Estoy solo
En la espuma
En las sombras oscuras
No puedo volver a casa.
Con frecuencia oímos la expresión de que la vida es más fantástica o misteriosa que la literatura. Ciertamente, muchas de las personas que se han dedicado a las musas cuentan con anécdotas o pasajes de su existencia, dignos del argumento más exigente. No desmerece en este punto el final de la vida –¿o fue comienzo?– de Arthur Cravan (1887-1918, seudónimo de Fabian Avenarius Lloyd, sobrino de Óscar Wilde), dadaísta de pro, que un apacible día montó en una sólida goleta en Salina Cruz, al oeste de México, con el fin de llegar a un pueblo cercano, Puerto Ángel, para embarcarse hacia Argentina, pero nunca llegó a este primer destino. ¿Qué fue de él? No apareció rastro ni del cuerpo ni de la embarcación. Su compañera y esposa, Mina Loy (1882-1966), lo esperó en vano durante días en la playa.
Apenas hacía más de un año que se habían conocido en Nueva York; una para el otro y otro para la una eran el amor de su vida. Cravan, dedicado a algunas labores literarias ya en años anteriores en París, recibía sus ingresos pecuniarios de su actividad como boxeador. En la Ciudad de la Luz editaba una revista –Maintenant– que él mismo vendía en un carrito, pues decía que las librerías eran lugares en donde se oxidaba la cultura. Él tenía un concepto singular de ella. En cierta ocasión, iba a dar una charla pero acudió tan borracho que lo único que se le ocurrió fue desnudarse en público. Otra vez, había anunciado que se iba a suicidar en un lugar determinado; como la gente somos tan morbosa, el local se llenó y… entonces sí que aprovechó para dar una conferencia.
Así era Cravan, un mocetón de dos metros, que huyó de Francia al inicio de la primera guerra mundial porque era antimilitarista. Mina llevaba una hija en las entrañas cuando su marido desapareció y, lógicamente, le puso el nombre de Fabianne. Bastante mejor literata que él –también fue reconocida actriz–, compuso el sentido poema Jazz de la viuda y escribió las Letters of the unliving. Merece la pena leer a quien vislumbró «a la distancia de los muertos, el silencio opaco / del espacio no habitado».