Había bocetado la anotación
de hoy sobre la lectura esta semana de dos libros que, en cierto modo, me han
sorprendido: Nosotros en la noche, de
Kent Haruf, y Madre, de Richard Ford.
Pero he topado con algo que me ha sorprendido más: el artículo de R. Pérez
Barredo «El rapto de Elena» (Diario de
Burgos, 29-V-2017), referido a Elena Gallego, en el que abundan
declaraciones de esta, en las que denuncia las amenazas que recibe desde que
denunció los manejos que se dan en los montajes académicos en torno a las
publicaciones sobre literatura japonesa.
Ya hemos hablado en esta
bitácora de alguno de sus preciosos libros de haikus (realizados en
colaboración con Seiko Ota), en concreto de Haikus en el corredor de la muerte (Hiperión, 2014), al que siguen Haikus de amor (2016) y Haikus de guerra (2017). Aunque ha de
decirse que su labor intelectual sobre cultura japonesa es mucho más amplia. Ya
en los noventa, junto a Montse Watkins (fallecida en 2000), funda una editorial
en Japón en la que publican numerosas obras traducidas al español, pues es en el
ámbito de la traducción en el que vuelca empeños y obtiene logros.
La denuncia que ha hecho del
libro Claves y textos de la literatura
japonesa (Taurus, 2007), haciendo oídos sordos a las recomendaciones de que
no se metiera en ello, le están reportando serios contratiempos; uno de ellos
la suspensión de empleo en la Universidad de Sofía, de Tokio, en la que es
profesora; desde entonces recibe las amenazas aludidas y las presiones para que
se retracte y se comporte según el (ambicioso y ciego) mercado. Y en esas anda,
esperando la sentencia del juicio que se celebró.
No hace mucho que escuchamos
a Elena una conferencia sobre Marcela, la pastora de El Quijote, que se planta ante el auditorio varonil a defender su
libertad e inocencia, pues ya había sido condenada por el criterio caduco de la
opinión bienpensante (y mutiladora).
Así, pues, ahí tiene nuestro
apoyo.
[Salud. A la espera de
que la vida transcurra por sus valentías].