Comenzaba a escribir esta
entrada cuando me entero de la muerte de Úrsula Kroeber Le Guin (1929-2018)
este lunes. Han sido muchos años con ella como para no dedicarle unas breves
líneas aquí. Desde Los desposeídos (1974)
supimos que las utopías pueden ser ambiguas y que la ciencia ficción es un
territorio en el que se producen implicaciones sociales. Fueron, son, páginas
de esperanza. Hasta que se produce El
eterno regreso a casa. Novela, relato y hasta traducciones del chino ‒Tao Te Ching‒, del español ‒Grabiela
Mistral‒ y, por supuesto, del francés. Según nuestra recurrente Wikipedia, «se
consideraba a sí misma como una mujer feminista y taoísta, y en sus novelas
aparecen a menudo ideas anarquistas». Y también poeta, claro: «Mi piel toca el
viento. // Una libélula toca mi mano. / Hablo realmente lento / para que ella
me entienda. // La roca caliente bajo mi mano. / Habla realmente lento / para
que yo entienda. / Bebo el agua soleada».
En 1978 se conoció la
insurgencia del barrio de Monimbó, en Masaya (Nicaragua), contra la dictadura
de los Somoza. Aquello, en España, sirvió para encauzar los anhelos de justicia
social que estaba perdiendo tanta gente al ver que la democracia que se
instauraba en nuestro país (después de una ejemplar transición pacífica) iba a
consistir en votar una vez cada cuatro años, dejando abierto el campo al
enchufismo y la corrupción y permitiendo que el poder económico continuara en
las mismas familias, con una emergencia
ligera de rostros. Así es como proliferaron los comités de solidaridad con
América Latina ‒no sé por qué no se tituló Iberoamérica‒ y mucha gente viajó a
los países del otro lado del charco con el entusiasmo de prestar ayuda.
En las siguientes décadas
salieron de estos comités diversas oenegés centrando su ímpetu en proyectos
concretos (extendidos a África). Una de ellas es Entrepueblos ‒Entrepobos,
Entrepobles, Herriarte‒, cooperación pueblo a pueblo, que este año cumple su 30
aniversario. Ahí caben alegrías, resistencias y rebeldías. Y se puede llegar,
por ejemplo, a la obra de Rocío Silva Santisteban, Mujeres y conflictos ecoterritoriales. Impactos, estrategias,
resistencias, en la que afirma que «en América Latina las mujeres vivimos
en nuestros cuerpos, nuestras mentes, nuestros hijos e hijas, en nuestros
territorios, las múltiples violencias del modelo de desarrollo del capitalismo
extractivista, impuesto en los últimos 20 años en el Sur global».
[Salud. A la espera de que
la Vida termine con las payasadas de quienes gobiernan la res publica].