miércoles, 24 de noviembre de 2021

Un hogar en el mundo (con Amartya Sen y Tagore)

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En el territorio de la creación son frecuentes las conexiones entre sus lugares, ya sean de la ficción, del sonido o de la educación. En alguno de ellos conviven varios sin dificultad. Es el caso de Santiniketan, escuela experimental fundada por Rabindranath Tagore en 1901 en esa pequeña localidad de la Bengala occidental (en la India), que gracias al dinero que recibió del Premio Nobel en 1913 se consolidó como centro universitario de referencia mundial. Experiencia que supera –creemos– a realizaciones como Solentiname, por citar una de América (más centrada en la pintura).

Allí nace (casualmente) Amartya Sen en 1933, a donde vuelve en los años cuarenta a estudiar, con lo que inicia una trayectoria que le lleva a recibir el Premio Nobel de Economía en 1998 (y el Princesa de Asturias de Ciencias Sociales en 2021). Emulando el título de la novela de Tagore La casa y el mundo, Amartya escribe sus memorias con el nombre de Un hogar en el mundo. Afirma que no hay por qué tener un solo hogar, lo cual molesta a muchos de los periodistas que le preguntan cuál es el suyo y les responde que «me siento perfectamente en casa aquí, ahora mismo», cuando le hacen la pregunta en alguno de los lugares en los que ha habitado: Santiniketan; Daca (Bangladés), donde crece; Mandalay (Birmania); Calcuta, donde participa en los movimientos estudiantiles; el Trinity College de Cambridge (Inglaterra), etc.

Un hogar en el mundo es un libro de personas y paisajes, además de ideas. Se navega por los ríos de Bengala con la curiosidad de una adolescente. Se asiste a las disputas nacionalistas religiosas entre hindúes y musulmanes, destruyendo los cauces participativos que ambas culturas tenían antes de que los intereses partidistas de grupos y personas “convencieran” a estas comunidades de que eran irremediablemente antagónicas. Se sale de la India para estudiar en Europa y América, y observar el comportamiento humano en los diversos países…

Más de quinientas páginas ante un conversador intuitivo y afable, de palabra precisa, en la que a veces asoma la inocencia.

Salud

martes, 9 de noviembre de 2021

El Ayer de Agota Kristof

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Hace unos días me preguntaban mis sobrinas cuál es la esencia de la literaturidad –no con estas palabras–, y se me ocurrió decirles que era la forma, la manera en la que están colocadas determinadas palabras en el texto, que las diferencia del habla cotidiana, con la pretensión de provocar en quien lee una reacción emocional, reflexiva, estética, recreativa… Según decía aquel novelista, lo que más tiempo quita para escribir es ser escritor/a.

Con Agota Kristof (1935-2011) tengo siempre la sensación de estar en esa literaturidad. No sé, es como la patria, como el mar. Sabes que existe ese lugar en el que tú sucedes (al menos durante su lectura). Ayer (1995, traducida en 2021), una novela desarrollada en siete relatos, mueve a sus personajes –¡¿cómo no?!– en las circunstancias biográficas de la autora, con una prosa de relojería. Se inicia con los versos presagio: «Ayer todo era más bello / la música en los árboles / el viento en mi pelo / y en tus manos tendidas / el sol».

Puede parecer extraño que la escritura de Agota produzca sensaciones de prodigalidad e, incluso, placenteras, pues sus historias –y esta también lo hace; hay quien lo llama feroz nihilismo– presentan el desvalimiento del ser humano que se mueve en el desamparo y desconsuelo en un mundo de alienaciones. Pero no es fácil encontrar novelas que combinen con tanta coherencia estilo y contenido, argumento y narración, gelidez de la aventura y poesía.

La editorial ha decidido que uno de sus colofones sea de Pessoa: «El corazón, si pudiese pensar, se pararía».

Salud