miércoles, 26 de octubre de 2016

Aire del más allá, Ardalén (día de la biblioteca)

8 comentarios
Reciente el día de la biblioteca, caminando al segundo novilunio de octubre, se me figura que estos centros son como el arladén (ar de / do alén), viento ábrego que sopla desde el mar hacia tierra, procedente del suroeste, en las costas atlánticas europeas. Se trata de un viento húmedo que llega a portar muchos kilómetros tierra adentro olores a sal y yodo. Y no viene solo. Trae, igualmente, vivencias de gentes allá el Atlántico que pueden llegar a gentes de la montaña, penetrar en su hipocampo y convertirse en recuerdos que transforman la vida de quienes eso experimentan.
Ardalén (2012), de Miguelanxo Prado, es un delicioso ensamble de imagen, color y palabras en el que se viaja por la Memoria (En las penumbras del interior / un hombre de mirada líquida / le habla al silencio de bajamar que llena las estancias). Fidel nunca sale de su aldea de montaña, bueno, unos años está en la capital hasta que muere la tía con la que vive, sumido en la biblioteca de ella. Con las escasas pertenencias que le deja la burocracia administrativa, retorna a su caserío de la ladera. Pero él emigra al Caribe, ronda por La Habana, se embarca en cargueros mercantes y sufre tres naufragios de los que se salva. Ahora, ya senil, con su casa llena de cajas diseminadas (metáforas de su memoria), encuentra su casa poblada de los amigos, amores y ambientes que vivió allí, y aparece Sabela, mujer de carne y hueso con la que renace su memoria y su corazón.
Los días de viento ábrego sale al prado de la colina, se sienta en unas rocas y espera hasta que salen volando las ballenas desde el bosque de eucaliptos. «Oye, Fidel ‒le dice Ramón‒, si yo soy un recuerdo tuyo… pues eso, mis recuerdos ¿son míos, son tuyos…?». (Debió de ser un viento marino, / errático e improbable, / el que llenó su cabeza / de aquellas historias míticas y oceánicas / haciéndolo náufragos de recuerdos ajenos / precio increíble de una marejada remota).

Bibliotecas… de aire del más allá.

jueves, 20 de octubre de 2016

Campanas para Valle Inclán (en Biblioteca Digital Hispánica)

12 comentarios
Ya es posible estar en la procesión y repicando. Al menos en Oña (Burgos). En el monasterio de San Salvador (fundado en 1011, como dúplice, ¡tiempos!) ha decidido el cura poner al día los repiques. Así que han colocado un módem que traslada las señales enviadas desde el móvil a las diversas campanas de la espadaña, una de ellas con 6 ó 7 siglos de antigüedad (sonaba allí cuando en el siglo XVI fray Ponce de León instaura la primera escuela de sordomudos de que se tiene noticia). De esta manera, esté donde esté el párroco, en misa procesión Roma Australia… con una llamada de teléfono puede hacer sonar a los distintos toques de los que se acostumbra en la villa, gloria luto fuego misa…
Esta tecnología es la que nos trae la voz de Valle Inclán desde la Biblioteca Digital Hispánica, que digitaliza documentos contenidos en la Biblioteca Nacional de España. En varias ocasiones hemos querido referirnos a este proyecto, pero hasta ahora lo habíamos orillado. Sus colecciones son impresionantes: desde discos de pizarra, los 78 (con blues, flamenco, corales, etc.) a carteles publicitarios, cartas náuticas, ephemera, grabados (Goya, Durero, Rembrandt, etc.), estampas japonesas, etc. Dando posibilidad de poder enviar una tarjeta con estas imágenes a quien se desee por correo electrónico o poder pedir impresión bajo demanda de una obra.
Días y días pueden transcurrir en este espacio digital. Por hoy, nos conformamos con esta grabación de la llegada del marqués de Bradomín al palacio de Brandeso (Sonata de Otoño) y tres poemas de Claves líricas, en una voz que desmiente esa práctica al ceceo del autor gallego. Todo un mundo abundante en escasas palabras.
A disfrutar.

viernes, 14 de octubre de 2016

La Pelirroja (de madres e hijas)

6 comentarios
No siempre hablamos aquí de lo que leo, de todo ello, pues hay lecturas, digamos, que se me resisten, a las que suelo volver una y otra vez. No es el caso de los textos de memorias de Astrid Lindgren (1907-2002), Mi mundo perdido (editado por Juventud en 1985), páginas que pueden visitar quienes deseen acudir a momentos entrañables de la autora de Pipi calzaslargas. Ella misma ha contado en multitud de ocasiones que no es quien inventa el nombre, sino su hija Karin, cuando estando algo febril en cama le pide una noche que le cuente algo de Pippa Mediaslargas. Esto ocurre en 1941. Dos o tres años después, Astrid resbala en la calle nevada, se tuerce el pie, tiene que guardar reposo, se aburre… y retoma la historia de aquella chiquilla extravagante que había creado para su hija alrededor de un nombre hasta entonces inexistente, con la salvedad de que ahora la escribe, siendo la primera vez que se pone a practicar tal actividad. Hay quienes la consideran «una idea desagradable, que araña el alma», pero desde 1944 suele ser un personaje que atrapa la atención de muchas criaturas.
De madres e hijas también están sembrados los versos de Violencia doméstica, de Eavan Boland (1945), poeta dublinesa (que divide su tiempo con California), cuya obra pertenece a ese tipo de literatura que mencionamos al inicio de esta entrada: se me resiste. Hace tres años que vuelvo a las páginas de este poemario, situado en la parte alta del montón de libros en espera de ser leídos. Me absorbe y me expulsa, como si estuviera en el Hospital de Manternidad de la que ella ha sido poeta residente (o al que iba Leopold Bloom en ese capítulo con estructura similar al desarrollo del feto en el útero). Siempre he querido un mundo que se cure de la naturaleza. / Un hogar sin dioses. / Paredes que llegan, entradas que toman formas, verticales que reúnen / horizontales: un dónde que alcanza un ahora.

