Helgoland, ‘Tierra sagrada’, recibe las olas atlánticas de la Frisia alemana y, con frecuencia, la niebla vela y desvela sus acantilados rojos según soplan más o menos fuertes los vientos del Mar del Norte. En esta isla pequeña filmó Murnau escenas de Nosferatu. Con menos de dos mil habitantes y características como la de que no circulan automóviles por su suelo, el lugar es frecuentado por quienes desean tranquilidad. Allí llegó el joven Werner Heisenberg (1901-1976) en 1925 para aclarar las ideas que bullían en su cabeza y, gracias a sus observaciones, recibió el Premio Nobel de Física en 1932.
Helgoland
(2022), de Carlo Rovelli (1956) expone el nacimiento y evolución de «la única
teoría fundamental del mundo que hasta ahora no se ha equivocado». Lo curioso
del asunto es que sus planteamientos –observables,
probabilidad y granuralidad– no predicen certezas. Se elabora
colectivamente por una serie de físicos y matemáticos entre 1925 y 1926,
fundamentalmente, que disponían con las bases puestas desde principios de siglo
por la constante de Mark Plank, la relatividad de Einstein y las reglas de
Niels Bohr. En la nómina figuran Max Born (que es quien acopla las diversas
proposiciones), Heisenberg (con las partículas), Jordan, Schrödinger –el del
conocido gato– (con las ondas), De Broglie, Pauli y Dirac (que describió el
proceso cuántico en 1930, de una forma que todavía no se ha superado). Todos
tienen su Nobel, salvo Jordan, que permaneció fiel al nazismo.
Agradezco estos libros, a los que vuelvo de cuando en cuando, pues me gusta comprender la realidad que nos conforma. Me permiten remozar los conocimientos que adquiero y olvido tantas veces. Y me consuela el que concluyan que nadie comprende en su fondo la teoría cuántica –o sea, que no soy solo yo–, ya que la Física no se ocupa en describir la Naturaleza, sino de lo que podemos decir de ella.
Salud