«¿Se lo envuelvo para regalo?».
«Sí, por favor», le digo a la dependienta de la librería. Por uno u otro
conducto, suelen regalarme libros con cierta frecuencia, pero en fechas
señaladas –verano, fin de año, etc.– me gusta obsequiarme con algún pequeño
detalle, que a veces, como en esta ocasión, consiste en un libro de no
demasiada extensión y de reducido formato que me llame la atención por algún
detalle. Ayer fue Claudio Monteverdi. “Lamento
de la Ninfa”, de Ramón Andrés. La cubierta reproduce Ninfa de espaldas de Mariano Salvador Maella (1739-1819), apunte
que se halla en su cuaderno italiano; además, inserta el facsímil de la página
del poema de Ottavio Rinunccini (1562-1621), que después músicara Monteverdi (1567-1643),
personalidades ambas atractivas.
Con su lectura, con su
visión, habito estos días, en los paseos junto al río, uno de esos mundos
infinitos que existen en este mundo finito. Como le ocurriera a Rinunccini, sin
apenas afinidad con ese ambiente «ocasional, de fasto, exterior, caprichoso» de
los tiempos y fechas presentes. Es el pensador y poeta pamplonés Ramón Andrés (1955)
quien guía mis pasos por los humedales donde se ocultan las etéreas ninfas,
criaturas que gustan del movimiento, de la sugerencia y de la ocultación.
Novias con velo. Que el barroco convierte en seres objeto de lascivia, de cupiditas. Y quien contextualiza el
poema y la canción.
La ninfa del lamento vaga
errante por el bosque, ‘pisando flores’ –calpestando
fiori–, por si topara con el ingrato amado que la ha abandonado y se ha
internado en la fronda. Ella busca –es decir, se interna en el bosque, según la
acepción medieval del término–, sortea onagras y lentiscos, rodea fresnos y
robles. Llora, riega la tierra, la cual devolverá los frutos del amor aunque
las lágrimas sean derramadas por añoranza del traidor. Lleva en su interior a
Circe. El amado está con otra («…nunca tan dulces besos / tendrá de aquella
boca, / ni tan tiernos, ay, calla, / calla, que bien lo sabe». / Así, con
llanto desdeñoso / derramaba su voz al cielo; / así en los amantes corazones /
junta el amor el fuego con el hielo).
Con los libros, el autoregalo es lo más certero, pero siempre hay personas que aciertan en mis gustos (pocas, eso sí). Este obsequio que te has hecho parece, además de interesante, hermoso (al menos la portada lo es). Que lo disfrutes en casa o en tus paseos.
ResponderEliminarFelices lecturas en el 2018 (y que las podamos compartir).
Un fuerte abrazo, Ignacio.
Gracias, Laura. Y, es cierto, a veces, quienes nos regalan libros, abren perspectivas que no imaginábamos.
Eliminar(Por cierto, he leído que en 2017 se ha estancado el libro electrónico y ha aumentado en de papel).
Igualmente espero compartir tus lecturas.
Un fuerte abrazo de Ignacio
De vez en cuando también yo me auto-regalo ese libro que sé que nadie va a hacerlo, pues solo mi hija me pregunta que libro deseo para no errar, los demás me los regalan a su gusto, pero también caen muy buenos.
ResponderEliminarUn abrazo de Espíritu Sin Nombre.
Suerte tienes, Conchi, de que tenga esa deferencia tu hija y de que te lleguen, por otros lados, libros sustanciosos.
EliminarUn abrazo y venturosos días.
Qué maravilla el apunte de Maella.
ResponderEliminarLos músicos como Monteverdi son vecinos de los poetas como este Rinunccini.