La esperanza fluye eterna en el pecho humano;el hombre nunca es, pero siempre espera ser dichoso
No hay quien se dedique a la
filosofía, ensayo o psicología –a teorizar, claro–, que no se ocupe de la
esperanza. Ya las obras literarias de la antigua Grecia la contemplan y, por lo
general, la tienen como una calamidad, lo que recoge una parte del pensamiento
moderno. Si Platón considera que puede extraviarnos o Eurípides la tiene por
maldición para la humanidad, Tomás de Aquino señala que abunda en los jóvenes,
los borrachos y los locos incapaces de razonar, y Byron la considera una
prostituta demacrada. Será, pues, una agradable compañía, pero deficiente
consejera; una delicia con la capacidad de inocularnos la amnesia suficiente
como para olvidar la frustración y vacuidad que nos deja, proceso al que
denominamos existencia humana.
Falsedad fecunda. Tan
distinta del deseo. Tan distina de la convicción, de la fe («un creyente es
alguien que está enamorado», escribe Kierkegard). Tan distinta del optimismo
(una forma de fatalismo, en la misma medida que el pesimismo). Conlleva
ambigüedad: un objeto en el horizonte (ya conocemos la definición de Paul Ricoeur,
«esperanza es la pasión por lo posible»); una dosis de autoengaño, impulsora de
tantas acciones en nuestras vidas, a las cuales sustenta como si estuvieran en
la realidad. Lo único que hay cierto es su existencia. El resto se confía a lo
que llegue, a lo que traigan los días, en notable medida porque participa de la
creencia paulina de que la esperanza «penetra más allá del velo».
Terry Eagleton en el
recomendable Esperanza sin optimismo
(2016) clama contra la construcción a la que nos somete la industria del
pensamiento al sustituir el témino esperanza por el de optimismo, dejándonos en
manos de la ingenuidad, la jovialidad, el idealismo o la adhesión a la doctrina
del progreso (a lo que contribuyen las teorías de autoayuda y el actual
cristianismo). Y propone la esperanza surgida de la reflexión y el compromiso,
surgida de la racionalidad, cultivada mediante la práctica y la autodisciplina,
que reconoce el fracaso y la derrota pero se niega a capitular ante ellos.
¿Es posible la
esperanza? ¿O solo es nostalgia del pasado? Karl Kraus escribe que «el mundo es
simplemente una senda errónea, tortuosa, desviada de vuelta al paraíso». Aquí,
no obstante, continuamos escribiendo