Bolan dice que «trata de plasmar la vida que vive en el poema que escribe». Parte de esos elementos cotidianos ‒la cocina, el tiesto, etc.‒, familiares, maternos y los impregna de los mitos que nos preceden, tal ese salmón del conocimiento o la anciana pobre de las jornadas revolucionarias de 1798.

sábado, 8 de octubre de 2016

Arte

12 comentarios
El arte de vanguardia se pasa la vida huyendo de la palabra, de la figuración, y volviendo a ella de múltiples maneras. Al fin y al cabo necesita una forma de explicar el contenido de sus obras. Hasta los graffiti acuden con frecuencia a las onomatopeyas o directamente a las frases, tal como hace aquel pintado sobre las ruinas de Pompeya: ¡Oh, muro, no sé cómo has podido resistir el peso de tanto oprobio!
La literatura lo recibe ‒al arte‒ con sereno alborozo. Según dice Juan Mata (en Cómo mirar a la luna), la literatura es una estancia de la vida, la más solitaria y acogedora, la más consoladora también. Hay textos que huyen de la dulzura, de la expresión acabada, consensuada; que toman el lenguaje como un objeto a descubrir, y lo hacen en el roce con la vida de la calle, intentando crear personajes sometidos a crítica en estos nuestros días de crisis.
Este sería el caso de El fin del mundo en las televisiones, poemario de Diego Doncel, que abre nueve canales en los que pueden verse imágenes de la mentira, la corrupción o las dificultades que encontramos para escapar de la insignificancia a la que nos someten los poderes. Eso sí, finaliza con La Primavera: «Ya no es tiempo de pensar, sino de ver de forma distinta. / Ya es tiempo de amar lo nuevo como se ama el futuro. / Ponemos la mirada en los confines como una manera de extender la vida. / La utopía viene. / Pero la utopía es tan frágil como la felicidad, tan frágil como esta primavera. / Recuerda que vivimos en territorios bajo vigilancia».
Mozart, a los 22 años, se encuentra en París con su madre; esta muere y él no se atreve a decírselo directamente a su padre. Compone:

https://youtu.be/dwPRo3gTMYk

domingo, 2 de octubre de 2016

Sonetos expansivos (elección)

13 comentarios
¿Qué autor/a no desea que su obra salga de sus libros, se derrame por caminos, pechos o recuerdos? Aunque fuera en recorrido silente. En la bibliografía francesa hay intentos múltiples de ello. Rabelais con sus Gargantúa y Pantagruel; Voltaire con la obsesión creadora; Mallarmé, emulando a este su maestro. Pero es Raimond Quenau quien consigue la obra más extensa de la literatura al componer en 1961 Cent mille milliard de poèmesCien mil millones de poemas‒, en la que incluye 10 sonetos troquelando sus versos uno a uno, con lo que pueden combinarse todos con todos (o sea, 10 al 14).
            No es broma. Una persona que leyera un verso por minuto (sin descansos para comer, beber o dormir) tardaría no menos de doscientos millones de años en ello. Son alejandrinos, con sus hemistiquios, sus cesuras, sus sinalefas. Cuyo sentido se renueva en la conexión universal que circula por sus venas.
            Precisamente, es Mallarmé el que dice que quien lleva a cabo una idea innovadora por primera vez es un genio, y quien lo hace por segunda es un imbécil. No hay para tanto, claro. En el cincuentenario de la publicación que nos ocupa, se elabora otra obra similar en español, en este caso coral, que invita también a la combinación de sus versos. Son tres autoras ‒Adón, Agudo y Valero‒ y siete autores ‒Doce, Reig, Aramburu, Irazoki, Auserón, Azpeitia, Molina Foix‒, quienes componen un soneto (editado por Demipage y apoyado por Hotel Kafka). Cien mil millones de poemas. Con la invitación a que quien lo lee para que elija su propio soneto. El mío es:
Hay música de lobo en las calles de enero
Sus letras son de un hombre que en mi mente camina
La sangre riega el torso la luz ríe y declina
Mestizo el malestar, deviene en aguacero
Ahora me pregunto si acaso es el dinero
El alma es solo hierba, granos de arena fina
El cuerpo, pan mojado, se ha vuelto luz mezquina
Se esparce el fruto amargo en forma de aguacero
Acercarse, con prisa huir de lo adyacente
Las torres de vigía propagan la advertencia
Como el ritmo del mar, contrario al continente
Si solo fuera helada la fraterna indolencia
El regalo forzoso al bello indiferente
No está en venta el paisaje que inventó la carencia