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miércoles, 15 de mayo de 2019

Lucía Sánchez Saornil y Burgos

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Quiero en mi ley cumplirme
                  Ni la bestia ni el ángel,
                  quiero mejor la exacta medida de lo humano;
                  a través de mi carne
                  hacer tangible el soplo
                  divino que me mueve;
                  quiero mascar con gusto
                  el puñado de tierra que me llena la boca,
                  complacerme en el pan
                  que mi sudor amasa,
                  en el canto que brota de mi lado encendido
                  y, apasionadamente,
                  hacer mis días densos, de olor y sabor míos,
                  en torno a mí apretados.
                  Ni el ángel ni la bestia,
                  ni pezuñas ni alas.
                  Prefiero pies ligeros para medir andando
                  los caminos del mundo
                  y unos brazos abiertos,
                  saetas disparadas a los cuatro horizontes
                  en una incontenida efusión de ser vivo.
                  Quiero en mi ley cumplirme;
                  escuchar el obscuro redoble de la sangre,
                  sentir la escocedura de la lágrima
                  y el fresco rezumar del gozo.
                  Me complace la exacta medida de lo humano;
                  pero si la pasión desborda la medida
                  amo sentir como se trueca en fuego
                  la arcilla ordinaria.
Estaba esperando que se publicara este artículo en Culdbura,revista digital actual de Burgos, para traer aquí la primicia de este poema, aparecido en la revista Estrofa, cuaderno mensual de los artistas burgaleses, número 22, octubre de 1955, pág. 8. La razón es porque hasta hace unos meses, se ha afirmado que la conocida poeta ultraísta Lucía Sánchez Saornil (1895-1970), desde su vuelta a España en los años cuarenta, no había publicado nada durante su exilio interior; y, desde hace unos meses, se conocía el título de este poema, pero no se había encontrado la revista Estrofa.
Así que aquí está el poema, en Burgostecarios, para deleite de quien desee disfrutarlo.


lunes, 6 de agosto de 2018

Wanderlust. Deleite de viajar sin destino ni rumbo

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Neb Raj Bathia nace en Pakistán hacia 1924 y, algo antes de su independencia, se trasladó a la India, asentándose en Nueva Delhi. Traductor de varias lenguas –trabajó con Indira Gandhi‒. En 1994 se pudieron escuchar sus poemas en español por las calles y plazas de Medellín (Colombia) ante un público entregado, según suele ser costumbre en este Festival. Este spanish profesor, como gusta llamarse, elabora la antología El wanderlust y otros poemas” de la que extraemos «Wanderlust. Deleite de viajar sin destino ni rumbo»:
Otra vez tengo la misma locura.
Otra vez tengo el mismo Wanderlust.
Otra vez voy con mi estado trascendental.
No sé a dónde va a llevarme mi vida.
Al salir del desierto de mis frustraciones,
me reveló que estaba siempre el destino
de mis esperanzas y mis aspiraciones
más allá de estos espejismos.
Al perderse en las nieblas de las distancias
los bellos paisajes de los caminos,
se apreció de repente la luz ligera
de tus recuerdos.
Cuando no había ni desierto ni río,
ni tierra, ni océano, ni cielo, ni Vía Láctea,
cuando tampoco existía Dios mismo, yo existía solo en el universo
de mi amor propio.
Todavía tengo el polvo del viaje en el cuerpo
y todavía estoy muy cansado,
pero otra vez tengo la misma locura en el espíritu
de lograr mi destino
y otra vez tengo el mismo Wanderlust en el alma
para viajar sin destino.
[Salud. A la espera de que la Vida nos conserve este deleite].

sábado, 12 de mayo de 2018

A lomos de los libros en la Biblioteca

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Se ha puesto de moda ‒no sé dónde se ha iniciado‒ el construir (ladrillo a ladrillo) poemas con el título de los libros en las bibliotecas. Incluso, para incentivar la utilización de las mismas, estas hacen concursos en los que se les envíen composiciones realizadas con libros que tengan visibles los tejuelos de un centro determinado. Así que esta vez se me ha ocurrido el montar la anotación con este sistema.
















[Salud. A la espera de que la Vida elabore poemas con quienes gobiernan la res publica].

