Reciente el día de la
biblioteca, caminando al segundo novilunio de octubre, se me figura que estos
centros son como el arladén (ar de / do
alén), viento ábrego que sopla desde el mar hacia tierra, procedente del
suroeste, en las costas atlánticas europeas. Se trata de un viento húmedo que
llega a portar muchos kilómetros tierra adentro olores a sal y yodo. Y no viene
solo. Trae, igualmente, vivencias de gentes allá el Atlántico que pueden llegar
a gentes de la montaña, penetrar en su hipocampo y convertirse en recuerdos que
transforman la vida de quienes eso experimentan.
Ardalén (2012), de Miguelanxo Prado, es un delicioso ensamble de imagen, color y palabras en el
que se viaja por la Memoria (En las
penumbras del interior / un hombre de mirada líquida / le habla al silencio de
bajamar que llena las estancias). Fidel nunca sale de su aldea de montaña,
bueno, unos años está en la capital hasta que muere la tía con la que vive,
sumido en la biblioteca de ella. Con las escasas pertenencias que le deja la
burocracia administrativa, retorna a su caserío de la ladera. Pero él emigra al Caribe, ronda por La Habana,
se embarca en cargueros mercantes y sufre tres naufragios de los que se salva.
Ahora, ya senil, con su casa llena de cajas diseminadas (metáforas de su
memoria), encuentra su casa poblada de los amigos, amores y ambientes que vivió
allí, y aparece Sabela, mujer de
carne y hueso con la que renace su memoria y su corazón.
Los días de viento ábrego
sale al prado de la colina, se sienta en unas rocas y espera hasta que salen
volando las ballenas desde el bosque de eucaliptos. «Oye, Fidel ‒le dice
Ramón‒, si yo soy un recuerdo tuyo… pues eso, mis recuerdos ¿son míos, son
tuyos…?». (Debió de ser un viento marino,
/ errático e improbable, / el que llenó su cabeza / de aquellas historias
míticas y oceánicas / haciéndolo náufragos de recuerdos ajenos / precio
increíble de una marejada remota).
Bibliotecas… de aire del más
allá.