael Guillén: «Siempre llegamos a destiempo. / Cada llegada es un fracaso. / Parte ya el tren y conseguimos / subir en marcha. Todo en vano. / Nos lleva. Pero ya se ha ido».

[Salud. A la espera de que la Vida instaure examen de sentido común en quienes van a gobernar la res publica].

domingo, 15 de octubre de 2017

Miau. Animales domésticos

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Para Marta Sanz (1967) la literatura es una lupa, un instrumento para hacer visible aquello que tenemos a la vista pero que dejamos de lado. Sus novelas no dejan de soliviantar conciencias y hacen que quienes las leen se planteen cuestiones sobre asuntos en lo que habían pasado de puntillas. No es que sea una innovadora total ‒según pretenden algunas críticas‒, sino que conecta con esa corriente inquieta siempre presente en las letras españolas (y en las universales; no hay más que acordarse de la cofradía del cuero), si bien bastante apaciguada por la línea de las grandes editoriales, que prefieren los escritos cómodos.
Animales domésticos (2003) es una novela de Marta Sanz, el origen de cuyo título no deja de ser sorprendente. En una reunión a la que asistía la autora con gente lectora, una mujer comentó que había dejado de leer. Ante ello se interesan por conocer las razones. La susodicha refiere entonces que cada vez que leía un libro nuevo, los miembros de su familia le iban pareciendo más insulsos y estúpidos; eran algo así como «animales domésticos». Y de ahí saca el título para esta obra de crítica a la familia entre sus espacios públicos y privados, que, a decir de algunos, se recrea reiteradamente en algunos clichés, hasta el punto de volverse tediosa en determinados apartados.
La citada novela toma su andamiaje de Miau (1888), de Benito Pérez Galdós (1843-1920), libro al que casualmente he vuelto en estos días de intermedio para disfrutar su prosa: «Cadalsito abría [la condenada Gramática] con prevención y veía las letras hormiguear sobre el papel iluminado por la luz de la lámpara colgante [de la cocina]. Parecían mosquitos revoloteando en un rayo de sol. Leía algunos renglones. “¿Qué es el adverbio?” Las letras de la respuesta eran las que se habían propuesto no dejarse leer, corriendo y saltando de una margen a otra». Obra que nos remite a la conjuración de las palabras del autor canario, en la que el aspecto animalesco de los personajes devienen en simbólicos. El propio Galdós la consideró «obra ligera y de poca piedra», pero el tiempo ha mostrado que no es un cabo suelto o sobras de una anterior. En ella andan los males de nuestra sociedad.

[Salud. A la espera de que la Vida deje de considerar un oficio el hacer políticas en la res publica].

domingo, 8 de octubre de 2017

Buenos días, guapa

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Tal vez hoy no podría considerarse un título ‘correcto’, pero se publicó en 1977 en el Berlín oriental y su autora, Maxi Wander (1933-1977), decidió darle esa cabecera: Buenos días, guapa; e introducirlo, para aclarar el origen de este epígrafe, con un par de las Canciones gitanas («¡Buenos días, guapa! / Por una mirada tuya / mil dinares son poco. […] Si no vienes, / sacaré del pan el cuchillo, / limpiaré del cuchillo las migas / y te lo clavaré en el corazón»). Se trata de la transcripción de diecinueve historias de mujeres desde 16 a 92 años, que sorprenden por su frescura, por su profundidad, por el cuidado que desprende el texto, por la dedicación que muestra en su confección, en su montaje (incluso alterando, a veces, recuerdos o testimonios).
No es de extrañar que las mujeres de Alemania occidental, la del europeísmo, se quedaran estupefactas viendo cómo sus compatriotas del otro lado del telón estaban bastante más avanzadas que ellas en la forma de llevar las relaciones personales y familiares, con su desparpajo sexual. Utopía en vivo, ¡eso sí que es una comunidad autónoma! La misma Maxi Wander, nacida en Viena, había decidido vivir en esa zona, debido a la hipocresía de la sociedad capitalista, aun siendo consciente del inmovilismo y aporía socialistas.
Es el reportaje de entrevistas, género literario tan valioso como otro cualquiera de ficción, premiado con el Nobel a Svetlana Aleksiévich en 2015, necesitado de empatía a la hora de conseguir el material y de sensibilidad a la hora de montarlo. Wander pudo aprender de Sara Kirsch (1935-2013, cuya poesía tenemos traducida), también asentada entonces en el Berlín oriental (del que fue expulsada), y autora de Die Pantherfrau. El encargo de realizar el libro lo había recibido su marido (del que contamos con su hermosa autobiografía, La buena vida), pero este comprendió que era un reto a la medida de Maxi. Eso sí, la fortuna se le mostró esquiva: el libro fue un éxito inmediato, pero se le había declarado un tumor que le cercenó la vida; a su entierro acudieron muchas mujeres a las que ayudó a transformarse, que continuaron ayudando a su familia.

[Salud. A la espera de que la Vida disuelva los caprichos (políticos y sociales) de quienes gobiernan la res publica].

lunes, 2 de octubre de 2017

Autoras/es invisibles (traducir sin traicionar)

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No estaría de más que las grandes editoriales pagaran traducciones directas de idiomas poco conocidos aquí y que lo anunciaran en las obras. Incluso que pudiéramos conocer el currículum de quienes las hacen. No sé si el Ministerio de Educación, Cultura y Deporte, que en estos días pasados ha promovido la campaña Autores Invisibles (aprovechando que el 30 de septiembre es el Día Internacional de la Traducción), se plantea algún tipo de iniciativa para que suceda lo que comentamos.
Por mi parte, he tenido la fortuna este verano de que me regalaran dos obras bilingües de la editorial Taiseido Shobo, japonés-español, que cuenta con la precisa labor traductora de Elena Gallego Andrada y de Masateru Ito. Se trata de Leamos Dazai Osamu en español y de Cien poetas. Un poema cada uno. El primero se corresponde a uno de los autores modernos más celebrados (y controvertidos) de Japón, Dazai Osamu (1909-1948). El segundo es una de las antologías clásicas más memorizadas del país asiático, Ogura Hyakunin Isshu, que recopila poemas desde el siglo VII al XIII («Qué solitaria esta casa / cubierta de malas hierbas. / Nadie me visita ― / solo viene el otoño abatido», Monje Egyo).
Es posible en este mundo de la traslación, puesto que se sitúa dentro de la cultura, rondar los plagios o las apropiaciones. La (polémica) filósofa Ayn Rand (Alissa Zinovievna Rosenbaum, 1905-1982) en la novela La rebelión de Atlas (1957) escribe: «Cuando adviertas que para producir necesitas la autorización de quienes no producen nada; cuando compruebes que el dinero fluye hacia quienes trafican no con bienes sino con favores; cuando percibas que muchos se hacen ricos por el soborno y las influencias más que por el trabajo, y que las leyes no te protegen contra ellos, sino que, por el contrario, son ellos los que están protegidos contra ti; cuando repares que la corrupción es recompensada y la honradez se convierte en un sacrificio personal, entonces podrás afirmar sin temor a equivocarte que tu sociedad está condenada».
Quedamos con la esperanza: «Como agua / del torrente del río / que se precipita hacia abajo / podemos ser partidos por una roca, / pero al final / seremos uno otra vez» (Sutoku In).
[Salud. A la espera de que la Vida conceda visión (y no visiones o delirios) a quienes gobiernan la res publica].