jueves, 5 de abril de 2018

Eso (o Ello). Inger Christensen

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No sorprende -en todo caso, asombraría- que los versos de Vladimir Holan corrieran de boca en boca entre la población de Praga cuando la ocupación nazi o que sucediera algo semejante con los poemas de Sikelianós (musicados por Theodorakis) en la Grecia tiranizada o que en trincheras y barricadas mediterráneas se cantaran los tiempos de cerezas. Es el Sur. Sin embargo, sí que llama la atención que en Copenhague un libro de poemas constituyera un evento de una repercusión tal como lo fue la publicación de Eso (o Ello-Det- en 1969, de Inger Chistensen (1935-2009), autora de Alfabeto, que durante años sonó para el Premio Nobel, cuya impronta devino en fundamental en la literatura escandinava.
Hoy no resulta un texto asequible a primera vista. Requiere lentitud. Pero en su momento (después del mayo), en Dinamarca, sus palabras aparecieron en los muros de las ciudades como forma de protesta política; grupos de música rock cimentaron su éxito en las letras de canciones salidas de estas páginas; algunas expresiones coloquiales danesas nacieron de aquí; incluso -quién lo diría en nuestra tierra- hubo gobernantes que citaban versos en público. “Y salieron corriendo y gritaron Mirad mi corazón / Late como una frase debajo de la piel / Me gustaría tanto amar vuestra aflicción”.
Se concibe como un largo poema (de más de 200 páginas), aunque se divide en pequeños textos, nacido en la época en que el consumismo enseñaba sus garras por el Norte. “Dentro del primer consorcio hay un segundo, dentro del segundo hay un tercero, dentro del tercero un cuarto consorcio, etc. // En el consorcio n.º 1.423 hay un hombre calculando la esperanza de vida de un obrero // El hombre n.º 8.611 ha estado todo el tiempo desvariando sobre el derecho del individuo a su propia vida // Al final de todos los consorcios reunidos hay una dinastía financiera”.
Eso es un camino que nos lleva a un lugar que da sustento a todo. Es oscuro y es luminoso. Conduce a la razón y a lo inexplicable. Al miedo y a la valentía. Es matemática que celebra lo existente. Es una cosmogonía que se crea ante nuestros ojos mientras se balancea la capa de plancton que nos alimenta. “Hay manifiestos enfebrecidos / ofrendas de flores y vino // palomas revestidas de blanco en jaulas / vírgenes escondidas ocultas en ataúdes // anécdotas de caminantes / que van de embriaguez en embriaguez // hierba que vuelve verdes los cerebros / balbuceante belleza senil // en lo más hondo de la iniciativa política”.
[Salud. A la espera de que la Vida conceda eso a quienes gobiernan la res publica. La fotografía es de Michael Kellenter].

domingo, 18 de junio de 2017

La madre de Dante

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Desde que Boccaccio (1313-1375) escribiera Vida de DanteTrattatello in laude di Dante‒, conocida es la leyenda en que se atribuye a la madre de este, Bella degli Abati (que muere cuando el niño tiene cinco o seis años), una visión premonitoria de que el hijo que va a nacer de sus entrañas realizará notoriedades. Sale a Florencia en su fantasía, vestida de novia, vaga por las calles, entra en un jardín y, allí, cercana a una fuente, al pie de un laurel habitado por un pavo real… siente el peso de su gravidez. Se dice que nadie como el poeta griego Angelos Sikelianós (1884-1951), en Epinicios, ha sabido captar tan bellamente ese momento del parto.
“Florencia parecía desierta en su sueño
al amanecer.
Lejos de sus amigas, sola,
vagaba por las calles.
Y tras ponerse el vestido nupcial de seda
y un velo de lirios,
caminó por las encrucijadas. Bajo los pies,
las calles le parecieron nuevas.
[…]
Atraída por su fragancia, le pareció acercarse
a un alto laurel,
en el que un pavo real, saltando de rama en rama,
subía hasta la copa.
Y alargando su cuello a una y otra rama,
rebosantes de bayas,
comía una, cogía otra y la arrojaba al punto
a la tierra.
Instintivamente, levantó su delantal bordado,
en la sombra, hechizada...
y al momento se sintió muy pesada,
cargada de rizadas bayas”.
******   ***         ******
Reposó un instante del esfuerzo matinal,
en una nube fresca,
y sus amigas, alrededor de la cama, esperaban
para acoger al niño.
Dante nace posiblemente en 1265 y muere en 1321. A los 9 conoce a Beatriz (que fallece en 1290), de la que asegura se enamora a primera vista y que es, sin que entable relación con ella, el motor de su vida, dando lugar al denominado amor cortés, tan influyente en los siglos posteriores. Su hija Antonia se hace monja con el nombre de Beatrice.

[El cuadro es de Heinrich Vogeler].

domingo, 19 de marzo de 2017

Altazor (desde los cielos de Huidobro)

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Los poemas extensos le iban a Vicente Huidobro (1893-1948), el poeta chileno que trajo a España (desde París) las vanguardias en 1918, plasmado en el ultraísmo del momento primero. En 1929 publica la novela fílmica Mío Cid Campeador, que goza de éxito. Y, poco después,  da a la luz Temblor de cielo (poema en prosa) y Altazor (en verso). Lo hace en la todopoderosa C.I.A.P., compañía que va aglutinando en España a buena parte de las editoriales de los años treinta del siglo pasado.
Hacía tiempo, con 25 años, comienza a escribir versos de Altazor (“Soy yo Altazor el doble de mí mismo / El que se mira obrar y se ríe del otro frente a frente”), a los que va sumando nuevas contribuciones. El resultado de 1931 es un poema en un prefacio y siete cantos, en el que, al no tratarse de una narración épica (como la cidiana), resulta complicado mantener la unidad. Hay quien lo toma como un (caprichoso) juego verbal, pero el resultado no deja de ser desconcertante y admirable. De hecho es la obra con la que más se le identifica a este inquieto hombre.
Hay palabras que tienen sombra de árbol
Otras que tienen atmósfera de astros
Hay vocablos que tienen fuego de rayos
Y que incendian donde caen
Otros que se congelan en la lengua y se rompen al salir
Como esos cristales alados y fatídicos
Hay palabras con imanes que atraen los tesoros del abismo
Otras que se descargan como vagones sobre el alma
Altazor desconfía de las palabras
   Desconfía del ardid ceremonioso
Y de la poesía
Trampas
            Trampas de luz y cascadas lujosas
Trampas de perla y de lámpara acuática
Anda como los ciegos con sus ojos de piedra
Presintiendo el abismo a todo paso 
       Mas no temas de mí que mí lenguaje es otro
       No trato de hacer feliz ni desgraciado a nadie
       Ni descolgar banderas de los pechos
       Ni dar anillos de planetas
       Ni hacer satélites de mármol en torno a un talismán ajeno
       Quiero darte una música de espíritu
       […]

