Cicatrices de
Luna que honran memorias.
Su
piel, tu nombre
Está ahí. Luciano de
Samósata (c. 125-195) imagina
realizar un viaje a la luna (y al sol) en un barco que surque los cielos
propulsado por vientos extremosos. A Kepler
(1571-1630) lo ayudarían a ello demonios lunares. Plutarco (c. 46-120), por su lado, pone nombres a
diversas zonas de la luna ‒llanura de Perséfone, llanura Elísea, a donde van
las almas después de la muerte‒ y extiende la creencia de que contiene mares ‒lo
que llamamos maria.
Dante considera a la Luna lucidora y pulida y colige que las
manchas que pudieran verse en su superficie son reflejo de las irregularidades
de la Tierra. Sabemos que no, que tiene numerosos cráteres, fruto de los
choques con otros cuerpos celestes cuando se estaba formando (y que su atmósfera
no erosiona). De los miles de huecos que luce, tanto en su cara visible como en
la oculta (que no oscura) para la tierra, 1.586 han recibido nombres de gente
dedicada a la filosofía y a la ciencia, entre ella quienes han dedicado su vida
al espacio o a la selenografía. Y solo 28, un 1,7%, pertenecen a mujeres, comenzando
por Hipatia (370-415).
A divulgar el nombre de
estas se dedica el libro Las mujeres de
la Luna. Historias de amor, dolor y valor (2016), de Daniel Roberto
Altschuler y Fernando J. Ballesteros (a quienes también pertenece el haiku del epígrafe),
los cuales incitan a que se corrija esa práctica política y sociológica con el nombramiento
en femenino de equivalentes futuros, en las múltiples cicatrices que restan por
bautizar. No en vano se puede acudir a alguna de las 2.500 entradas de The biographical dictionary of women in
science.
Safo (c. 630/612-580 a.n.e.) no dispone de tierra alguna (según la UAI),
a pesar de que la tiene presente: «Se ha ocultado la luna, / las Pléyades
también, / está en su medio la noche, / la ocasión se va pasando / y yo
acostada, sola» o aquello de «Las estrellas en torno de la hermosa / luna
esconden de nuevo su fulgor / cuando en su plenitud llena ilumina / la tierra…».
[Salud. A la espera de que
la vida transcurra por sus campos].