lunes, 25 de mayo de 2020

Auto de fe (Canetti y el coronavirus)

6 comentarios
«… aunque no hay espíritu que medre con novelas. El placer que acaso puedan ofrecernos se paga muy caro: acaban por erosionar el carácter más firme. Aprendemos a identificarnos con todo tipo de personas. Le cogemos el gusto a ese vaivén continuo y nos diluimos en los personajes que nos gustan. Cualquier punto de vista nos resulta concebible. Nos lanzamos con fruición tras objetivos ajenos y perdemos de vista los nuestros. Las novelas son cuñas que el escritor, ese histrión de la pluma, va clavando en la hermética personalidad de sus lectores. Cuanto mejor calcule la capacidad de penetración de la cuña y la resistencia por vencer, más escindida dejará a su víctima. El Estado debería prohibir las novelas».
Es uno de los párrafos de Auto de fe, esa novela abundante que Elías Canetti (1905-1994) elaboró, salido de la juventud, a los 26 años, en Viena, después de haberse licenciado en Química. Procedía de una familia sefardí de apellido Cañete, y el ladino fue su lengua infantil (según narra en la autobiografía liminal La lengua absuelta). El pasaje aludido es uno de los monólogos de Peter Klein, el hombre-libro, inadaptado social hasta límites cervantinos, que raya los límites de la locura, cercano al Mendel de Zweig o el Baterbly de Melville. Para su autor, era uno de los siete personajes con los que pretendía realizar un retrato de la comedia humana de la locura, al que acompañarían un fanático religioso, un soñador técnico que sólo vivía haciendo planes cósmicos, un coleccionista, un poseído por la verdad, un despilfarrador y un enemigo de la muerte.
En 1934, Canetti se casa con la escritora sefardí Venetiana (Veza) Täubner-Calderón. Escritor de su tiempo, pensador, Premio Nobel en 1981, sus diarios se publicarán en 2024 (según dispuso en su testamento).
Auto de fe es parte de lo que un amante de las letras ─no un letraherido─ puede pedir.

domingo, 17 de mayo de 2020

Casualidades y Versiones (en tiempos de coronavirus)

4 comentarios
Escucho esta mañana la canción “Ai, ai, ai”, que canta Silvia Pérez Cruz en la película Cerca de tu casa (que no he visto, pues no me agradan demasiado los musicales, con la que ganó un Goya en 2017). Resulta que se incorpora a la película de casualidad, pues estaba prevista una canción de una cantante famosa para que acompañara el baile de una niña, pero no había presupuesto para pagar los derechos ─Y déjame volar / Montar a caballo para escapar […] Llevaré una capa / Montar a caballo para escapar / ¡Ai, ai, ai, ai! / Con un mapa secreto / Para mamá y papá─. Sí que conozco el disco Domus, que surgió de aquella película musical, en el que la cantante se ocupa de la gente sometida a deshaucios, en especial en “No hay tanto pan” ─Mentiras, sonrisas y amapolas, discursos, periódicos, banqueros y trileros. Canciones, manos y pistolas, bolsos, confeti, cruceros y puteros. Te roban y te gritan, te roban y te gritan. Te roban y te gritan, y lo que no tienes también te lo quitan. No hay tanto pan, pan, pan… Y es indecente, es indecente, gente sin casa, casas sin gente.
De casualidad, también, se ha colado esta mañana la canción No quisiera quererte…, con letra de Juan Piatelli y música de Horacio Guarany ─No quisiera quererte, pero te quiero / Ese castigo tiene la vida mía / Por tenerte conmigo me desespero / Pero si te acercaras me alejaría─. En su trayectoria, ha conocido versiones variadas, pero me ha venido al cuerpo mi preferida, la de María Ostiz (que le añadió una estrofa ─No quisiera llamarte, pero te llamo / Siento mi sangre nueva que te respira / Si naciera mil veces por ti naciera / y si tú me olvidaras yo te amaría─). La voz.
Son las idas y venidas de esta temporada de coronavirus.

viernes, 8 de mayo de 2020

Sueños (en coronavirus)

12 comentarios

Calderón de la Barca (1600-1681) estrena en 1635 La vida es sueño. En ella, Rosaura camina hacia el futuro y se niega a aceptar la traición; la lucha por el mañana es su horizonte; el destino escrito en los astros o en la voluntad absolutista no determina su existencia; es el símbolo del ansiado cambio social. En la obra, el más famoso confinado de nuestro teatro, Segismundo, habla al final del segundo acto:
… y la experiencia me enseña,
que el hombre que vive, sueña
lo que es, hasta despertar.
Sueña el rey que es rey, y vive
con este engaño mandando,
disponiendo y gobernando;
[…]
Sueña el rico en su riqueza,
que más cuidados le ofrece;
sueña el pobre que padece
su miseria y su pobreza;
sueña el que a medrar empieza,
sueña el que afana y pretende,
sueña el que agravia y ofende,
y en el mundo, en conclusión,
todos sueñan lo que son,
aunque ninguno lo entiende.
Yo sueño que estoy aquí,
destas prisiones cargado;
y soñé que en otro estado
más lisonjero me vi.
¿Qué es la vida? Un frenesí.
¿Qué es la vida? Una ilusión,
una sombra, una ficción,
y el mayor bien es pequeño;
que toda la vida es sueño,
y los sueños, sueños son.
Salud. Venturosos días (ahora que ya han llegado las golondrinas).