Con frecuencia echo de menos
un par (literal) de detalles en los libros. Uno de ellos es consignar en lugar
visible en la primera ojeada las fechas de nacimiento y (en su caso) muerte de
quien lo escribe. No hace mucho (re)leí Miau
de Benito Pérez Galdós (1843-1920) y en todo el aparato documental que acompaña
a la publicación, hecha en una conocida editorial, que incluye una extensa
introducción, bibliografía, etc. no venían dichos datos y tuve que echar mano
del buscador de internet (que todo el mundo tenemos en boca) para averiguarlo,
lo que antes hacía en la enciclopedia de casa.
Y algo parecido me sucede
con la ubicación geográfica donde se desarrolla la acción de determinadas
obras, sean de ficción o de ensayo, en que echo en falta un mapa en que
situarme. Escribo esto porque me he llevado una grata sorpresa al comenzar la
reciente edición de la novela La partida
de los músicos (2016), de Per Olov Enquist (1934), el escritor sueco que
fuera guionista de Ingmar Bergman (1918-2007), situada en el golfo de Botnia,
entre Finlandia y Suecia, que lleva el valor añadido de estar en color, con sus
peces, renos, gaviotas y ballenas. (Seguramente dediquemos una entrada a la
obra).
Hablando de mapas, he tenido
durante una temporada de libro de mesilla de la chilena Francisca Mattéoli, de
madre escocesa, Historias y relatos de
mapas, cartas y planos. Esta mujer ha conocido el exilio, la inmigración,
los cambios de país, los viajes de placer, los humanitarios o los viajes para
escribir sus libros. El viaje como modo de vida. La visión que proyecta sobre
los lugares de los que escribe le permite vivir de ello. Viajando ha aprendido «miles
de cosas; aprendí que nadie tiene la verdadera respuesta y que hay mil formas
diferentes de ver la vida y las cosas. Aprendí a ser humilde, a ser menos
presuntuosa y mirar a la gente y al mundo con más atención». Pero que todo nace
de la misma aspiración y las mismas capacidades.