[Salud. A la espera de que la vida transcurra por sus avenidas].

domingo, 2 de octubre de 2016

Sonetos expansivos (elección)

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¿Qué autor/a no desea que su obra salga de sus libros, se derrame por caminos, pechos o recuerdos? Aunque fuera en recorrido silente. En la bibliografía francesa hay intentos múltiples de ello. Rabelais con sus Gargantúa y Pantagruel; Voltaire con la obsesión creadora; Mallarmé, emulando a este su maestro. Pero es Raimond Quenau quien consigue la obra más extensa de la literatura al componer en 1961 Cent mille milliard de poèmesCien mil millones de poemas‒, en la que incluye 10 sonetos troquelando sus versos uno a uno, con lo que pueden combinarse todos con todos (o sea, 10 al 14).
            No es broma. Una persona que leyera un verso por minuto (sin descansos para comer, beber o dormir) tardaría no menos de doscientos millones de años en ello. Son alejandrinos, con sus hemistiquios, sus cesuras, sus sinalefas. Cuyo sentido se renueva en la conexión universal que circula por sus venas.
            Precisamente, es Mallarmé el que dice que quien lleva a cabo una idea innovadora por primera vez es un genio, y quien lo hace por segunda es un imbécil. No hay para tanto, claro. En el cincuentenario de la publicación que nos ocupa, se elabora otra obra similar en español, en este caso coral, que invita también a la combinación de sus versos. Son tres autoras ‒Adón, Agudo y Valero‒ y siete autores ‒Doce, Reig, Aramburu, Irazoki, Auserón, Azpeitia, Molina Foix‒, quienes componen un soneto (editado por Demipage y apoyado por Hotel Kafka). Cien mil millones de poemas. Con la invitación a que quien lo lee para que elija su propio soneto. El mío es:
Hay música de lobo en las calles de enero
Sus letras son de un hombre que en mi mente camina
La sangre riega el torso la luz ríe y declina
Mestizo el malestar, deviene en aguacero
Ahora me pregunto si acaso es el dinero
El alma es solo hierba, granos de arena fina
El cuerpo, pan mojado, se ha vuelto luz mezquina
Se esparce el fruto amargo en forma de aguacero
Acercarse, con prisa huir de lo adyacente
Las torres de vigía propagan la advertencia
Como el ritmo del mar, contrario al continente
Si solo fuera helada la fraterna indolencia
El regalo forzoso al bello indiferente
No está en venta el paisaje que inventó la carencia

jueves, 21 de abril de 2016

Poemas en el bolsillo trasero

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«Llevo poemas para cuando nos veamos. No sabemos cuándo va a suceder. Seguramente dentro de unos meses, aunque vivamos en la misma ciudad. Ambientes distintos. Costumbres distintas. Besos distintos. Cenas distintas. Tampoco solemos llamarnos, salvo en las escasas ocasiones en que atravesamos la niebla de la voluntad. No importa. Te veo con los ojos abiertos. Así que cuando doy con esos versos que sé que son para ti, los imprimo. Si es invierno, los llevo en el bolsillo interior de la cazadora. Si es verano, en la bolsa de costado y, al anochecer, en el bolsillo trasero. Nos encontraremos ‒algo de sonrojo‒. Charlaremos deprisa. Te daré el poema…».
La calma en el mundo anterior a Bach
Tuvo que existir un mundo anterior
a la Sonata a trío en re menor, un mundo anterior a la Partita en la menor,
pero ¿qué clase de mundo?
Una Europa de vastos espacios vacíos, sin sonido,
por todas partes instrumentos dormidos
a través de cuyas teclas la Ofrenda Musical, El clave bien temperado
jamás pasaron.
Iglesias aisladas
donde el verso de la soprano en la Pasión
nunca se entrelazó  en desamparado amor
con los suaves movimientos de la flauta,
paisajes anchos y suaves
donde nada rompe la calma
sino las hachas de los viejos leñadores,
los sanos ladridos de fuertes perros en invierno
y, como una campana, los patines que muerden el hielo fresco;
las golondrinas que chillan en el aire estival,
la caracola que resuena en los oídos de un niño
y en ninguna parte Bach, en ninguna parte Bach,
el mundo en una calma de patinador  antes de Bach.

[Es de Lars Gustafsson, fallecido recientemente].